¿Qué quiere de mí?

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Te acompañamos en la visita al Santísimo, en el comienzo, durante y al finalizar de tu adoración podes utilizar las siguientes oraciones para tener un encuentro más personal con Jesús nuestro mejor Amigo…

Al iniciar la adoración: 

Comencemos entrando en su presencia (En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén) y adorando, no te olvides: Jesús en la Eucaristía no es un “pan bendecido”; su presencia no depende de nuestra fe y no es una presencia simbólica, sino real y substancial. Por lo tanto, a Dios Hijo encarnado y presente en el santo sacramento del altar, dirigimos nuestros actos de adoración:

  • Vengo, Jesús mío, a visitarte y a gozar de tu presencia, te adoro en el sacramento de tu amor, te ofrezco principalmente las adoraciones de tu santa Madre, de san Juan, tu discípulo amado y de las almas más enamoradas de la Eucaristía. Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. (Reflexionemos cinco minutos).
  • Delante de Jesús Eucaristía, vivimos nuestra fe,  “Tener fe es creer en lo que no se ve”. No vemos a Jesús visible, pero creemos, por la fe de la Iglesia, que Jesús está en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Reafirmemos nuestra fe diciendo: Creo, Jesús mío, que eres el Hijo de Dios vivo que has venido a salvarnos. Creo que estás presente en el santísimo sacramento del altar. Creo que has de permanecer con nosotros hasta que se acabe el mundo. Creo que bendices y que atiendes los ruegos de tus adoradores. (Reflexionemos cinco minutos.)

La esperanza y el amor brotan de la fe

La esperanza cristiana se funda en la posibilidad de ir al Cielo, es decir, a la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Trinidad, por la eternidad. Jesucristo fue quien, con su sacrificio en cruz, nos abrió las puertas del Cielo, nos dio la esperanza de la vida eterna, haciendo aparecer en el horizonte de nuestra existencia la posibilidad de la eternidad. La Eucaristía es un signo visible de esa esperanza porque el Dios, que dio la vida por nosotros en la cruz para llevarnos al Cielo, está en la hostia consagrada, alimentando nuestra esperanza, concediéndonos fuerzas y ánimo para llegar a la perfección de la vida cristiana, la salvación eterna. (Reflexionemos cinco minutos.)

Actos de contrición

La contrición del corazón es el acto de arrepentimiento perfecto, porque es salvífico.
Delante de Jesús Eucaristía hacemos actos de contrición: ¡Jesús mío, misericordia! Jesús mío, te pido perdón por los muchos pecados que he cometido durante mi vida, por los de mi niñez y adolescencia, por los de mi juventud, por los de mi edad adulta, por los que conozco y no conozco, Madre mía, intercede por mí ante tu divino Hijo Jesús. ¡Dulce Corazón de María, sé mi salvación!

Imploramos al Dios de la Eucaristía

Señor, que tu Reino venga a nosotros, que tu misericordia se derrame como un océano de amor infinito, como la luz brillante que esparce el sol en plenitud sobre las almas de todos los hombres de todos los tiempos. Te suplicamos, Jesús Eucaristía, que tengas piedad y misericordia de nosotros, de nuestros seres queridos y de toda la humanidad, y danos la garantía de que somos escuchados en tu presencia eucarística, y alcánzanos el don de tu madre, la Virgen María, que sea como madre nuestra. A ella, Nuestra Señora de la Eucaristía, le pedimos que te alcance nuestros ruegos y los guarde en tu corazón.

Reflexionemos durante esta Hora Santa

¿Para qué está Jesús en el santísimo Sacramento?

Jesús está en el santísimo Sacramento para curarme. Padezco de la fiebre del pecado. Estoy cubierto de llagas, mi alma está leprosa: he ahí mi médico. Y este buen samaritano viene a purificarme, a devolverme la salud de mi alma.

  • ¡Oh! ¡Cuánto la necesito! Tanto tiempo hace que sufro. Las llagas de mi alma son muy crónicas; el hábito del mal está muy arraigado en mí, y las tentaciones de cada momento irritan vivamente estas llagas y alimentan muy activamente este foco de pecado. Pero, oh Jesús, di una palabra, una sola palabra a mi alma, como a la suegra de Pedro, devorada por la fiebre, como al centurión para su hijo sin esperanza de vida, como al leproso del camino, y mi alma será salva.
  • Jesús está en el santísimo Sacramento para ser mi maestro, para educarme, adornarme con su gracia, infundirme su espíritu de verdad y de amor; hacer vivir en mí sus costumbres y sus virtudes; en una palabra, para educarme cristianamente: es mi divino maestro, mi modelo y mi gracia.
  • Jesús está en el santísimo Sacramento como salvador mío. Viene para comunicarme las gracias de la redención, aplicarme sus méritos y derramar su sangre divina sobre mi cuerpo y mi alma, para esto se sacrifica en el altar como víctima de propiciación y pide a su Padre gracia y misericordia para mí.

Pero para que su sacrificio produzca todos sus frutos, Jesús me pide que lo complete, que me una a Él, que sufra en su lugar, ya que después de su resurrección Él no puede sufrir, en compensación, Él dará a mis penas, a mis sufrimientos un precio y un valor infinitos, los revestirá de los méritos de su divina persona y los hará suyos; ¡esta será la redención, la pasión y la muerte del calvario renovada y reproducida en mí por la Eucaristía!

¿Qué quiere Jesús de mí?

  • Que le ame como Él me ama; que le ame al menos como un hijo ama a su padre y a su madre; a Él, el mejor de los padres y la más tierna de las madres; el amigo real, fiel, desinteresado; el amigo inmortal de los buenos y malos días. Nada más digno.
  • Quiere que le sirva tan bien como el interés hace servir a un amo humano; el honor, la ambición, a un poderoso rey; la piedad filial a un padre respetado, y que no se diga que Jesús es peor servido que el hombre. Nada más justo.
  •  Aguarda a que yo le ofrende el homenaje de mi vida, de mi libertad, de todo mi ser, ya que Jesús me ofrece en el santísimo Sacramento y me da sus gracias, su libertad, su vida, todo cuanto es. Nada más equitativo.

En fin, Jesús quiere reinar en mí; ¡eso es cuanto ambiciona! ¡Es ésta su realeza de amor, el fin de su encarnación, de su pasión, de su Eucaristía!

Reinar en mí, reinar sobre mí; reinar en mi alma, en mi corazón, en toda mi vida, en mi amor. ¡Este es el segundo cielo de su gloria! ¡Oh, sí, Jesús, ven y reina! ¡Que mi cuerpo sea tu templo, mi corazón tu trono, mi voluntad tu sierva devota! ¡Que sea siempre tuyo y no viva más que de vos y para vos!

Al culminar la adoración

Actos de amor: “Después de la meditación, nuestra alma se enciende con los mismos sentimientos de Cristo, cuyo Sagrado Corazón Eucarístico es horno ardiente de caridad y nos permite hacer actos de amor:

Te amo, Jesús mío, como a nadie. Porque Tú me has amado infinitamente porque Tú me has amado desde la eternidad, porque Tú has muerto para salvarme, porque Tú me has hecho participante de tu Divinidad y quieres que lo sea de tu gloria, porque Tú te entregas del todo a mí en la comunión, porque Tú estás siempre por mi amor en la Santa Eucaristía, porque Tú eres mi mayor amigo, porque Tú me llenas de tus dones, Tú me has enseñado que Dios es Padre que me ama mucho, porque Tú me has dado por madre a tu misma Madre.
¡Dulce Corazón de Jesús, haz que te ame cada día más y más! Te amo y te digo con aquel tu siervo: ¡Oh Jesús, yo me entrego a Ti para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que tienes a tu Padre celestial! ¡Oh Padre adorable! Te ofrezco el amor eterno, inmenso e infinito de tu amado Hijo Jesús, como mío que es. Te amo cuando tu Hijo te ama”. (S. Juan Eudes).

Damos gracias a Dios por sus inmensos dones para nosotros, que comienzan con la creación de nuestro ser, continúan luego con el don de la adopción filial y siguen con el “don inestimable” de su Hijo en la Eucaristía. Por todo esto, agradecemos a Dios también por lo que es él en sí mismo, Bondad, Misericordia y Amor infinitos, atributos todos que resplandecen en su presencia sacramental.

Actos de gratitud

Oh Jesús, te doy rendidas gracias por los beneficios que me has dado. Padre Celestial, te los agradezco por tu Santísimo Hijo Jesús. Espíritu Santo que me inspiras estos sentimientos, a ti sea dado todo honor y toda gloria. Jesús mío, te doy gracias sobre todo por haberme redimido.Por haberme hecho cristiano mediante el Bautismo, cuyas promesas renuevo. Por haberme dado por madre a tu misma Madre, por haberme dado por protector a san José, tu padre adoptivo.
Por haberme dado al ángel de mi guarda, por haberme conservado hasta ahora la vida para hacer penitencia.
Por tener estos deseos de amarte y de vivir y morir en tu gracia.

Oración final

Jesús mío, dame tu bendición antes de salir, y que el recuerdo de esta visita que acabo de hacerte, persevere en mi memoria y me anime a amarte más y más. Haz que cuando vuelva a visitarte, vuelva más santo. Aquí te dejo mi corazón para que te adore constantemente y lo hagas más agradable a tus divinos ojos. Hasta pronto, Jesús mío.

 

Habla al Mundo es un proyecto de formación y difusión de la Divina Misericordia.

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Jesús, en Vos confío

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