InicioServicios"¡Señor, muéstranos al Padre y nos basta!"

«¡Señor, muéstranos al Padre y nos basta!»

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¡Conocer y dar a conocer a Jesús!

¡Conocerlo y darlo a conocer todo lo que más se pueda!… El bien conocido y reconocido como tal bien, es necesariamente querido. Cuando odiamos un bien es porque no lo conocemos del todo o nos engañamos tomándolo por mal; cuando queremos un mal, no es porque lo tengamos por mal, sino que, engañándonos, lo tomamos por bien. Jesús es verdadero y bueno; más aún es la Verdad y el Bien, y se le odia, sin embargo. ¿Por qué? Porque no se le conoce o se le conoce muy a medias.
En el cielo, en donde es conocido con una luz más fuerte que la de la razón y la de la fe, que es la luz de la Gloria, como es, no en representación ni espejo, no hay peligro ni libertad de dejar de quererlo eternamente. En la tierra, mientras más nos acerquemos por el estudio, la oración, la Fe y la contemplación a su conocimiento, ciertamente, más irresistiblemente lo amaremos. Por eso ha podido decir Él que la vida eterna, o sea la vida sobrenatural y divina, a la que nos ha elevado por su Gracia en la tierra y por el lumen gloriae, en el cielo no es otra cosa que conocer al Padre y al Hijo, y más simplemente aún: el conocerlo a Él. -“… Señor muéstranos al Padre y nos basta”, le dice san Felipe a Jesús. –“El que me ve a Mí ve a mi Padre”, responde Jesús.
Eso es, la “vida eterna” es conocer a Jesús de todos los modos que podemos conocerlo, con medios naturales y sobrenaturales , desde conocerlo por la historia y por la fe hasta conocerlo y saborearlo por el don de Sabiduría en todo lo que pueda El ser conocido, en sí mismo como Dios y como Hombre, en sus relaciones con su Padre Dios y con su Espíritu Santo Dios, en sus obras como Dios y como Hombre, y como en frase gráfica de san Pablo: “omnia in ipso constant” (todas las cosas en Él son constantes), en todo, tanto en lo del cielo cuanto en lo de la tierra, se descubre, se ve y se conoce a Jesús. ¡Qué bien expresaba esa suprema aspiración del espíritu aquél clamor de los gentiles que se acercaban al apóstol Felipe en el atrio del templo “queremos ver a Jesús”! y qué admirablemente respondía al ansia de ese clamor la palabra con que Jesús llama e invita: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”.
Desde entonces, a partir de esa dulcísima invitación, el gran sediento de felicidad, el género humano, ha quedado dividido en dos inmensos grupos, el de los que van a Jesús a beber y saciarse y el de los que no quieren ir y se retuercen en las torturas de una sed rabiosa…
¡Pobres sedientos y pobres muertos de sed a un paso del torrente de aguas vivas!
“Así Ama Él”.
San ManuelGonzález/ Adaptación

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Jesús, en Vos confío

 

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