InicioQué es la Divina MisericordiaDevoción, no rechazo a la Cruz

Devoción, no rechazo a la Cruz

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Aunque en nuestros días es notable el alejamiento de la Cruz, del misterio de la Redención,
la Iglesia siempre adoró este misterio y se ennobleció de su precio.

El coro de la Tradición cristiana, a lo largo de los siglos, continúa cantando con muchas
voces diferentes un mismo canto de gloria, gratitud y alabanza a la Cruz de Cristo. Veamos al gran Padre de la Iglesia:

-San Agustín (+430)

«Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el Sacrificio éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al
mundo y vive para Dios…»

«Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, solo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices -cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: «para mí lo bueno es estar junto a Dios» (Sal 72,28)-, resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran Sacerdote que se entregó a Sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos ser cuerpo de tan sublime Cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a Sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.»

«Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ‘ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable’, y a que ‘no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu’ (Rm 12,1-2)… Este es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado por la Iglesia en el sacramento del altar, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma. (La Ciudad de Dios 10,6: CCL 47, 278-279; Liturgia de las Horas, Viernes XXVIII T. Ordinario).

-San Cirilo de Alejandría (+444)

Monje, obispo de Alejandría, gran defensor de la fe católica, especialmente contra los nestorianos.
Presidió el concilio de Efeso (431, Ecuménico III), donde se profesó la fe en la Santísima Virgen María como «Theotokos», Madre de Dios. Es Doctor de la Iglesia.

«Por todos muero, dice el Señor, para vivificarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en que había caído. Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he querido nacer de la descendencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis hermanos…»

«Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, El solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el dominio de la muerte [el diablo], ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues El es el único que está por encima de todos. Por ello se aplica a Cristo aquello que se dice en el libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre:
‘tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: aquí estoy‘ (Sal 39,7-8; Heb 10,5-7).»

«Cristo fue, pues, crucificado por todos nosotros, para que habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en El. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: ‘Padre santo, dijo, guárdalos’. Y luego añade: ‘Por ellos me consagro yo‘ (Jn 17,11.19).

«Cuando dice consagro debe entenderse en el sentido de ‘me dedico a Dios’ y ‘me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad’. Pues según la ley se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar. Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida«. (Sobre el evangelio de San Juan 4,2: MG 73, 563-566; Liturgia de las Horas, sábado III Tiempo Pascual).

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