Incentivemos en nuestros niños su amor a la Santa Eucaristía; Enseñémosles que Jesús
sea su mejor amigo y que, desde muy pequeños, aprendan a amarlo con todo su corazón.
Para reflexionar con los más chicos
¡Cuántos niños en la historia de la Iglesia han encontrado en la Eucaristía una fuente de fuerza espiritual, a veces, incluso heroica! ¿Cómo no recordar, por ejemplo, los niños y niñas santos que vivieron en los primeros siglos y que aún hoy son conocidos y venerados en toda la Iglesia?
Santa Inés, que vivió en Roma; santa Agueda, martirizada en Sicilia; san Tarsicio, un muchacho llamado con razón el mártir de la Eucaristía, porque prefirió morir antes que entregar a Jesús sacramentado, a quien llevaba consigo. Y así, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, no han faltado niños y muchachos santos y beatos de la Iglesia. Al igual que Jesús, también María, la Madre de Jesús, ha dirigido siempre en el curso de la historia su atención maternal a los pequeños.
Pensad en santa Bernardita de Lourdes, en los niños de La Salette y, ya en este siglo, en Lucía, Francisco y Jacinta de Fátima… ¡Alabad el nombre del Señor!
Y tú, divino Niño, levanta tu mano y bendice a estos pequeños amigos tuyos, bendice a todos los niños de la tierra.
Un relato para contarlo
Una religiosa me cuenta el siguiente testimonio, ocurrido a una niña de 4 años. Esta niña había sido bautizada, pero sus padres eran no creyentes y no practicantes. Apenas si la niña podía conocer el nombre de Jesús, por haberlo oído ocasionalmente alguna vez a otras personas. Un día, la familia va en gira turística a otra ciudad. Entre los lugares turísticos desean visitar una iglesia. Pero, en el momento en que llegan, el párroco está cerrando la puerta y piensan retirarse para no ser inoportunos.
Sin embargo, la niña se pone a llorar, diciendo: Jesús, Jesús, Jesús… El párroco, al escucharla llorar, se acerca a la familia y accede a abrir la puerta y a explicarles las obras de arte de la iglesia. Pero a la niña no le interesa lo que dice, sino que apunta con el dedo al sagrario y sigue diciendo: Jesús, Jesús, Jesús…, dejando asombrados a sus padres, que nunca le habían hablado de que allí en la Eucaristía estuviera Jesús. La pequeña sentía una misteriosa fuerza de atracción hacia el sagrario y no se detuvo hasta que estuvo delante de él y pudo sonreír a Jesús, y mandarle besos con amor. El párroco se quedó asombrado y su familia mucho más.
La Eucaristía es la máxima cercanía de Dios a los hombres, es la presencia más cercana, más intensa y más profunda. Ninguna otra presencia de Dios en el mundo, ni siquiera a través de su Palabra, puede ser mayor y más eficaz para nosotros.
(P. Angel Peña O.A.R./ Adaptación)
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Jesús, en Vos confío