No todos los confesores llegaron a comprender a nuestra santa.
211- Una oscuridad terrible cae nuevamente sobre mi alma. Me parece que estoy bajo la influencia de ilusiones. Cuando fui a confesarme para obtener luz y serenidad, no las encontré. El confesor me creó todavía más dudas de las que tenía antes. Me dijo: No puedo entender qué poder obra en usted, hermana, tal vez Dios o tal vez el espíritu maligno. Al alejarme del confesionario, empecé a considerar sus palabras. Cuanto más las contemplaba, tanto más mi alma se hundía en la oscuridad. ¿Qué hacer, Jesús? Cuando Jesús se acercaba a mí bondadosamente, yo tenía miedo. ¿Eres verdaderamente Tú, Jesús? Por un lado me atrae el amor, por el otro el miedo. Qué tormento, no sé describirlo.
212- Cuando fui a confesarme de nuevo, recibí la respuesta: Yo no la entiendo a usted, hermana, es mejor que usted no se confiese conmigo. Dios mío, yo tengo que hacerme tanta violencia antes de decir cualquier cosa sobre mi vida interior y he aquí la respuesta que obtengo ¡yo no la entiendo!
213- Cuando me alejé del confesionario fui asaltada por innumerables tormentos. Fui delante del Santísimo Sacramento y dije: Jesús, sálvame. Tú ves que soy débil. Entonces escuché estas palabras: Durante los ejercicios espirituales, antes de los votos perpetuos, te daré una ayuda. Fortalecida por estas palabras, comencé a avanzar sin pedir consejo a nadie; sin embargo sentía tanta desconfianza hacia mí misma, que decidí acabar con esas dudas una vez por todas. Así pues, esperaba ansiosamente esos ejercicios espirituales que debían preceder los votos perpetuos; ya unos días antes pedía incesantemente al Señor la luz para el sacerdote que iba a confesarme, para que él decidiera de una vez, categóricamente, sí o no, y yo pensaba: Estaré tranquila una vez por todas Pero estaba preocupada si alguien quisiera escuchar todas esas cosas. Sin embargo, decidí no pensar nada en eso, y tener toda la confianza en el Señor. Me resonaban esas palabras: «Durante los ejercicios espirituales.»
127- + Me di cuenta de que en aquellos momentos no tendría la ayuda de nadie y empecé a rezar, y a pedir al Señor un confesor. Anhelaba que algún confesor me dijera esta única palabra: Quédate tranquila, estás en un buen camino, o bien rechaza todo eso, porque no viene de Dios. Sin embargo no encontraba a un sacerdote tan decidido que me dijera estas palabras claras en nombre del Señor. Pues, continuaba en la incertidumbre. Oh Jesús, si es Tu voluntad que viva en tal incertidumbre, sea bendito Tu Nombre. Te ruego, Señor, Tú Mismo guía mi alma y quédate conmigo, porque sola soy nada.
653- Aquel día el sufrimiento de mi alma fue tan duro como pocas veces antes. Desde la mañana sentía en el alma como la separación del cuerpo con respecto al alma; sentía que Dios me penetraba totalmente, sentía en mí toda la justicia de Dios, sentía que estaba sola frente a Dios. Pensé que una sola palabra del director espiritual me calmaría completamente, pero ¿qué hacer?, él no estaba allí. Sin embargo decidí buscar luz en la confesión. Cuando descubrí mi alma, al sacerdote le entró miedo de seguir escuchando mi confesión, lo que me provocó un sufrimiento aún más grande. Cuando veo el temor de un sacerdote, entonces no obtengo ninguna tranquilidad interior, por eso decidí tratar de revelar mi alma en todo, desde la cosa más grande hasta la más pequeña, solamente ante el director espiritual y seguir estrictamente sus indicaciones.
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Jesús, en Vos confío