InicioQué es la Divina Misericordia"Faustina: ¿Por qué no oímos?"

«Faustina: ¿Por qué no oímos?»

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El Señor nos habla y llama a través de las penas y gemidos del prójimo. Suplicamos vernos libres, superar nuestros obstáculos que nos impiden tener en cuenta las necesidades del prójimo.

Recordemos brevemente lo que pide santa Faustina para poder, luego, analizar lo que se opone a ello, es decir, porqué suplica, de qué quiere verse libre y por lo cual pide auxilio. En estas pocas palabras podemos encontrar todo un programa de vida ascética y lucha espiritual.
Esta es la súplica de santa Faustina (D-163): “Ayúdame a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos”.
Es propio del oído misericordioso estar atento a las necesidades ajenas. Santa Faustina no pide un lujo o gracia extraordinaria sino lo que es propio de alguien misericordioso, es decir, un deber nuestro.
Este surge del hecho y conciencia de que el Señor nos manda ser misericordiosos como el Padre Eterno (Lc 6, 36). Luego, por su fidelidad y sobre todo por una gracia especial dada a santa Faustina, ella comprenderá mejor cuán grande es este atributo divino y su encendido deseo de imitarlo y de que pase a través de ella.
Reitero, con santa Faustina debemos suplicar para llegar a ser lo que debemos. No es un agregado a nuestra vida espiritual ni un bello detalle para almas más sensibles o con más don de gente. Es la meta de nuestra vida: ser como Cristo.

Las necesidades del prójimo

Tomar en cuenta, llevar cuenta, involucrarme en las necesidades de mi prójimo. Como sabemos esto implica “perder” tiempo, emplear tiempo que tengo dedicado a otras cosas para dedicarlo a los demás. Es posponerme, es renunciar a muchas cosas buenas, lícitas e incluso necesarias (como mi descanso, mi recreación, etc.) para ocuparme de necesidades de los demás, que por ello mismo estoy dándole un lugar más relevante que las mías propias.
Esto implica un crecimiento no solo del amor y la misericordia sino de la humildad. El amor sabe hacer todo esto.
Vemos que la misericordia no se ejerce por sobrar el tiempo, sino por posponer y hasta “eliminar” nuestros tiempos, gustos y necesidades por las de cualquier otra persona. Y por supuesto, “cualquier” necesidad. Santa Faustina no dice solo “las necesidades importantes”, sino todo tipo de necesidad. Porque el corazón misericordioso no ve lo material de la necesidad sino al alma que se lo pide. Y cuando nosotros, o un padre o madre para con su hijo, no prestamos atención no es un descuido de la “necesidad concreta” sino de la persona necesitada. Y sí, una pequeñísima necesidad ajena debe ser atendida con misericordia, aún posponiendo las nuestras, como hacían los santos y la misma santa Faustina cuando llegaba aniquilada, enferma, a descansar y era solicitada para cualquier favor (D-285, 1029).
Por otro lado, esta súplica pide involucrarse en las necesidades. Como ya comentamos, son las necesidades reales y permanentes, no solo las que yo vea o escuche. Esto último lo pedirá en la siguiente expresión “penas y gemidos”.
Pero las necesidades están las oiga o no, así viaje al otro extremo de la tierra, ellas seguirán estando y reclamando de mí algo, auxilio, oración, etc.

Las penas y gemidos

Santa Faustina es muy explícita en esta plegaria, o diríamos más bien que muy iluminada e inspirada por el Señor. No deja nada, ningún aspecto ni detalle sin abarcar en la verdadera misericordia. Por ello establece la clara diferencia entre penas y gemidos.
Penas es lo que se padece, lo que se sufre. Podríamos decir lo que provoca algún dolor en nosotros. Podríamos agregar, sin pretender ser taxativos ni exhaustivos, que penas son las de las necesidades básicas de la persona (materiales, afectivas, morales, etc.).
Gemidos abarcaría más bien los anhelos profundos del alma, sus deseos, sus expectativas, sus reclamos. No solo se padecen como las penas sino que llevan a una expresión y exteriorización, e involucran más a la persona puesto que la lleva a gemir. Cierto que puede haber gemidos silenciosos, clamores de las almas que no se ven ni se escuchan.
Penas podrían ser todos los sufrimientos que se padece (penurias), gemidos pueden ser de la desigualdad, el maltrato, la injusticia, etc.
Todo esto debe ser objeto de nuestro interés y preocupación. Todo esto debe pesar en nuestro corazón. Y no solo dolerle o molestarle sino más bien implicarlo en su solución y alivio o consuelo.
Si ambas cosas son aflictivas en esta vida, cuánto más lo serán en el Purgatorio. E infinitamente peor aún en el Infierno, y por siempre. Por eso debemos aplicarnos a librar a las almas de las penas y gemidos eternos del Infierno.

Nuestros obstáculos

Santa Faustina nos enseña a suplicar y a trabajar porque el pecado original ha dejado en nosotros muchos y grandes obstáculos que nos impiden amar y ser misericordiosos.
Sobre esta dimensión propiamente, la de tener oídos misericordiosos, los obstáculos más frecuentes son: el pecado u olvido de nuestra vocación eterna, la soberbia, la indiferencia (o egoísmo), la justicia mal entendida, el desprecio, la seducción del bienestar. Podríamos enumerar muchísimas pero centrémonos brevemente en estas que manifiestan las distintas actitudes u obstáculos que se oponen a la misericordia.
-El pecado u olvido de nuestra vocación eterna: falta de fe, de visión sobrenatural, que nos hace olvidar que todos los hombres son llamados a la vida eterna, que son amados por Dios, que deben salvarse y que con todos se identifica el Señor. Es decir, en todo ser humano el que es amado o despreciado es el Señor. Esto nada tiene que ver con los que inventan que todas las religiones sean iguales. Esto indica, como Cristo lo reveló, que todos hemos recibido la imagen de Dios, pero se perdió la semejanza por el pecado original. Es decir, es una cuestión de fe, la más importante que las posteriores actitudes. Podemos corregir, luego, nuestros defectos y egoísmos, pero con un solo pecado mortal faltamos no solo contra Dios sino contra toda la Iglesia (purgante y militante), y contra toda la humanidad (por nuestra responsabilidad superior de hijos de Dios). Es así porque por la comunión de los santos y nuestra responsabilidad en el mundo afectamos, privamos de un gran bien, de una bendición, cada vez que pecamos; como también con cada acto de virtud hecho en estado de gracia beneficiamos a toda la Iglesia y al mundo entero (como también pedimos en la Coronilla).
-Soberbia: no atiendo a las necesidades ajenas porque las mías son más importantes.
No tengo porqué hacerme cargo de los demás.
-Indiferencia: que cada uno vea por lo suyo (egoísmo); no puedo solucionar “todos los problemas”.
-Justicia mal entendida: por algo le pasa eso, “Dios lo permite”, Dios la está castigando, purificando, etc.
O bien: “a mí nadie me ayuda, yo tampoco ayudo”.
-Desprecio (juicios o prejuicios): no los ayudamos por ser “inferiores”, por no presentar ningún interés para nosotros; ya sea por su pobreza, por su ropa, por ser desagradable, molesto, inculto, pecador público, etc.
-Seducción del bienestar: es tanta la preocupación por el bienestar que no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades del prójimo, a menos que exploten y nos involucre ineludiblemente. Y cuando hay problemas nos alejamos de los “amigos” necesitados.
Es decir, vivir para las cosas y amistades placenteras.

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