Durante este tiempo de soledad al que Jesús la había conducido, El mismo continuó
educando a Su querida hija y le permitió penetrar en misterios incomprensibles.
823 – Ofrecí el día de hoy por los sacerdotes; hoy he sufrido más que cualquier otro día, interior y exteriormente. No sabía que era posible sufrir tanto en un solo día. Traté de hacer la Hora Santa en la que mi espíritu ha probado la amargura del Huerto de los Olivos. Lucho sola, sostenida por su brazo, contra toda clase de dificultades que se presentan delante de mí como muros inmóviles, sin embargo tengo confianza en la potencia de su nombre y no tengo miedo de nada.
810 – Pasado ya el mediodía, cuando entré en la sala vi a una persona agonizante y supe que la agonía había empezado en la noche. Después de haberlo verificado supe que había sido cuando se me pidió rezar. De repente oí en el alma la voz: “Reza la coronilla que te he enseñado”. Corrí a buscar el rosario y me arrodillé junto a la agonizante y con todo el ardor de mi espíritu me puse a rezar esta coronilla. De súbito la agonizante abrió los ojos y me miró, y no alcancé a rezar toda la coronilla porque ella murió con una misteriosa serenidad. Pedí ardientemente al Señor que cumpliera la promesa que me había dado por rezar la coronilla. El Señor me hizo saber que aquella alma recibió la gracia que el Señor me había prometido. Aquella alma fue la primera en experimentar la promesa del Señor.
Sentí cómo la fortaleza de la misericordia cubría aquella alma.
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Jesús, en Vos confío