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“Navega mar adentro”

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Cada dolor, cada herida de su Pasión fueron amorosamente queridas por Cristo para sanar y redimir cada una de nuestras heridas, fruto de nuestros pecados. Tercera parte. Aunque es y seguirá siendo para nosotros un misterio insondable, la contemplación de la Pasión de Cristo es posible para nosotros, a la vez que totalmente necesaria. Y podemos acceder a los tesoros de gracias del “Monte Calvario” por varios caminos.
Resumiremos las actitudes y beneficios generales que podemos y debemos beber de toda o cada uno de los momentos de la Pasión del Salvador. Es decir, éste no es una meditación sobre Sus padecimientos sino sobre el modo de profundizar en el Amor que Cristo nos manifestó en este misterio tan dulcísimo de su Pasión.


“Navega mar adentro”
Como bien sabemos, se trata de un misterio, de algo divino, infinitamente superior a algo solamente humano. No podemos ser superficiales ni pretender “cumplir” con dos o tres frases piadosas o jaculatorias “poderosas” … Y el mismo Señor se lo dice a santa Faustina: debe “sumergirse” en su Pasión, en sus dolores, en su agonía (cfr. Diario, n. 1320, 1572).
Debemos entrar en ella en profundidad porque allí encontramos una fuente inmensa de gracias. En el Crucificado vemos la fuerza de un amor que es capaz de transformar al hombre, el fuego de un amor que inflama el mundo y realiza la conquista de todos los corazones con obras de amor y paz. En el Tratado del amor de Dios (de san Francisco de Sales), percibimos cómo la clave para comprender la Pasión no es otra que el amor. Se trata de un misterio de amor pues Jesús “más amó que padeció” y por eso san Juan de Ávila expresa que es tanto lo que supera la Pasión de Cristo al pecado del hombre que es imposible que esté en función de él, es decir, que haya padecido sólo para librarnos de él. Y es que precisamente el abajamiento del Verbo no fue una decisión histórica en función del pecado, sino que se sitúa también en la eternidad de la Trinidad, en el amor del Padre y del Hijo. Por esto la Pasión tiene tanta carga redentora y santificadora. Se trata de la máxima expresión de amor, pero no movida por el pecado, sino que ya se encontraba en el corazón de la Trinidad, en el mismo Corazón del Padre. Y el Corazón del Padre es su propio Hijo entregado por amor y al que podemos recibir en la Eucaristía y por el que nos incorporamos al mismo Dios, a su intimidad.


Cómo llegar a lo profundo
Pero ¿cómo acceder a este misterio de amor manifestado en la Pasión de Cristo? San Juan de Ávila da gran valor a la contemplación de las Llagas de Cristo.
Convierte las Llagas en una referencia permanente para entrar en la intimidad de Cristo en su Pasión. Por ellas se acentúa la confianza en la redención salvífica de Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. La contemplación de las llagas para el santo no es desde una perspectiva dolorista, sino desde el misterio del amor de Jesucristo, un amor que le hace darse hasta el extremo. El contempla las Llagas de Cristo desde seis perspectivas distintas, pero al mismo tiempo complementarias, las cuales desarrollaremos en los siguientes artículos.
No olvidemos que, en definitiva, las Llagas son sólo una muestra de la riqueza insondable del amor de Cristo pues como dice el santo: “Muy mayor amor le quedaba encerrado en las entrañas de lo que nos mostró acá de fuera en sus llagas”.

Con toda mansedumbre, el Cordero se dejo abrir su Cuerpo en incontables Llagas porque con ellas nos salvaba.

Las llagas de Cristo: lugar de nuestro refugio

Para introducirnos en tanto misterio es necesario no sólo el “trabajo” espiritual de la oración, al momento de meditar, sino el camino de la misma vida, despojándonos de los otros ruidos que nos distraen y seducen. Para refugiarnos en sus Llagas, es necesario ese “no tener que ver con el mundo”, es decir, con lo mundano, con todo aquello que no busca al Señor, que no lleva a Dios. La búsqueda de la honra humana e incluso la preocupación por sufrir una deshonra, separan del amor de Dios. El hombre para ser verdaderamente espiritual tiene que ser libre de ataduras y componendas humanas.
No es que rechace la carne, sino que más bien rechaza el tener su seguridad y refugio en lo de fuera, en aquello que al final se pudre, se gasta, se acaba. Pone la seguridad y el descanso en las Llagas del mismo Cristo.
Introduce aquí un aspecto más que proporciona este refugio: descanso. Las Llagas de Cristo están abiertas para proporcionar refugio y descanso a aquel que ha puesto toda su esperanza en el Reino de Dios, en las cosas del Cielo. Si Cristo es el amor único, nada podemos temer.
Los ruidos de este mundo no podrán arrancarnos la paz del corazón porque nuestra seguridad, descanso y refugio es el mismo Señor y la puerta para entrar en la intimidad con Él son sus Llagas.


Abiertas para la intimidad
Contemplando sus Llagas descubrimos el refugio que el mismo Dios nos ha abierto para nosotros, tan necesitados de seguridad y descanso. Sus Llagas, consideradas desde este punto, no son simplemente expresión de dolor, sino además son puertas abiertas para el amor y la intimidad. Las Llagas de Cristo son signo y señal de la verdadera vida que nunca se acaba. Una vida que comienza en nosotros por el sacramento del Bautismo. Las Llagas son antesala de la Iglesia, refugio y esperanza del pecador que encuentra en ella perdón, esperanza y redención.
Cuando hablamos de sus Llagas, no nos referimos sólo a las de manos, pies y costado, sino a todas en general o cualquiera en particular. Esta consideración nos ayuda a tener una actitud más profunda, reverente y amante, al acercarnos a meditar su Pasión, sea en la Hora la Misericordia, como cuando rezamos el Vía Crucis o los misterios dolorosos del santo Rosario.


Las llagas de Cristo: fuente de sanación y perdón

Sus heridas, abiertas por amor a nosotros, no sólo son un refugio donde protegerse y descansar, sino que además nos dan medicina, sanación y perdón, es decir, redención.
El hombre experimenta en lo más profundo del corazón la necesidad del perdón. Todo ser humano es consciente de su debilidad, aunque en algunos momentos desee disimularla. Existe esta tendencia al mal (la concupiscencia), fruto del pecado original. Y sufrimos el pecado como una enfermedad.
En definitiva, el pecado es el único mal verdadero. Es una ruptura con Dios, contra la naturaleza, contra la propia persona y su dignidad radical un acto contra la libertad misma y por tanto como una esclavitud a las pasiones desordenadas donde el corazón se encuentra preso del propio gusto y capricho. Por esto podemos decir que la experiencia de la misericordia es una sanación del corazón del hombre, de todos sus afectos y deseos. El pecado encierra, el perdón abre. El pecado esclaviza, el perdón libera.
Y es precisamente en la Pasión de Cristo donde nos encontramos con la victoria de la Misericordia.
Cristo vence donde el pecado manifiesta su violencia. En la hora de las tinieblas, el sacrificio de Cristo se convierte en la fuente de la que brotará inagotable perdón para nosotros.


Nos interpelan y educan
Las Llagas de Cristo son ese canal de gracia y misericordia por el que el pecador puede experimentar la sanación interior, el perdón y la paz. Como dice el apóstol san Pedro: “Sus heridas nos han curado” (1 Pe 2, 24). El mismo Señor manifiesta que las Fuentes de su Misericordia brotan de la Llaga de su Costado abierto por la lanza.
El pecador, pierde la fuerza y la vida de la gracia, poniendo en juego su misma salvación. Pero recupera la esperanza por las Llagas de Cristo. Porque esas Llagas son el signo más sensible del perdón que el Señor nos quiere regalar.
Son la “salud” que nuestra alma necesita. Y todo está en confiar en El, en abandonarse. La confianza en sus Llagas es el camino para experimentar el perdón.
Pero tengamos en cuenta que experimentar el perdón no es sólo recibir un aliciente, una caricia cuando deberíamos recibir un castigo. No. Acoger el perdón de Dios significa alegrarse por una nueva oportunidad para seguir viviendo y cambiar de vida. Significa que dejaremos de hacer aquello gracias al perdón recibido. Y allí se hace más necesario recibir el perdón y besar la mano del que nos perdona, y valorar cómo nos perdona: en la Cruz.
En Cristo crucificado el pecador encuentra una fuente de misericordia, pues todas y cada una de sus Llagas nos dicen que El quiere perdonarnos todos y cada tipo y cada uno de nuestros pecados.

En su Pasión-Eucaristía El mismo se hace nuestro refugio, donde hallamos salvación y descanso para nuestras almas.

 

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