«Las Obras»

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El amor activo al prójimo, la orientación de la vida hacia la caridad, el acudir al auxilio de Cristo oculto en el hermano necesitado, es el testimonio irrefutable de que amamos a Cristo y de que hemos puesto nuestra confianza en El. Solo así damos culto a su misericordia. La misericordia para con el prójimo que tanto pide el Señor en los evangelios y en esta devoción, constituye el segundo pilar del culto a la Divina Misericordia.

A semejanza de una cruz, quien se deja permear por la Divina Misericordia transforma su vida: en primer lugar por una dimensión vertical que es su relación con Dios marcada por la confianza; y, en segundo lugar, por una dimensión horizontal, que es su relación con el prójimo, marcada por las obras de misericordia. Por medio de esta imagen de una cruz, las dos dimensiones, confianza y obras, están indisolublemente relacionadas para dar culto a la Divina Misericordia.

Quien ha recibido el perdón, a su vez debe perdonar; quien ha sido consolado, debe llevar el consuelo a los demás; quien ha abierto su corazón a las infinitas gracias de la Misericordia Divina, debe sentir el deseo de ser siempre misericordioso para con los demás. En el Diario, Jesús propone a sor Faustina tres maneras de practicar la misericordia: a través de los actos, a través de la palabra y a través de la oración (cf. D.742).

La práctica de las cinco formas exteriores de culto a la Divina Misericordia (imagen, fiesta, coronilla, Hora de la Misericordia y difusión del culto) tiene que expresar la confianza y debe ir unido a la práctica de la misericordia para con el prójimo. Solo en este caso el devoto podrá beneficiarse de las promesas que Jesús vinculó a esta devoción. La práctica de las nuevas formas exteriores de culto a la Divina Misericordia exentas del fundamento de confianza y misericordia para con el prójimo podrían derivar en una espiritualidad superficial, caracterizada por un sentimentalismo religioso carente de contenido sólido, o en una actitud egoísta que está fuera de la voluntad de Dios.

Para que nuestras buenas obras sean obras de misericordia se deben realizar por amor a Jesucristo, que se identifica con cada hombre, porque –como dijo– “cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40). Precisamente esa intención distingue la misericordia cristiana del amor natural o de la filantropía ejercida por motivaciones diversas.

Configurar la vida

Las obras de misericordia deben orientar nuestra vida; cambiar nuestro modo de pensar, actuar y hablar con respecto a los demás. Y el pedido del Señor supone desearlas sinceramente así como, en la medida de nuestras reales posibilidades, realizarlas.

Según santa Faustina, Jesucristo desea que todos los devotos de su misericordia hagan al día por lo menos una obra de amor hacia el prójimo y todas las que estén a su alcance (cf. D. 1155 a 1158).

(Libro «La Divina Misericordia prepara al mundo», P. Mauro Carlorosi co.)

 

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Jesús, en Vos confío

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