InicioQué es la Divina MisericordiaSan Juan Pablo II: el Papa de la Misericordia

San Juan Pablo II: el Papa de la Misericordia

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Busquemos llevar adelante la misión que san Juan Pablo II, el Papa de la Misericordia, continuó después de santa Faustina: redimir a todo hombre con la Misericordia de Dios, salir a buscarlo en sus dolores y necesidades.

Nos cuenta santa Faustina en su Diario: «Mientras rezaba por Polonia, oí estas palabras: ‘He amado a Polonia de modo especial y si obedece Mi voluntad, la enalteceré en poder y en santidad. De ella saldrá una chispa que preparará el mundo para Mi última venida.»

Esta chispa fue el gran Apóstol de la Divina Misericordia, el beato Juan Pablo II.
A él, Nuestro Señor encomendó la tarea de proclamar a la humanidad entera el mensaje de su Misericordia.   

Y lo preparó desde joven con todos los acontecimientos dolorosos de su vida como las cosas bellas que formaron su espíritu. Pudo, desde el trabajo rudo e inmisericorde de los hombres sencillos, conocer el misterio del hombre, el misterio del dolor, la grandeza del trabajo. Así Dios lo fue preparando para conocer al hombre y sus ansias más profundas así como sus sufrimientos y necesidades.

Conoció la devoción desde joven

Un par de años después de la muerte de santa Faustina, Karol Wojtyla comenzó a trabajar en la fábrica Solvay, cercana al convento de la santa, y conoció este mensaje. Karol no conoció personalmente a sor Faustina, pero sí el mensaje por ella recibido del mismo Jesús y la devoción, pues cada día pasaba a rezar en el convento de Lagiewniki.

Será él mismo quien, como cardenal arzobispo de Cracovia, iniciará el proceso diocesano de beatificación de santa Faustina. Encargó el estudio sistemático del Diario al
gran teólogo pbro. dr. Ignacy Rozicky. Consiguió, además, la anulación de la prohibición que la Santa Sede había impuesto a la difusión de esta devoción. Y lo hizo casi seis meses antes de ser elegido Sumo Pontífice.


Desde la Cátedra de San Pedro

Como sucesor de Pedro, además de escribir una encíclica sobre la Misericordia (Dios
rico en Misericordia), beatificó, canonizó a santa Faustina e instituyó la Fiesta de la Misericordia para toda la Iglesia. Concediendo,
además, el don de las indulgencias plenarias para aquel día.

Según el testimonio de quien fue su secretario durante casi 40 años, el cardenal Estanislao Dziwisz, en su reposo, tras el atentado del 13 de mayo de 1981, leía constantemente el Diario de santa Faustina.

Comentaba el cardenal Dziwisz, su secretario: «Respecto a la coronilla, no sé cuándo comenzó a rezarla, lo hizo por muchos años, pero luego la recitaba cada día durante su pontificado y sobre todo en su último día. Y con el pensamiento en Jesús Misericordioso ha entrado en la vida eterna».

El beato Juan Pablo II consagró el mundo a la Divina Misericordia el 17 de agosto de 2002, a la vez que realizó la consagración del santuario mundial de la Divina Misericordia en Lagiewniki, Cracovia.

Como último testimonio para toda la Iglesia ingresó a la Casa del Padre en las primeras vísperas de la Fiesta de la Misericordia, y tras celebrar dicha misa; fue beatificado y será también canonizado el día de la Misericordia. Juan Pablo II manifestó en una homilía: «El mensaje de la Divina Misericordia en cierto sentido ha formado la imagen de mi pontificado».

El pueblo polaco, especialmente pero no únicamente, ya lo veía como verdadero gran apóstol de Jesús Misericordioso. Nos dijo el card. Dziwisz: «Ciertamente, digo, son dos
apóstoles de la Divina Misericordia: Sor Faustina, que ha recibido del Señor Jesucristo este mensaje, pero este mensaje y devoción ha sido difundido en todo el mundo por Juan Pablo II, segundo apóstol de la Divina Misericordia que esperamos pronto dos santos Faustina y Juan Pablo II, ‘apóstoles de la Divina Misericordia’, porque hoy el mundo necesita de la Misericordia».

Una visión profunda del misterio del hombre y de Dios

En la entrevista que La Hora de la Misericordia realizó al card. Estanislao Dziwisz en 2009, él nos recordaba: «La devoción de Juan Pablo II a la Divina Misericordia era profundamente teológica. Ya como joven frecuentaba el santuario de la Divina Misericordia, estaba muy unido espiritualmente a esta devoción. Y muchas veces como cardenal y después como papa ha dicho: Dios nos ha dado, nos ha indicado esta devoción en un momento muy difícil para el mundo.

Antes de la segunda guerra, terrible, guerra contra Dios y contra el hombre, Dios nos ha
indicado esta devoción como única medicina para salvar al mundo.
Además de las gracias especiales de esta devoción, el papa Juan Pablo II veía la plenitud del hombre en la misericordia. Misericordia divina y humana. De allí la gran encíclica
Dives in Misericordia.

El misterio de la iniquidad

Tanto en su vida personal como también ya de Pastor Universal, Juan Pablo II fue testigo del misterium iniquitatis, del misterio del mal en el hombre, de la herida del pecado. Y cuya raíz se encontraba justamente en la pérdida del sentido del pecado que sumía más al hombre en el mal.

En la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et Paenitentia hizo un fuerte llamado a la Iglesia sobre este problema que afectaba cada vez más incluso a los mismos católicos:
«Mi predecesor Pío XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo declarar en una ocasión que ‘el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado'».

«Incluso en el terreno del pensamiento y de la vida eclesial algunas tendencias favorecen inevitablemente la decadencia del sentido del pecado. Algunos, por ejemplo, tienden a sustituir actitudes exageradas del pasado con otras exageraciones; pasan de ver pecado en todo, a no verlo en ninguna parte; de acentuar demasiado el temor de las penas eternas, a predicar un amor de Dios que excluiría toda pena merecida por el pecado; de la severidad en el esfuerzo por corregir las conciencias erróneas, a un supuesto respeto de la conciencia, que suprime el deber de decir la verdad.

Y ¿por qué no añadir que la confusión, creada en la conciencia de numerosos fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicación, en la catequesis, en la dirección espiritual, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana, termina por hacer disminuir, hasta casi borrarlo, el verdadero sentido del pecado? Ni tampoco han de ser silenciados algunos defectos en la praxis de la Penitencia sacramental.» Dios es la única salvación del mundo.

Comprendiendo esta realidad manifestó claramente que sólo la misericordia del Señor podía, nuevamente y siempre, salvar al hombre desde su realidad más profunda. Llamó así al misterio de la piedad de Dios: «El misterio de la piedad, por parte de Dios, es aquella misericordia de la que el Señor y Padre nuestro -lo repito una vez más- es infinitamente rico.

Como he dicho en la Encíclica dedicada al tema de la misericordia divina, es un amor más poderoso que el pecado, más fuerte que la muerte. Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se para ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que se hace más solícito y generoso; cuando somos conscientes de que este amor ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que ha aceptado redimirnos pagando con su Sangre, entonces prorrumpimos en un acto de reconocimiento: ‘Sí, el Señor es rico en misericordia’ y decimos asimismo: ‘El Señor es misericordia’. El misterio de la piedad es el camino abierto por la misericordia divina a la vida reconciliada


Dos apóstoles, una misión

“Resultar ser muy sorprendente la convergencia que hay entre la encíclica de Juan Pablo II, Dives in misericordia, y el contenido del Diario de Sor Faustina. Se podría decir que el contenido esencial del mensaje de la Misericordia, que dejó escrito Sor Faustina en su Diario, se convirtió en el contenido del magisterio papal sobre el amor misericordioso de Dios para con la humanidad y de la misericordia en las relaciones humanas. Las mismas tareas que Jesús encargó a santa Faustina en su misión profética, el Santo Padre Juan Pablo II las planteó a toda la Iglesia, recordando que profesar y proclamar el misterio de la Misericordia de Dios, y ejercer la misericordia en las relaciones entre las personas, así como implorar la misericordia para el mundo entero, constituye no sólo un derecho de la Iglesia, sino también un deber (Sor M. Elzbieta Siepak, ZMBM).


Recordemos el fuerte clamor de Juan Pablo II al consagrar la humanidad entera a la
Divina Misericordia: «¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! […] Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, y a todos los devotos de la Misericordia divina del mundo entero. ¡Sed testigos de la misericordia!».                                                                           
Pbro. Germán Saksonoff, C. O.
Miembro de la Academia Internacional de la Divina Misericordia

Habla al Mundo es un proyecto de formación y difusión de la Divina Misericordia.

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