InicioServiciosSean de Dios. En qué consiste el santo abandono y cómo practicarlo.

Sean de Dios. En qué consiste el santo abandono y cómo practicarlo.

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Este santo abandono en el amor de Dios produce en el alma el mismo efecto que el amor de un niño para con su madre: ella lo sostiene, ella vela, y el niño duerme tranquilo en medio de los mayores peligros: nada tiene que temer. Hagan ustedes otro tanto.
Tengan siempre esta confianza de niño en su padre celestial; pertenezcan a Él en todos los momentos y dependan de Él en todas las cosas. Dios no tiene pasado ni futuro: su existencia es eterna. Pues bien: vivan en su amor y en su actual providencia divina y confíenle el cuidado del pasado y del futuro. Dejen que la bondad divina los conduzca cual niños pequeños. Esten indiferentes a todo; no amen más que lo que Dios ama, ni escojan sino lo que a Él le agrada.
Harto tranquilo se duerme en el regazo de la divina providencia y harto feliz se viaja transportado en sus amorosas alas.
Entréguense a nuestro Señor, a su paternal providencia. Nada les faltará, singularmente en la vida espiritual, si está unida a su divino esposo. El esposo ha de alimentar, cuidar, defender y hacer más perfecta a su esposa.

El calor de los rayos del amor divino

No se alejen nunca del buen Jesús de su corazón; a pesar de todas las variaciones de su vida, sean siempre suyos. En todo momento es feliz quien vive al calor de los rayos del amor divino. Después de todo, ¿qué más da ser del agrado de nuestro Señor por la enfermedad o salud, por un estado de sensibilidad, de fervor o de obediencia, o por nuestras prácticas piadosas, dado que esté Él contento de cuanto hagamos? Lo que importa es fundamentarnos en la confianza en Dios, alimentarnos de su bondad, sacrificarnos por su gloria con nuestro más intenso amor, amándole en todo, en todas partes y por encima de todo.

Aténganse a esta norma: No quieran más que lo que Dios quiera, como Él lo quiera y cuando lo quiera.
El santo abandono es el amor más puro y el más intenso. Que el amor sea el fondo y el alma de todo; y cuando ese sentimiento domine en ustedes, dejen todo lo demás: los medios son inútiles cuando se ha conseguido el fin.
Pero no olviden que el amor de Dios es insaciable y exigente como el fuego y que os hará sufrir al abrasar en ustedes cuanto le sea extraño.

Dejen que el divino maestro se posesione de ustedes

Para poder prestar atención y ser fieles a los movimientos interiores del Espíritu Santo, guarden en paz su alma.
Tendrán paz en su alma si la disponen a padecerlo todo generosamente y a sacrificar todos sus intereses; en una palabra, si vencen su voluntad siempre que la de Dios lo exija.
Lo que nos hace perder la paz y la calma es nuestra desdichada voluntad que quiere lo suyo a toda costa, o bien el sentimiento de nuestra libertad, que teme con exceso la santa esclavitud de la cruz.
Marchen a impulsos del soplo de la gracia actual; éste es el único movimiento que su alma puede recibir de lo alto. La gracia es siempre paz y sacrificio, amor y generosidad, donación y felicidad. Dejen que el divino maestro los tome de la mano y los lleve a donde quiera y por donde le plazca: ello será lo mejor para ustedes, aunque alguna vez desconozcan cuál haya de ser su paradero.
Tengan siempre unido su corazón al corazón divino de nuestro Señor para que su amor llegue a ser la vida, el principio de sus acciones y el centro de su descanso.
Marchen por doquier con alegría cuando ésa sea la voluntad de Dios; en todas partes se halla el sagrario, el cielo, Dios, nuestro amor. Siempre dispuestos a cumplir la voluntad de Dios.

El saludo de nuestro Señor a los apóstoles era: “La paz sea con ustedes”.
De todo corazón les deseo esta paz, esta paz confiada que se abandona filialmente a Dios y que se confía a su bondad y a su misericordia; esa paz de conciencia que se basa en la humildad, para tratarse como miserable, y que se fundamenta en una obediencia sin doblez para obrar en espíritu de fe. No lograrán la paz del corazón turbando su interior ni atormentando su espíritu, sino que la alcanzarán tan sólo si se confían a la bondad y misericordia divinas.

Lleguen al divino maestro como el niño que sin poseer nada, ni tener fuerzas, se acerca al corazón de su madre: un acto de sumisión y generosa entrega es más perfecto que todo cuanto puedan hacer; su lugar preferido ha de ser junto al divino maestro para verle, escucharle y sentirse cerca de Él. Vivan de Dios, de nuestro Señor eucarístico, porque de otro modo no podrán ser una víctima constante de su amor.

Presten toda su atención a lo que la providencia disponga de ustedes. Dios lo hace todo, lo organiza todo, lo prevé todo para llevarlos a sí; olviden el pasado y el futuro; pero estén siempre dispuestos a abrazar la voluntad presente del buen maestro. El los llevará de la mano en medio de todas las dificultades hasta que consigan la gracia de la perfección de su amor.

Consideren que el arroyo, el río de nuestra vida, se acerca al mar de la eternidad; nuestra pobre navecilla sigue su curso engalanada con el pabellón del cielo.

Tengan siempre esta confianza de niño en su padre celestial; pertenezcan a Él en todos los momentos y dependan de Él en todas las cosas.

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