Testimonios recogidos de los archivos de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, sobre la infancia y juventud en su hogar familiar, los años de servicio y su vida de religiosa.
Sor Alana Vilusz
“Tuve la suerte de conocer a sor Faustina y convivir con ella cierto tiempo, pero en ella no se podía notar nada especial. Atraía por su rostro sereno y gran amabilidad; tras cada conversación con ella, una sentía un mayor entusiasmo por el trabajo de auto perfeccionamiento, pero ella no mostraba de ninguna manera que en su interior estuvieran pasando cosas extraordinarias. Al cuarto de aislamiento, cuando estaba enferma, yo me acercaba a menudo, dado que al estar enferma no podía pasar el recreo con las hermanas. Siempre la encontraba activa, escribiendo o bien cosiendo. Y a la pregunta de qué estaba escribiendo, contestaba: -No importa, algo… Con esmero ocultaba los misterios divinos que estaba anotando, porque al salir siempre cerraba la maleta donde guardaba esos cuadernos. En días soleados, cuando su estado de salud se lo permitía, íbamos con sor Faustina al parque para respirar aire puro, y entonces ella -escuchando atentamente el susurro de los árboles y el cantar de los pájaros- alababa la bondad de Dios, que por amor a nosotros pecadores lo disponía todo de forma tan bella, y decía también: “Si aquí todo es tan bonito, ¡cómo será allí el Cielo!”. A continuación nos quedábamos en silencio, y su alma probablemente gozaba con la contemplación de Dios. En otra ocasión hablando de la necesidad de satisfacer al Sagrado Corazón de Jesús, decía: “la infidelidad a Dios de las almas a El consagradas es una ofensa. Nosotras, que declaramos amarle, y no vivimos según esas reglas, herimos profundamente su Corazón divino; nosotras, por nuestra infidelidad, le clavamos las espinas en la santísima Cabeza, lo que incluso ha sido revelada a una de las almas.”
Sor M. Bárbara de Jesús Crucificado Bojanowska
“A Helena la conocí en el bullicio de la ‘mansión infantil’. No la recuerdo enfadada ni nerviosa. Siempre igual, tranquila, a veces me parecía flemática por su falta de reacción. Nunca llegué a pensar que su paz de espíritu y dominio de sí fuera una expresión de interiorizar la situación en lo oculto de su interior. Y una cosa más, Helena sabía adaptarse a la voluntad del otro. Una vez me pidieron que pasara la noche en la mansión infantil porque la encargada debía hacer un viaje, y accedí con ganas. Por la tarde me presenté en la casa de los niños. El día estaba acabando y los pequeños dormían. Las puertas y las ventanas estaban cerradas, estábamos tranquilas con ella que estaba cosiendo, y todo el tiempo oíamos un ruido metálico, como si alguien estuviera arrastrando una pesada cadena. Nos asomamos por una ventana, luego por otra… claramente desde abajo se oía perfectamente el ruido aquí y allá, pero no se veía nada. Subimos arriba lo mismo. Helena quiso salir y avisar al vigilante, que vivía cerca, pero yo tenía miedo de abrir la puerta. Ella obedeció tranquilamente, sin ningún signo externo de enfado, y no abrió la puerta. Unas horas más tarde, cuando ya estaba amaneciendo, vimos la causa de la angustia: alrededor de la casa un perro estaba corriendo con la cadena arrancada. No expresó ni una palabra de queja, por haber pasado una mala noche, aunque había que trabajar todo el día siguiente. Tampoco la vi quejarse nunca.”
(Fuente: “Memorias sobre santa Sor Faustina Kowalska”/ Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia/ Traducción de Xavier Bordas Cornet/ Editorial Misericordia-Cracovia)
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Jesús, en Vos confío