El miilagro eucarístico de Moncada se manifestó ante un sacerdote que dudaba de la validez de su ordenación sacerdotal. Este temor se disipó cuando el Niño Jesús fue visto en la Hostia consagrada. Fue en 1392, en España.
A finales del siglo XIV, los cardenales franceses eligieron un antipapa con la esperanza de que trasladase nuevamente la sede papal a Aviñón. Esto creó una gran confusión en el clero, hasta el punto que muchos sacerdotes dudaron de la validez
de su ordenación.
Un antipapa francés
La elección del Papa Urbano VI (18 de abril de 1378) fue atacada duramente por los cardenales franceses, quienes querían un Papa francés para poder así regresar a la sede papal de Aviñón. Luego de muchas vicisitudes, el 20 de septiembre de 1378, eligieron al antipapa Clemente VII. Los cismáticos intentaron adueñarse de Roma con la fuerza de las armas pero fueron derrotados y se retiraron a Aviñón, donde Clemente VII continuó gobernando como si fuese el Papa legítimo. En este período de incertidumbre, un sacerdote de Moncada llamado Mosén Jaime Carrós, vivía atormentado no sabiendo si su ordenación sacerdotal era realmente válida ya que había sido consagrado por un obispo ordenado por el antipapa. Cada vez que celebraba misa sufría por el temor de estar engañando a los fieles, suministrándoles hostias no consagradas y administrando falsamente todos los demás sacramentos. El sacerdote imploraba al Señor que le diese un signo para disipar sus dudas.
Dios responde
El día de Navidad del año 1392 recibió la respuesta. Ese día participó en la misa una mujer de la nobleza llamada Angela Alpicat,junto con su hija de cinco años, Inés (la futura Santa Inés de Moncada). Concluida la misa, la niña se negaba a salir de la iglesia diciendo a la mamá que quería quedarse para jugar con el niño maravilloso que el párroco había tenido entre sus manos durante la consagración.
El día 26, la señora Angela participó nuevamente en la misa, y cuando el sacerdote elevó
la Hostia, la niña vio nuevamente al niño entre las manos del sacerdote.
Al final de la Eucaristía la madre de Inés se acercó al sacerdote y le narró las visiones de su hija. El comenzó a interrogarla y la niña respondía a todas las preguntas sin ninguna dificultad. No estando todavía totalmente convencido, la invitó a regresar a la misa del día siguiente. Entonces, el sacerdote tomó dos hostias pero consagró una sola. Con la Hostia consagrada en la mano preguntó a la niña qué cosa veía. Ella respondió: “veo al Niño Jesús”. Luego, elevó la hostia no consagrada y le hizo la misma pregunta. Inés respondió: “veo un pequeño disco blanco”.
Confirmado en sus dudas, el sacerdote no lograba hablar por la conmoción y la alegría. Si bien el Obispo que ordenó al párroco había sido consagrado por un antipapa, Dios permanecía fiel a la sucesión apostólica, determinada por la imposición de las manos.
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Jesús, en Vos confío