Estimados lectores: luego de haber finalizado la entrega de “¿Qué es la misa?” -una serie de reflexiones sobre la misa destinada al público adulto-, iniciamos ahora una nueva serie, llamada “Vamos al sacrificio de Jesús”: se trata de reflexiones sobre la misa, pero esta vez, destinada al público infantil y juvenil. Al igual que en la serie anterior, el orden que seguiremos es el del Misal Romano. Recomendamos a los papás que lean y mediten junto a sus hijos, para hacerles más accesible la lectura y la comprensión de los textos a los niños y jóvenes.
Un libro grande y rojo en el altar
Para celebrar la misa el sacerdote usa un libro grande y rojo que se llama Misal Romano. ¿Por qué se llama así? Se llama “Misal”, porque es el libro que tiene todas las oraciones que el sacerdote tiene que rezar en la misa. Se llama “Romano”, porque el libro fue aprobado en Roma, la hermosa ciudad en donde vive el Santo Padre. Todos los sacerdotes que aman a Jesús usan el Misal, rezando las oraciones que están ahí escritas, sin agregar nada y sin quitar nada y fue el papa, de parte de Jesús, quien dijo que se podía usar el Misal. Sin el Misal, no se puede celebrar la misa, y la misa tiene que ser como dice el Misal, para que Jesús esté siempre contento.
El sacrificio de la cruz y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. Son idénticas la víctima y el oferente, y solo es distinto el modo de ofrecerse: de manera cruenta en la cruz, incruenta en la Eucaristía. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 280)
Comienza la Santa Misa, que se llama también “sacrificio”,
porque asistir a misa es como subir al calvario con Jesús
Llegamos a la iglesia, y entramos en el templo. Al entrar, lo primero que nos llama la atención es el altar, que es donde el sacerdote celebrará la Santa Misa. El altar es el lugar más importante de la iglesia después del sagrario, porque allí bajará Jesús desde el Cielo en unos minutos más. La misa es un hermoso misterio, porque es el mismo sacrificio de Jesús en la cruz, en el monte Calvario, de hace 2.000 años; la única diferencia es que en el monte Calvario, los que estaban viendo a Jesús en la cruz, veían cómo salía su Sangre de sus heridas; en la misa, estamos delante de Jesús Crucificado, pero no vemos ni su Sangre ni sus heridas. Este es el motivo por el cual el Catecismo (n. 280) nos enseña que la misa se llama “sacrificio de la Eucaristía” , y es el mismo sacrificio de la cruz. Antes que viniera Jesús, en el templo se sacrificaban corderitos para Dios; en la misa, el que se sacrifica en la cruz es Jesús, el Cordero de Dios, por nuestra salvación. En otras palabras, en la misa el sacrificio de Jesús en la cruz se hace realidad sobre el altar.
Estamos en la misa como la Virgen y san Juan estuvieron al pie de la cruz, cuando Jesús moría en la cruz. Junto con nosotros, hay muchas personas que también están en misa y que no vemos con los ojos del cuerpo; están invisibles, pero están: los ángeles del Cielo y nuestros ángeles de la guarda, los santos, la Virgen y, por supuesto, Jesús, que desde el cielo bajará a la Eucaristía. Es un misterio que no podemos comprender con la mente, sino que debemos aceptarlo por la fe, por eso se llama Misterio de la Fe.
Venimos entonces a misa, para asistir al sacrificio en cruz de Jesús y lo hacemos, por lo general, acompañados de nuestros padres y hermanos; también podemos venir con nuestros amigos y, en algunas ocasiones, tal vez solos. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Muchos dirán: “¡Caminando!”, o “¡En auto!”, pero la verdad es que no nos trajo el auto de papá, ni fueron nuestras piernas las que nos trajeron hasta el templo: ¡nos trajo el Espíritu Santo!.
Fue El, el Amor de Dios, quien, en el silencio, sin palabras, nos invitó para que viniéramos a misa. Aunque no nos demos cuenta, la misa es una invitación del amor de Dios y asistir a misa es responder con un “sí” al Espíritu Santo, el amor de Dios. Y al revés también es verdad: no asistir a misa, es decirle “no” al amor de Dios. ¡Qué pena, cuando alguien dice que no al Espíritu Santo, que lo invita a asistir a misa el domingo! Dejan de lado la Santa Misa por las cosas de la tierra, como por ejemplo, el deporte, la diversión, el paseo, el descanso… ¿No se dan cuenta que todas estas cosas de la tierra, comparadas con la Santa Misa, son igual a la nada? A los que prefieren los atractivos del mundo, sobre todo los días domingos, abandonando la misa por cosas que hoy están y mañana no, les dice san Leonardo de Puerto Mauricio: “Oh gente engañada, ¿qué están haciendo? ¿Por qué no se apresuran a las iglesias a oír tantas misas como puedan? ¿Por qué no imitan a los ángeles, quienes cuando se celebra una misa, bajan en escuadrones desde el Paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración, para interceder por nosotros?”.
¡Cuánto agradecemos al Espíritu Santo que nos ha invitado y nos ha traído a la Santa Misa! Es un gran honor, porque asistir a la misa es como asistir al sacrificio de Jesús en la cruz, como dice santo Tomás: “La Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la cruz”. Movidos por el Espíritu Santo, le pidamos a la Virgen, la mamá de Jesús, que no permita que en nuestro corazón el amor a la misa y a la Eucaristía sea desplazado por el amor a los placeres y a las diversiones terrenas.
Entonces, reunidos por el Espíritu Santo en la iglesia el día domingo –como el anciano Simeón, que acudió al templo “movido por el Espíritu” (cfr. Lc 2, 27) para encontrarse con el Niño Jesús, quien era llevado en brazos por su mamá, la Virgen-, antes de que la misa comience, nos preparamos con ansias porque algo hermoso está por suceder: Dios, que es Amor infinito, ¡nos va a hablar a través de la Biblia! Y como si eso fuera poco, ¡va a bajar desde el Cielo, para venir a nuestro encuentro y entrar en nuestro corazón por la Eucaristía!.
La misa es un encuentro de amor con Dios, que por mí baja del Cielo a la Eucaristía. La misa es algo tan misterioso y maravilloso, venido del Amor de Dios, que no vemos la hora de que empiece. Y puesto que fuimos invitados por el Espíritu Santo, le rezamos a El en acción de gracias por su invitación, pidiéndole al mismo tiempo que nos ilumine con su luz y nos dé su Amor para que podamos aprovechar y gozar al máximo esta grandiosa obra de nuestra salvación que es la Santa Misa: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía, Señor, tu Espíritu, y todo será creado y renovarás la faz de la tierra”.
Cantamos a Jesús que bajará desde el Cielo con su cruz
La misa comienza con un canto, porque con el canto expresamos nuestra alegría y nuestro amor al Dios de Amor infinito que dentro de un rato va a bajar del Cielo al altar y a la Eucaristía.
¿Y qué cantos cantamos en la misa? Tiene que ser un canto que se pueda cantar sólo en la misa, y no en otros lugares, porque la canción tiene que ser según la ocasión. ¿Cantaríamos el “Feliz cumpleaños” en la cancha de fútbol? ¿O el “Arroz con leche” en un casamiento? ¿Qué pasaría si cantáramos una canción de cuna en Navidad? ¿O una canción de rock antes de dormir? Cada cosa ocupa su lugar, y también el canto de la misa, por eso tenemos que elegir bien qué es lo que le vamos a cantar a Jesús, que por nosotros y para darnos su amor, baja desde el Cielo, con su cruz, al altar.
No podemos cantar cualquier clase de canto: tiene que ser el más lindo de todos, y el que más nos ayude a elevar el corazón hasta el altar, que es una parte del cielo en la tierra, para que cuando Jesús llegue, nos encuentre felices de recibirlo.
Hay muchos cantos religiosos y dentro de estos, hay uno que se llama “gregoriano”, llamado así por un papa que se llamaba Gregorio y que vivió hace mucho tiempo, entre los años 540 y 604 de la era cristiana.
El fue el que hizo los arreglos que hacían falta y lo dejó para que la Iglesia lo use como el canto para la misa.
El sacerdote besa el altar que representa a Jesús.
Antes de comenzar la Santa Misa, el sacerdote besa el altar, y luego se persigna, diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
“En el nombre” quiere decir que quien nos ha llamado es Dios, que es Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo y que estamos haciendo lo que Dios quiere que hagamos, que es participar de la Santa Misa. En nombre de las Tres Divinas Personas es que comenzamos a participar de la misa, el santo sacrificio del altar.
Luego, vemos que el sacerdote besa el altar. ¿Por qué el sacerdote besa el altar? Lo hace por el mismo motivo por el cual un hijo besa a su mamá o a su papá: porque el beso es una muestra de cariño y de afecto y como el altar representa a Jesucristo, significa que el sacerdote saluda a Jesús con amor, como cuando un hijo da un beso a su madre o a su padre. Pero no siempre un beso es muestra de cariño y afecto. Por ejemplo, en la Biblia se narra que, antes que lo pusieran preso a Jesús, cuando Jesús estaba en el Huerto de los Olivos, después de haber rezado tres horas pidiendo por la salvación de todos nosotros, se acercó Judas Iscariote, y saludó a Jesús con un beso en la mejilla. Pero este saludo no era de cariño y afecto, sino que era sólo una señal para que apresaran a Jesús, porque Judas ya había vendido a Jesús por 30 monedas de plata, y les había dicho que aquél al que él diera un beso, a ese lo debían apresar, porque ese era Jesús. A diferencia del sacerdote, que besa el altar con amor, como un hijo besa a su padre o a su madre, porque el altar representa a Jesús,
Judas saludó a Jesús con un beso, pero con el corazón frío y duro como una piedra, sin amor.
Cuando Jesús lo vio venir a Judas, le dijo: “Amigo, ¿a qué has venido?”. Y Judas le respondió con un beso de traición, como si le dijera: “He venido a entregarte a tus enemigos, porque he preferido la compañía de los hombres malos, antes que tu compañía; he preferido oír el ruido que hacen las monedas de plata, cuando se las tiene entre las manos, antes que oír los latidos de tu Sagrado Corazón; he preferido la oscuridad a la luz; he venido a traicionarte”. Y Jesús, sabiendo que Judas lo había traicionado, y que con eso se apartaba de El para siempre, no le hace ningún reproche, no le dice nada, y
responde devolviéndole el saludo, pero con una tristeza enorme en el corazón, porque sabía que Judas ya no lo quería más; sabía que Judas quería más al dinero que a El. Jesús sabía que Judas estaba en pecado mortal cuando se acercó a saludarlo pero a pesar de eso, no le negó el saludo, aunque se quedó muy triste, porque Judas dejaba de ser su amigo para siempre.
Si alguien veía la escena de afuera, Judas Iscariote parecía amigo de Jesús, porque lo saludo con una muestra de afecto y cariño, como es el beso en la mejilla. Pero Jesús sabía toda la verdad, sabía de la traición de Judas.
Jesús hace la misma pregunta al sacerdote, cuando se acerca a besar el altar, y también a todos los que vienen a misa, y cuando alguien se acerca a comulgar:
“Amigo, ¿a qué has venido?”. ¿Has venido a recibirme con el alma en gracia y con el corazón lleno de amor para que Yo entre en él? ¿Has venido con un corazón puro? ¿Has venido a misa con un corazón manso y humilde como el mío? ¿Te has reconciliado con tu hermano antes de acercarte a Mí? Salúdame con un beso si has venido dispuesto a amarme a mí y a tu prójimo como Yo te he amado: hasta la muerte de Cruz”.
(Continuará)
Sitio del P. Álvaro: NACER, Niños
Adoradores de Cristo Eucaristía,
http://infantesyjovenesadoradores.bl
ogspot.com.ar
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Jesús, en Vos confío