Incentivemos en nuestros niños su amor a la Santa Eucaristía;
enseñémosles a orar ante el Sagrario y narrémosles los testimonios
de hechos milagrosos y prodigios eucarísticos.
En el año 1889, María Luisa Horeau, una jovencita de 19 años de edad, estaba tan ciega que no distinguía entre el día y la noche, por lo que necesitaba que la llevasen de la mano a todas partes, y aún que le diesen de comer.
Fue a Lourdes, pero como no pudieron aproximarse a la Gruta, se paró frente a la piscina, y rogó a una amiga y compañera suya que le avisara el momento preciso en que pasase por allí la procesión del Santísimo Sacramento.
Avisada de ello, cayó de rodillas y exclamó con todo el esfuerzo de su cristiana fe: «¡Señor, si quieres, puedes curarme! ¡Señor, que yo vea!» Dichas estas palabras, notó como una especie de resplandor vivísimo, y sintió un fuerte espasmo en los ojos; los abrió, y en seguida vio la gruta, la muchedumbre de peregrinos, y la sagrada Hostia que acababa de bendecirla, otorgándole la gracia deseada.
La joven María Luisa recobró la vista tan perfectamente, que distinguía los objetos más pequeños y sutiles.
El tribunal médico establecido en Lourdes examinó los ojos, y notó que había adquirido completa claridad y limpieza, certificando el milagro.
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Jesús, en Vos confío
