Morar en sus Llagas

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Estas divinas heridas de su Cuerpo y Corazón no son sólo un hospital donde curarnos y revivir, sino, sobre todo un lugar donde vivir y transformarnos. Cuarta parte.

Continuamos con otros aspectos muy profundos sobre cómo acercarnos al misterio de la Pasión de Cristo y cómo obtener más frutos de ella. Recordemos que no sólo debemos quedarnos en los sentimientos de dolor que, de hecho, ya son un altísimo tesoro, sino enriquecernos con todas las enseñanzas y gracias que el Señor mismo fue infundiendo en la Iglesia y los santos para hallar este tesoro escondido y esta perla preciosa.


Morada del alma
Otra actitud fundamental es la de buscar y hallar en la Pasión de Cristo nuestra morada. No ya como en los puntos anteriores (artículo de septiembre), como un refugio donde ponernos a salvo de varios peligros, sino como un lugar donde vivir permanentemente, poner nuestro descanso y sosiego. Todo esto también, extraído de los escritos de san Juan de Avila.
A la vez, y porque hemos hallado perdón en sus Llagas, encontramos por ello mismo una morada donde habitar, sabiéndonos amados.
Las Llagas de Cristo son una morada para el corazón que se abandona plenamente en El. Para san Juan de Avila la perseverancia en la fe y en el amor dependen de la confianza en las Llagas de Cristo, en su Pasión.
Morar en las Llagas de Cristo expresa un vínculo personal con Jesús, un vínculo de amor. Estar lo más cerca posible, estar en El es lo esencial en la vida cristiana. Esta confianza se convierte en un deseo fuerte de Dios y esto significa desear pertenecerle.


Vida y descanso del corazón

Las Llagas, y especialmente la Llaga del costado, son el lugar donde el alma enamorada debe vivir, debe permanecer, no sólo para ir de paso, sino que debe ser su verdadera casa, su verdadero reino, su vida. Escribe así el santo: “Sobre todo, metámonos, y no para luego salir, sino para morar, en las Llagas de Cristo, y principalmente en su costado, que allí en su Corazón, partido por nosotros, cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza de su Amor. Porque ¿quién, estando en el fuego, no se calentará siquiera un poquito? ¡Oh si allí morásemos, y qué bien nos iría! ¿Cuál es la causa por qué tan presto nos salimos de allí? ¿Por qué no tomamos estas cinco moradas en el alto monte de la Cruz, adonde Cristo se transfiguró, no en hermosura, sino en fealdad, en bajeza, en deshonra? Estas cinco moradas nos son otorgadas, y somos rogados con ellas, habiendo sido negadas a Pedro las tres que pedía (cf. Mc 9, 4)”.
Al hablar de poner nuestro hogar, nuestra morada en sus Llagas, no hablamos de alcanzar un lugar o momento de seguridad en el que podamos dormirnos tranquilos en el sentido carnal (“parar de sufrir”) o de comodidad o tibieza espiritual. Significa, primero, que no buscamos a la vez refugio ni morada en las cosas de este mundo: ni en los afectos, ni en la salud, ni en las amistades, ni en el dinero, ni en la obra social, etc., etc. Segundo, que queremos ser transfor
mados en aquellos que consideramos valiosísimo, en ese mismo Amor.


Fuego que transforma
Para explicar este “morar” en su Llaga, san Juan de Avila usa la imagen del fuego. Fuego que hiere, que produce una herida, esa herida es una llaga. Si la tibieza espiritual provoca frío, el frío del desamor, el fuego por el contrario provoca amor. Cristo es quien quiere arder en amor por nosotros, para que el alma tibia pueda acercarse al leño de la Cruz y encenderse en ese fuego abrasador del Amor divino. El quiere ser llagado el primero por amor para que descubriendo tan grande Amador también nosotros seamos heridos con esta dulce llaga.
Es nuestra tibieza general la que nos impide encendernos con este fuego. Pero siempre será superior este fuego, además de inextinguible, siempre pronto a consumir nuestra desidia y apatía espiritual. Por eso insistía el santo: “Creo que la causa de nuestra tibieza es que quien a Dios no ha gustado, ni sabe qué cosa es tener hambre ni tampoco hartura. Y así nosotros ni tenemos hambre de El ni hartura en las criaturas; mas estamos helados, ni acá ni allá, llenos de pereza y desmayados, y sin sabor en las cosas de Dios, y propios para causar vómito al que quiere sirvientes no tibios, sino encendidos en fuego, el cual El vino a traer a la tierra y no quiere sino que arda (cf. Lc 12, 49), porque ardiese ardió El mis
mo, y fue quemado en la Cruz, como la vaca roja lo era fuera del campamento (cf. Núm 19, 3), para que, tomando nosotros de aquella leña de la Cruz, encendiésemos fuego y nos calentásemos, y respondiésemos a tan grande Amador con algún amor, mirando cuan justa cosa es que seamos heridos con la dulce llaga del amor, pues vemos a El no sólo herido, sino muerto de Amor”.
En definitiva, podemos afirmar que las Llagas son señales o signos del amor. Y las llagas de Cristo, se convierten así en el refugio, en la morada de amor para el corazón que, sin ese fuego divino, se enfriaría.


Lugar abierto para nosotros
Teniendo en cuenta la imagen del fuego en contraposición con el frío de la tibieza y las Llagas como consecuencia o signo visible de este amor, podemos entender mejor la invitación del santo. Una llamada a permanecer en las Llagas de Cristo, a “meterse” en ellas. No entrar para salir, no simplemente asomarnos y admirarnos de su amor y luego marcharnos; sino entrar en lo más profundo del amor para así pertenecerle, para morar en El y calentarnos, ardiendo así en Amor divino.
En la tradición espiritual se ve
a las Llagas de Cristo como un lugar donde habitar y se interpreta esto en un sentido esponsal. Es decir, debemos meditar o contemplar la Pasión de Cristo con una mirada amorosa, comprometida, que se involucra con cada momento de su Pasión porque allí encuentra su paraíso terrenal, es eso lo que el alma desea de su Señor, el amigo de su Amigo, el alma de su Esposo.
Comentando el Cantar de los cantares, san Gregorio Magno había asemejado las hendiduras o los huecos de la peña del que habla Ct 2, 14, con las Llagas de Cristo. Se trata de una idea que san Bernardo retoma en el
Sermón 61 del Cantar de los cantares al afirmar: “¿Dónde podrá encontrar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino es en las Llagas del Salvador? En ellas habito con plena seguridad, porque sé que El puede salvarme”.


Calienta nuestro frío
San Juan de Avila subraya que la herida del costado es fundamentalmente donde nuestro corazón se puede introducir, se puede “calentar”, puede ser transformado por la “grandeza de su Amor”. La contemplación del Corazón abierto de Cristo no es un simple símbolo abstracto, ni un objeto de contemplación atemporal y estática, sino el Corazón vivo, la intención más profunda del hombre terreno, del hombre que vivió y sigue viviendo por su Presencia eucarística, en medio de nosotros, en una doble relación con el Padre y con los hombres. Se trata de involucrarse y, a la vez, preferir esas Llagas, no el mero hecho de cumplir con una meditación sino comprender su alcance redentor y de importancia para mi propia vida de cada día.
La lucha en nuestra vida espiritual consiste en definitiva en permanecer en sus Llagas, en su Costado, como nuestra morada, nuestra casa. El corazón humano con facilidad se adhiere a las cosas del mundo y éstas nos hacen salir de la intimidad con Cristo. Pero no son las tareas habituales las que nos descentran, sino dónde descansa nuestro cora
zón, en dónde mora, cuando se realizan esas tareas.


Contemplemos con el alma
Contemplar la Pasión de Cristo es la clave para mantener el corazón encendido en este fuego de Amor.
Cada Llaga tiene un mensaje distinto, para cada persona y situación. Cada una es una contundente demostración del amor que El nos tiene, de lo que fue y es capaz de hacer y seguir haciendo por nosotros.
¡Contemplemos sus Llagas gloriosas! Hagamos de nuestras vidas una ofrenda permanente a su Amor y acudamos a sus Llagas, mejor dicho, vivamos plenamente en sus Llagas pues ellas son nuestra verdadera morada donde su fuego de Amor nos calentará expulsando de nuestra vida toda tibieza. Porque quien vive en El, vivirá eternamente (cf. Jn 6, 51).
El alma que ha renunciado a otros alimentos, puede saciarse y vivir en esta Morada Divina y hallar todo consuelo y fortaleza en Su interior.

 

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Jesús, en Vos confío

 

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