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«Faustina: La unión mística con Dios misericordioso»

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La devoción bien vivida abre un nuevo camino en la espiritualidad cristiana que nos lleva a una profunda y transformante unión con Dios. Ultima parte de la meditación de «La mística de la Divina Misericordia».

La Divina misericordia es un camino de santidad para todos, especialmente para los pecadores. Por eso la santa comienza su vida mística desde la conversión de los pecadores, quienes tienen derecho a la Divina Misericordia. A través de tal confianza y entrega al “Rey de la Misericordia” el cristiano se perfecciona, se purifica y crece, y puede hacerlo en un grado tanto mayor cuanto más se abra a la Divina Misericordia, pues en ese momento puede contener la ira del Creador. “No puedo castigar –dice Jesús- aunque alguien fuera el mayor pecador, si él suplica mi compasión, sino que lo justifico en mi insondable e impenetrable Misericordia.” (Diario 1146).
Esto lo expresa de una forma muy clara el Concilio Vaticano II diciendo que “el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24), es decir, la renuncia a su propia pecaminosidad en favor de la unión mística con la voluntad de Cristo. “Comprendí –dice la santa– que toda aspiración a la perfección y toda la santidad consisten en cumplir la voluntad de Dios. El perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios es la madurez en la santidad, aquí no hay lugar a dudas” (Diario 666, cfr. 678). “Mi santidad y perfección consisten en una estrecha unión de mi voluntad con la voluntad de Dios. Dios nunca violenta nuestro libre albedrío. De nosotros depende si queremos recibir la gracia de Dios o no; si vamos a colaborar con ella o la malgastamos.” (Diario 1107).

La devoción, escuela de espiritualidad

Por eso la Divina Misericordia puede ser llamada la escuela del desarrollo espiritual, es decir, de la configuración de la unión mística con Dios. No es un proceso fácil, porque –como sabemos– consiste en la cooperación del hombre con la gracia, así como en experimentar los sufrimientos espirituales de la purificación (cfr. Diario 981). La experiencia del amor misericordioso de Dios supone pues esta purificación dolorosa, que –como subraya la santa– tiene que darse, porque es una característica de la actuación de Dios (cfr. Diario 789). Esta experiencia es proporcional con la experiencia de la Divina Misericordia, porque libera de todo lo que no lleva a El, y al mismo tiempo es una condición de la unión mística con Dios misericordioso. El amor verdadero se mide con el termómetro de los sufrimientos (cfr. Diario 342).

Abrir el corazón a su Misericordia

Santa Faustina, por medio de las descripciones de sus vivencias, nos hace conscientes de que en la unión mística se encuentra la purificación pasiva de los sentidos y del espíritu. De forma intencionada no he pronunciando una conferencia sistemática analizando detalladamente el proceso de las experiencias dolorosas de la santa y solamente quise mostrar que después de este proceso se produce la apertura del alma a la Divina Misericordia, llenándola y transformándola en sí (cfr. Diario 1248).
Por consiguiente, gracias al amor misericordioso, y por medio de él, el cristiano es capaz de adquirir y crecer en la unión mística con la misericordia de Dios, llevando esto consigo que en el alma humana se produzca el progreso en el amor. Cuanto más se eliminan las imperfecciones tanto más Dios se entrega al alma. Cuanto más el alma haya avanzado en el amor misericordioso, es decir, se haya unificado con la voluntad de Dios, con su misericordia, tanto más “totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente”.
Por consiguiente el amor misericordioso en el proceso de la unión mística desempeña la función de unificar al cristiano con Dios, y al mismo tiempo de transformarle. El ser humano en este estado ama a Dios por El mismo, lo ama sencillamente porque es Amor (cfr. Diario 1487). Tal alma, purificada por el sufrimiento, acepta el Amor Misericordioso que la lleva a la conformidad con su voluntad. Las palabras “Hágase en mí, oh Dios, no según lo que yo quiera sino según tu voluntad… pronunciadas del fondo del corazón en un solo instante elevan al alma a las cumbres de la santidad.” (Diario 1487). Por ello –dirá Jesús– “en un alma que vive exclusivamente de mi amor Yo reino como en el Cielo. Mi ojo vela sobre ella día y noche y encuentro en ella mi complacencia y mi oído está atento a las súplicas y el murmullo de su corazón y muchas veces anticipo sus ruegos” (Diario 1489). Se llega entonces a una intimidad mística profunda que se caracteriza por la incesante conversación interior con Dios misericordioso, al cual ama de manera pura y por encima de todo así como por el deseo vivo para que todos alcancen su misericordia consiguiendo el estado de la unión mística.

El devoto debe aspirar a la santidad

Por eso el cristiano ha de ser santo para poder practicar la Divina Misericordia de la forma más perfecta. La experiencia de la unión con Dios a través de la vivencia del misterio del amor misericordioso e infinito, le permitía a Faustina emprender la misión de proclamar la Divina Misericordia (cfr. Diario 883). El sentimiento de la unión con Dios fue para ella la vivencia del amor mutuo que llenaba el corazón con el amor que concede la paz interior: “Amo hasta la locura y siento que soy amada por Dios” (Diario 411). La culminación de la vivencia de este amor misericordioso fue la “fusión total” con Dios con el carácter de la predilección mutua, gracias a la cual Dios habita en el hombre y el hombre en Dios. “Vi una gran complacencia de Dios hacia mí e igualmente mi espíritu se sumergió en El” (Diario 137). Así pues la unión mística con Dios misericordioso fue para ella la culminación de la unión total.
Por eso Jesús le manda a Faustina: “Di que soy el Amor y la Misericordia misma” (Diario 1074). En estas palabras del Salvador se contiene toda la mística –el Padre fue representado en su océano insondable del amor y de la misericordia. La única llave para abrir esta misericordia es el acto de la confianza: “Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracias que ella no puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas” (ibídem). De esto resulta que Jesús no solamente nos acerca la misericordia del Padre, sino que El mismo es la presencia y la encarnación de la misericordia del Padre.

Colaborar con El en la Cruz

En El el amor misericordioso de Dios tomó la forma del sacrificio. “Durante la Santa Misa –escribe la santa– vi al Señor Jesús clavado en la Cruz, entre según tu voluntad… pronunciadas del fondo del corazón en un solo instante elevan al alma a las cumbres de la santidad.” (Diario 1487). Por ello –dirá Jesús– “en un alma que vive exclusivamente de mi amor Yo reino como en el Cielo. Mi ojo vela sobre ella día y noche y encuentro en ella mi complacencia y mi oído está atento a las súplicas y el murmullo de su corazón y muchas veces anticipo sus ruegos” (Diario 1489). Se llega entonces a una intimidad mística profunda que se caracteriza por la incesante conversación interior con Dios misericordioso, al cual ama de manera pura y por encima de todo así como por el deseo vivo para que todos alcancen su misericordia consiguiendo el estado de la unión mística.
El devoto debe aspirar a la santidad. Por eso el cristiano ha de ser santo para poder practicar la Divina Misericordia de la forma más perfecta. La experiencia de la unión con Dios a través de la vivencia del misterio del amor misericordioso e infinito, le permitía a Faustina emprender la misión de proclamar la Divina Misericordia (cfr. Diario 883). El sentimiento de la unión con Dios fue para ella la vivencia del amor mutuo que llenaba el corazón con el amor que concede la paz interior: “Amo hasta la locura y siento que soy amada por Dios” (Diario 411). La culminación de la vivencia de este amor misericordioso fue la “fusión total” con Dios con el carácter de la predilección mutua, gracias a la cual Dios habita en el hombre y el hombre en Dios. “Vi una gran complacencia de Dios hacia mí e igualmente mi espíritu se sumergió en El”
(Diario 137). Así pues la unión mística con Dios misericordioso fue para ella la culminación de la unión total.
Por eso Jesús le manda a Faustina: “Di que soy el Amor y la Misericordia misma” (Diario 1074). En estas palabras del Salvador se contiene toda la mística –el Padre fue representado en su océano insondable del amor y de la misericordia. La única llave para abrir esta misericordia es el acto de la confianza: “Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracias que ella no puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas” (ibídem). De esto resulta que Jesús no solamente nos acerca la misericordia del Padre, sino que El mismo es la presencia y la encarnación de la misericordia del Padre.

Colaborar con El en la Cruz

En El el amor misericordioso de Dios tomó la forma del sacrificio. “Durante la Santa Misa –escribe la santa– vi al Señor Jesús clavado en la Cruz, entre éste es el más grande atributo de Dios” (Diario 180). Este atributo une a la criatura con el Creador (cfr. ibídem) en la unión mística. El cristiano está llamado al cumplimiento de la santidad cuyo don recibió en el acto de la creación confirmado en el acto del misterio pascual, para el cual la única norma de la vida es Cristo misericordioso en el camino de la unión mística con El (cfr. Diario 723).
Mediante la misericordia el hombre es elevado a la culminación de su dignidad, es decir, su santidad, porque se convierte en hijo adoptivo, en heredero del Cielo.
Llega a serlo entonces cuando se abre al amor misericordioso de Dios. Según Faustina el hombre extrae de su “insondable misericordia”, extrae de “la abundancia de la justificación y de la santidad a la que un alma puede llegar” (Diario 1122). Y añade “nos eleva hasta su divinidad” Diario 1172). “Nos has elevado a tu divinidad a través de tu humillación; es el exceso de tu amor, es el abismo de tu misericordia. Los Cielos se asombran de este exceso de tu amor, ahora nadie tiene miedo de acercarse a Ti. Tú eres Dios de la misericordia, tienes piedad de la miseria, eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo. Tú eres nuestro Padre y nosotros por tu gracia somos tus hijos.
Sea glorificada tu misericordia por haberte dignado descender a nosotros.” (Diario 1745; cfr. 1182; 60).

Nuestra única esperanza

La misericordia de Dios, expresada en Jesús, revela la fuente de la santidad a la cual tiene acceso cada hombre. En ella debería buscar “la fuerza y la luz” en el camino de la vida mística (cfr. Diario 654) a ejemplo de la santa: “No espero ayuda de parte de los hombres, sino que tengo mi confianza en Dios; en su insondable misericordia está toda mi esperanza” (Diario 681). Porque Jesús Misericordioso es al mismo tiempo el Jesús Crucificado, cuyo sacrificio en la Cruz no solamente revela la misericordia sino que concede la santidad: “A las almas que meditan devotamente mi Pasión, les concedo el mayor número de gracias” (Diario 737).
“La meditación de mis dolorosas llagas es de gran provecho para ti y a Mí me da una gran alegría” (Diario 369).
“Mi corazón sufre –dice Jesús– a causa de que ni las almas elegidas entienden lo grande que es mi misericordia; en su relación [conmigo] en cierto modo hay desconfianza. Oh, cuánto esto hiere mi corazón. Recordad mi Pasión y si no creéis en mis palabras, creed al menos en mis llagas” (Diario 379).
“Cuando estabas muriendo en la cruz –escribe Faustina– en aquel momento nos donaste la vida eterna; al haber permitido abrir tu sacratísimo costado nos abriste una inagotable fuente de tu misericordia; nos ofreciste lo más valioso que tenías, es decir, la sangre y el agua de tu corazón” (Diario 1747).
La mística es consciente de que Dios pudo con una palabra, con un suspiro, salvar el mundo, pero por el amor misericordioso hacia la humanidad se entregó a “tan asombrosa pasión” (ibídem) en la cual se revela como tremendum et fascinans.

Jesús hace la obra, aceptémoslo

La mística de la misericordia nos dice que Jesús santifica al hombre (cfr. Diario 1578); que da la vida eterna: “Antes el cielo y la tierra se vuelven a la nada, que mi Misericordia deje de abrazar a un alma confiada” (Diario 1777); por su gracia el hombre es partícipe de la vida eterna y de todos los dones (cfr. Diario 1559). Esto significa al mismo tiempo la aceptación del amor misericordioso de Dios –por medio de una fe fuerte en su bondad y por la total confianza en El (cfr. Diario 453). “No me agrada el alma que se deja llevar por inútiles temores” (ibídem). El alma unida a Dios no debe tener miedo ni temblar (cfr. ibídem), porque su amor la hace semejante a Dios. En cambio el amor misericordioso de Dios, elevando al hombre a la unión mística, causa la transformación espiritual, haciéndolo un “hombre nuevo”. Esto se lleva a cabo por la gracia de Jesús que es la gracia “salvadora y santificante” (Diario 1777). Por eso a Cristo le duele que las almas no quieran recibir sus gracias: “Como Rey de misericordia deseo colmar las almas de gracias, pero no quieren aceptarlas” (Diario 367); “Hija mía, toma las gracias que la gente desprecia” (Diario 454). En virtud de estas gracias Cristo abrió al hombre un camino nuevo para experimentar su amor misericordioso en el estado más pleno de la santidad, es decir, en la unión mística con El (cfr. Diario 1560).
La mística de la misericordia descubre la verdad de que el logro de la santidad plena por el hombre consiste en la realización total del amor misericordioso de Cristo. Entonces Jesús lo llena de su amor misericordioso hasta este grado (cfr. 1017, 401), para que pueda alcanzar el estado de la unión mística con El.
Pbro. Stanisław Urbanski

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