InicioQué es la Divina MisericordiaMaría Madre de la Misericordia

María Madre de la Misericordia

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“María fue la primera en experimentar de una manera única la misericordia de Dios, al ser preservada del pecado original y dotada con la plenitud de la gracia, para convertirse en la Madre del Hijo de Dios. En el momento de la Anunciación, Ella consintió en ser la Madre de Dios expresando el asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación; luego, en Belén, dio a luz al Hijo de Dios y durante toda su vida participó en la revelación, a través del Hijo, del misterio de la misericordia de Dios, hasta llegar al sacrificio que ofreció al pie de la Cruz. Por eso, María, es aquella que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina, pues sabe su precio y sabe cuán alto es”. (San Juan Pablo II, encíclica: DIVES IN MISERICORDIA, N° 9).

María es también la Madre de la Misericordia porque dio  a Jesús al mundo, la revelación encarnada de la misericordia de Dios (San Juan Pablo II, encíclica VERITATIS SPLENDOR, N° 118).

Su maternidad, en el orden de la gracia y a favor de todos los hombres, se ha mantenido sin cesar en todos los tiempos, como señala el Concilio Vaticano II: “pues una vez recibida en los Cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado, hasta que sean llevados a la Patria feliz” (Concilio Vaticano II, LUMEN GENTIUM N° 62).

Así como la acción de María está oculta en breves pero profundos y decisivos pasajes de los Evangelios, de la misma manera en el Diario de Sor Faustina, la Virgen María aparece en muy breves ocasiones. Sin embargo, también el rol de la Madre de Dios es el de los Evangelios: llevar a los hombres a la fuente de la misericordia.

Luego de varios años de estudio y difusión de la Divina Misericordia, podemos entrever que toda esta obra es un don de Dios para la humanidad actual conseguido por la mediación maternal de la Virgen María: “vi al Señor Jesús como Rey en gran majestad mirando nuestra Tierra, con una mirada severa, pero la súplica de Su Madre prolongó el tiempo de la misericordia” (D. 1261). La Divina Misericordia, esta manifestación divina sublime, que nos muestra la inconcebible Misericordia de Dios, que suplica al hombre adorar Su Misericordia y que nos pide suplicarla para nosotros y para los demás, es un don inmerecido y demasiado grande como para no percibir el perfume de la acción de la gran mediadora de las gracias y Madre de la Misericordia.

En las citas del Diario, la Virgen María confirma la misión de Faustina y los últimos tiempos: tú debes hablar al mundo de Su gran misericordia y preparar al mundo para Su segunda venida”. (D. 635). Además, y pese a las breves frases en que la menciona, la Virgen María es vivamente necesaria para el itinerario espiritual de sor Faustina: “cuanto más imito a la Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios” (D. 843).

Pocos años antes de fallecer, Juan Pablo II dijo públicamente que el día de su muerte se encomendaba a la Madre de Dios y a la Divina Misericordia. De hecho, él entregó su vida al Padre el 2 de abril de 2005, a las 21:35hs (hora de Roma); era el primer sábado de mes (día mariano por excelencia) y primeras vísperas de la Fiesta de la Divina Misericordia. Su testimonio de vida y de muerte fueron una síntesis de la perfecta unidad entre la devoción a la Divina Misericordia (que él tanto promovió) y la devoción a la Santísima Virgen.

La Virgen María en el Diario de santa Faustina

A continuación, ofrecemos en orden ascendente los numerales del Diario de sor Faustina más relevantes sobre la Santísima Virgen María:

Comparto tu dolor

“Durante la noche me visitó la Madre de Dios con el Niño Jesús en brazos. La alegría llenó mi alma y dije: María, Madre mía, ¿sabes cuánto sufro? Y la Madre de Dios me contestó: Yo sé cuánto sufres, pero no tengas miedo, porque Yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo compartiré. Sonrió cordialmente y desapareció” (D. 25).

En unión con María

“Una vez oí estas palabras: ve a la Superiora y pide que te permita hacer todos los días una hora de adoración durante 9 días; en esta adoración, intenta unir tu oración con Mi Madre. Reza con todo corazón en unión con María, también trata de hacer el Vía Crucis en este tiempo. Recibí el permiso, pero no para una hora entera, sino para el tiempo que me permitían los deberes” (D. 32). “Debía hacer aquella novena por intención de mi Patria. En el séptimo día vi a la Madre de Dios entre el Cielo y la Tierra, con una túnica clara. Rezaba con las manos junto al pecho, mirando hacia el Cielo. Desde du Corazón salían rayos de fuego, algunos se dirigían al Cielo y otros cubrían nuestra tierra” (D. 33).

Pureza intacta

“…de repente, el Señor Jesús se puso a mi lado, vestido con una túnica blanca, ceñido con un cinturón de oro y me dijo: te concedo amor eterno para que tu pureza sea intacta y para confirmar que nunca experimentarás tentaciones impuras. Jesús se quitó el cinturón de oro y ciñó con él mis caderas. Desde entonces no experimento ningunas turbaciones contrarias a la virtud, ni en el corazón, ni en la mente. Después comprendí que era una de las gracias más grandes que la Santísima Virgen María obtuvo para mí, ya que durante muchos años le había suplicado recibirla. A partir de aquel momento tengo mayor devoción a la Madre de Dios. Ella me ha enseñado a amar interiormente a Dios y cómo cumplir Su Santa Voluntad en todo. María, Tú Eres la alegría, porque por medio de Ti, Dios descendió a la tierra y a mi corazón” (D. 40).

Todo en tus manos

“Oh María, Madre y Señora mía. Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella. Pongo todo en tus manos, oh mi Madre. Cubre mi alma con tu manto virginal y concédeme la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo. Con tu poder defiéndeme de todo enemigo, especialmente de aquellos que esconden malicia bajo una máscara de virtud. Oh espléndida azucena, Tú Eres mi espejo, oh mi Madre” (D. 79).

Enséñame a vivir en Dios

“Oh Madre de Dios, tu alma estuvo sumergida en el mar de amargura, mira a tu niña y enséñale a sufrir y a amar en el sufrimiento. Fortalece mi alma, para que el dolor no la quebrante. Madre de la gracia, enséñame a vivir en Dios” (D. 315).

Ante el sufrimiento

“Una vez me visitó la Virgen Santísima. Estaba triste, con los ojos clavados en el suelo; me dio a entender que tenía algo que decirme, pero por otra parte, me daba a conocer como si no quisiera decírmelo. Al darme cuenta de ello, empecé a pedir a la Virgen que me lo dijera y que volviera la mirada hacia mí. En un momento María me miró sonriendo cordialmente y dijo: vas a padecer ciertos sufrimientos a causa de una enfermedad y de los médicos, además padecerás muchos sufrimientos por esta Imagen, pero no tengas miedo de nada. Al día siguiente me puse enferma y sufrí mucho, tal como me lo había dicho la Virgen, pero mi alma está preparada para los sufrimientos. El sufrimiento es el compañero de mi vida” (D. 316).

Exijo de ti oración

“Poco después vi a la Virgen que era de una belleza indescriptible y que me dijo: hija mía, exijo de ti oración, oración y una vez más oración por el mundo y, especialmente, por tu Patria. Durante 9 días recibe la Santa Comunión reparadora, únete estrechamente al sacrificio de la Santa Misa. Durante estos 9 días estarás delante de Dios como una ofrenda, en todas partes, continuamente, en cada lugar y en cada momento, día y noche, cada vez que despiertes, ruega interiormente. Es posible orar interiormente sin cesar” (D. 325).

Madre de los sacerdotes

“Al final de la novena vi a la Virgen con el Niño en los brazos y vi también a mi confesor que estaba arrodillado a sus pies y hablaba con Ella. No entendía lo que hablaba con la Virgen, porque estaba ocupada en hablar con el Niño Jesús, que había bajado de los brazos de la Santísima Madre y se acercó a mí. No dejaba de admirar su belleza. Oí algunas palabras que la Virgen le decía, pero no oí todo. Las palabras son estas: Yo no soy sólo la Reina del Cielo, sino también la Reina de la misericordia y tu Madre. En ese momento extendió la mano derecha en la que tenía el manto y cubrió con él al sacerdote. En ese instante, la visión desapareció” (D. 330).

El alma más querida

“…rezaba a la Santísima Madre, diciéndole que me es difícil separarme de la Congregación que está bajo su protección especial, oh María. Entonces vi a la Santísima Virgen, indeciblemente bella, que se acercó a mí, del altar a mi reclinatorio y me abrazó y me dijo estas palabras: Soy Madre de todos gracias a la insondable misericordia de Dios. El alma más querida para mí es aquella que cumple fielmente la Voluntad de Dios. Me dio a entender que cumplo fielmente todos los deseos de Dios y así he encontrado la gracia ante sus ojos. Sé valiente, no tengas miedo de los obstáculos engañosos, sino que contempla la Pasión de mi Hijo y de este modo vencerás” (D. 449).

Comportarme como Ella

“…en aquel templo vi a la Santísima Virgen con el Niño en los brazos. Luego el Niño Jesús desapareció de los brazos de la Virgen y vi una imagen viva de Jesús crucificado. La Virgen me dijo que me comportara como Ella: a pesar de los gozos, siempre mirara fijamente la Cruz y me dijo también que las gracias que Dios me concedían no eran solamente para mí sino también para otras almas” (D.561).

Por sus privilegios

“El día de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Durante la Santa Misa oí el susurro de ropas y vi a la Santísima Virgen en un misterioso, bello resplandor. Tenía una túnica blanca con una faja azul y me dijo: ‘me das una gran alegría adorando a la Santísima Trinidad por las gracias y los privilegios que me ha concedido’, y desapareció enseguida” (D.564).

Cómo vivir para Dios

“María es mi instructora que me enseña siempre cómo vivir para Dios. Mi espíritu resplandece en Tu dulzura y humildad, oh María” (D.620).

Vida similar a la Mía

“Por la noche, mientras rezaba, la Virgen me dijo: ‘su vida debe ser similar a la Mía, silenciosa y escondida; deben unirse continuamente a Dios, rogar por la humanidad y preparar al mundo para la segunda venida de Dios’” (D.625).

El día de la ira divina

“Durante la meditación matutina me envolvió la presencia de Dios de modo singular, mientras reflexionaba sobre la grandeza infinita de Dios y, al mismo tiempo, sobre su condescendencia hacia la criatura. Entonces vi a la Santísima Virgen que me dijo: ‘oh, cuán agradable es para Dios el alma que sigue fielmente la inspiración de Su gracia. Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de Su gran misericordia y preparar al mundo para Su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya el día de la Justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia. Si ahora tú callas, en aquel día tremendo responderás por un gran número de almas. No tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con mis sentimientos’” (D.635).

Ser como una niña

“Durante la Santa Misa celebrada por el Padre Andrasz, un momento antes de la elevación, la presencia de Dios penetró mi alma y que fue atraída hacia el altar. Luego vi a la Santísima Virgen con el Niñito Jesús. El Niño Jesús se tenía de la mano de la Virgen; en un momento el Niño Jesús corrió alegremente al centro del altar y la Santísima Viren me dijo: ‘mira con qué tranquilidad confío a Jesús en sus manos, así también tú debes confiar tu alma y ser como una niña frente a él’. Después de estas palabras mi alma fue llenada de una misteriosa confianza. La Santísima Virgen vestía una túnica blanca, singularmente blanca, transparente, sobre la espalda tenía un manto transparente de color del cielo, es decir como el azul, la cabeza descubierta, el cabello sueldo; espléndida e indeciblemente bella. La Santísima Virgen miraba al sacerdote con gran benevolencia” (D.677).

Si no hubiera estado la Virgen

“Por la noche vi a la Santísima Virgen con el pecho descubierto, traspasado por una espada. Lloraba lágrimas ardientes y nos protegía de un tremendo castigo de Dios. Dios quiere infligirnos un terrible castigo, pero no puede porque la Santísima Virgen nos protege. Un miedo tremendo atravesó mi alma, ruego sin cesar por Polonia, por mi querida Polonia que es tan poco agradecida a la Santísima Virgen. Si no hubiera estado la Santísima Virgen, para muy poco habrían servido nuestros esfuerzos. Multipliqué mi empeño en las plegarias y sacrificios por mi querida patria, pero veía que era una gota frente a una oleada del mal. ¿Cómo una gota puede detener una oleada? Oh, sí, una gota por sí sola es nada, pero Contigo, Jesús, con valor haré frente a toda la oleada del mal e incluso al infierno mismo. Tu omnipotencia puede todo” (D.686).

Siete espadas de dolor

“…mientras continuaba contemplando esta especie de mezcla del sufrimiento y de la gracia, oí la voz de la Santísima Virgen: ‘has de saber, hija mía, que a pesar de ser elevada a la dignidad de la Madre de Dios, siete espadas dolorosas me han traspasado el Corazón. No hagas nada en tu defensa, soporta todo con humildad, Dios mismo te defenderá’” (D.786).

Humildad y amor

“Hoy, durante la Santa Misa, estuve particularmente unida a Dios y a Su Madre Inmaculada. La humildad y el amor de la Virgen Inmaculada penetraron mi alma. Cuanto más imito a la Santísima Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios” (D.843).

Resistir las pruebas

“Oh María, hoy una espada terrible ha traspasado tu santa alma. Nadie sabe de tu sufrimiento, excepto Dios. Tu alma no se quebranta, sino que es valiente porque está con Jesús. Dulce María, une mi alma a Jesús, porque sólo entonces podré resistir a todas las pruebas y tribulaciones y sólo mediante la unión con Jesús, mis pequeños sacrificios complacerán a Dios. Dulcísima Madre, continúa enseñándome sobre la vida interior. Que la espada del sufrimiento no me abata jamás. Oh, Virgen pura, derrama valor en mi corazón y protégelo” (D.915).

Preparar la Comunión

“Hoy sentí la cercanía de mi Madre, la Madre Celestial. Antes de cada Santa Comunión ruego fervorosamente a la Madre de Dios que me ayude a preparar mi alma para la llegada de su Hijo y siento claramente su protección sobre mí. Le ruego mucho que se digne incendiar en mí el fuego del amor divino con el que ardía su puro Corazón en el momento de la Encarnación del Verbo de Dios” (D.1114).

Cumplir la Voluntad de Dios

“Durante ese acto que se realizó en honor de la Santísima Virgen, al final de ese acto vi a la Santísima Virgen que me dijo: ‘oh, qué grato es para mí el homenaje de su amor’. Y en ese mismo instante cubrió con su manto a todas las hermanas de nuestra Congregación. Con la mano derecha estrechó a la Madre General Micaela y con la izquierda a mí, y todas las hermanas estaban a sus pies cubiertas con su manto. Luego la Santísima Virgen dijo: ‘cada una que persevere fielmente hasta la muerte en mi Congregación, evitará el fuego del purgatorio y deseo que cada una se distinga por estas virtudes: humildad y silencio, pureza y amor a Dios y al prójimo, compasión y misericordia’. Después de estas palabras desapareció toda la Congregación, me quedé sola con la Santísima Virgen que me instruyó sobre la Voluntad de Dios, cómo aplicarla en la vida sometiéndome totalmente a Sus santísimos designios. Es imposible agradar a Dios sin cumplir Su Santa Voluntad. ‘Hija mía, te recomiendo encarecidamente que cumplas con fidelidad todos los deseos de Dios, porque esto es lo más agradable a Sus santos ojos. Deseo ardientemente que te destaques en esto, es decir, en la fidelidad en cumplir la Voluntad de Dios. Esta Voluntad de Dios anteponla a todos los sacrificios y holocaustos’. Mientras la Madre Celestial me hablaba, en mi alma entraba un profundo entendimiento de la Voluntad de Dios” (D.1244).

Humildad, pureza y amor

“Solemnidad a la Inmaculada Concepción. Antes de la Santa Comunión he visto a la Santísima Madre de una belleza inconcebible. Sonriéndome me dijo: ‘hija mía, por mandato de Dios, he de ser tu Madre de modo exclusivo y especial, pero deseo que también tú seas mi hija de modo especial. Deseo, amadísima hija mía, que te ejercites en tres virtudes que son mis preferidas y que son las más agradables a Dios: la primera es la humildad, humildad y todavía una vez más humildad. La segunda es la pureza; la tercera es el amor a Dios. Siendo mi hija tienes que resplandecer de estas virtudes de modo especial’. Tras la conversación me abrazó a su Corazón y desapareció” (D.1414 y 1415).

Olvidarse de sí mismo

“Cuando me quedé a solas con la Santísima Virgen, me instruyó sobre la vida interior. Me dijo: ’la verdadera grandeza del alma consiste en amar a Dios y humillarse en Su presencia, olvidarse por completo de sí mismo y tenerse por nada, porque el Señor es grande, pero se complace sólo en los humildes, mientras rechaza siempre a los soberbios»(D.1711).

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