Continuación del artículo sobre el término propiciación
de la Coronilla a la Divina Misericordia.
El arca y el propiciatorio eran el corazón mismo del santuario. El propiciatorio puede considerarse la parte más santa del Arca y del mismo templo. Esto se deduce del hecho de que era de oro, mientras que el Arca era solo de madera recubierta de oro. Es, pues, el kapporet, el lugar santo por antonomasia, en donde reside el Señor, el trono de Dios (cf. 1 Sam 4, 4; Sal 80, 2; 99, 1).
En el propiciatorio debemos ver el lugar donde descansaba la gloria de Dios. Lleva por lo mismo en la teología rabínica el nombre de «sehekinah», lo cual significa morada o presencia [de Dios].»
El kapporet es lugar donde Dios entra en contacto con su pueblo y se revela, es el lugar donde Dios perdona los pecados y muestra Su misericordia. Por sobre el propiciatorio aparecía la gloria, la señal visible de la presencia de Dios entre su pueblo (Heb 8,5). Se llamaba también oráculo porque allí daba Dios sus respuestas (cfr. Lev 16, 22). «Cuando Moisés entraba en la Tienda del Encuentro para hablar con El, oía la voz que le hablaba de lo alto del propiciatorio que está sobre el arca del Testimonio, de entre los dos querubines» (Núm 7, 89).
La misericordia supera la justicia
El propiciatorio y las tablas de la ley dentro del arca representaban los principios fundamentales del trato de Dios con su pueblo: justicia atemperada con misericordia. Las tablas de la ley dentro del arca testificaban que el reino de Dios está fundado sobre las normas inmutables de la justicia (Sal 97, 2), la cual debe ser respetada aun por la gracia divina. La gracia no puede concederse de manera que invalide la ley (Rom 3, 31). Cuando se perdona el pecado, deben también satisfacerse las exigencias de la ley en contra del pecador. El propósito mismo del Evangelio es conseguir para el pecador el perdón de sus pecados por la fe en un medio que no «invalida» la ley, sino que la «establece». Si bien las tablas dentro del arca testificaban en contra del pueblo, el propiciatorio mostraba un camino por el cual podían satisfacerse las exigencias de la ley y el pecador podría ser salvado de la muerte, el castigo decretado por la ley. Basándose solamente en la ley, Dios y el hombre no pueden volver a unirse, puesto que el pecado nos separa de El (Is 59, 1-2). Debe intervenir el propiciatorio rociado de sangre pues sólo podemos acercarnos a Dios gracias a la mediación de Cristo en nuestro favor (Heb 7, 25).
El nuevo propiciatorio
Sobre el propiciatorio Dios le hablaba a Moisés. Allí se reconciliaban los pecados del pueblo por medio de sangre, que se rociaba sobre él (Lev 16, 14).
Recordemos que el arca de la Alianza contenía las tablas de la ley, el maná y la vara de Aarón florecida. En el cristianismo se le da al propiciatorio el simbolismo de la persona de Jesús (Heb 9), quien cubre el arca que contiene las tablas de la ley indicando que es el único que la cumplió a cabalidad, que es El quien da el pan del cielo, y la vara que aun cuando estaba muerta vuelve a la vida, reverdeciendo y dando fruto (su resurrección) (Núm 17, 8). La sangre rociada indica el sacrificio, volviendo el favor de Dios hacia el hombre. Los dos querubines que lo observan, significan que es probado y aceptado por su divinidad, y finalmente en El, Dios se manifiesta al hombre que le busca.
La Sagrada Escritura y el Catecismo
En la carta de san Pablo a los Romanos y en la carta de san Juan leemos: «Jesús es exaltado como instrumento de propiciación para pasar por alto nuestros pecados» (Rom 3, 25). «En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4,10). En conclusión, se puede decir que Jesús realiza la acción de tapar, de expiar, perdonar, reparar nuestros pecados y los del mundo entero. Cabe recordar que «tapar» no indica una acción externa, como luego postularon los protestantes. Ellos decían que la Sangre de Cristo no nos justificaba o redimía interiormente (la gracia) sino que solamente nos cubría exteriormente librándonos del castigo eterno.
«La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de Su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida cristiana» (Catecismo de la Iglesia católica, 1992).
La Alianza nueva y eterna
Como refiere la Carta a los Hebreos (cfr.cap. 10) los sacrificios de la antigua alianza, que se repetían sin cesar, ofreciendo sangre de toros y machos cabríos, no podían perdonar los pecados. Por eso Cristo, al hacerse El mismo sacrificio, realizó la Nueva y Eterna Alianza en su Sangre con la cual quedan redimidos los pecados. Pues El es el verdadero Cordero que quita los pecados del mundo y llevó a la perfección los sacrificios antiguos, que eran solo figura del suyo que iba a ofrecerse en la Cruz, con su único sacrificio. Este único y mismo sacrificio es el que ofrecemos cada día en los altares. No porque multipliquemos sacrificios, que es imposible, sino para aplicar los méritos infinitos del único sacrificio de Cristo en la Cruz. La perfección del sacrificio propiciatorio de Jesús es tal que quedaron abolidos todos los antiguos sacrificios consignados en el libro del Levítico: «El Señor habló a Moisés:… Estas son las festividades del Señor en las que os reuniréis en asamblea litúrgica y ofreceréis al Señor oblaciones, holocaustos y ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones, según corresponda a cada día. Además de los sábados del Señor, además de vuestros dones y cuantos sacrificios ofrezcáis al Señor, sea en cumplimiento de un voto o voluntariamente» (Lev 23,33.37-38).
Sobreabundancia de gracia
Por eso la verdadera propiciación la realizó solamente Nuestro Señor Jesucristo que, con su sacrificio único y perfecto, glorificó al Padre Eterno cumpliendo su Voluntad hasta la muerte y muerte de Cruz, expió nuestros pecados, nos reconcilió con el Padre, nos hizo hijos de Dios por adopción, otorgándonos todos los dones sobrenaturales que conlleva el Bautismo como asimismo la riqueza de gracias que dejó en la Santa Iglesia.
Sería interminable la lista de dones que nos mereció el sacrificio de Cristo. Del cual la expiación es la dimensión fundamental pero no abarca toda la riqueza del acto redentor de Nuestro Señor Jesucristo.
Pbro. Germán Saksonoff, C.O.
Miembro Ordinario de la Academia Internacional de la Divina Misericordia.
Habla al Mundo es un servicio de difusión de la Divina Misericordia que brinda espiritualidad, formación y capacita Apóstoles de la Divina Misericordia.
Para ser parte de esta obra evangelizadora, podés sumarte a nuestros grupos de WhatsApp/Telegram: www.linktr.ee/hablaalmundo
Jesús, en Vos confío