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Contemplar la Pasión del Señor: Sus llagas nos invitan

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Continuamos, junto a los santos, en la escuela de la contemplación de la Pasión de Cristo, para extraer todos los tesoros de gracias que El derrama permanentemente desde la Cruz. Sexta parte..

[Las Llagas de Cristo son lugar de confianza para el alma que se abandona plenamente en el Señor. Y esta confianza despierta en los corazones generosos un deseo de correspondencia, de generosidad con quien tan generoso ha sido con nosotros.]

Contemplarlo siempre

La clave de la confianza es mirar a Jesucristo. Abandonarse enteramente en el Pastor que vela por la oveja que cae y sufre y padece. Aunque tenga esta “ovejita” muchos reclamos de pastos que no son los de su Pastor, debe permanecer con la mirada y el corazón atentos a la voz que reconoce, la voz de su Señor. La confianza radical en Cristo implica saber que estamos en sus manos, manos que fueron clavadas en la Cruz por amor a todos y cada uno de nosotros. Manos llagadas que nos invitan a la generosidad y a mayor entrega. La verdadera confianza hace desaparecer el miedo, que es lo contrario a la confianza.

Es humano sentir el miedo ante la adversidad o del dolor, pero de nosotros debe nacer un acto de confianza en el mismo Jesucristo que intercede por nosotros ante el Padre y es fuente de amor, consuelo y esperanza. San Juan de Avila nos invita a desechar el temor contemplando las Llagas de Cristo, las manos clavadas de nuestro Pastor: “¿Qué os puede atemorizar, sabiendo que todo viene de las manos que por vos se enclavaron en la Cruz?”

En sus manos y sus pies abiertos, en su corazón traspasado sólo podremos encontrar misericordia y amor. Por ello el santo maestro no deja de invitar continuamente al alma a contemplar esas Llagas benditas. Poniéndonos en ellas, desaparece el temor y crece la confianza. Porque donde mereceríamos castigo, nos encontramos de frente con el misterio del amor:
“Diréis: —Apenas me lleve, me ha de castigar y ha de enrostrarme mis culpas y miserias. — No lo creas, hermano; vete con El, que más puede su misericordia y los padecimientos que El pasó por ti para agradar a Dios Padre que tus culpas para desagradarlo. Mira que tiene las manos horadadas. Si temías de ponerte en sus manos duras y ásperas, no temas, que blandas y rotas las tiene por amor de ti. Mira qué corona de espinas tiene por pagar tu locura. Acostado está por pagar los deleites de tu mala carne. Pies y manos clavados, por pagar tus malas obras y pasos. Abierto tiene el corazón para curar y sanar tu hinchazón. Ni te acusará nadie teniéndote El en sus manos.

¿Quién osará quitarte de ellas? Mira que dice san Pablo: ‘¿Quién acusará a los elegidos de Dios, si Dios es el que salva? ¿Quién será el que condene? ¿Acaso Cristo que murió por nosotros e intercede por nosotros?’ (cf. Rom 8, 33-34). ¿Por ventura ha de acusarte el que padeció por ti? Antes El ruega por ti al Padre; y no solamente es tu Maestro, más antes es tu Abogado. Rogándole El, ¿cómo le dirá que no? Recibiéndote El, ¿cómo te desechará?”.

Enciende la necesidad de corresponder

En las Llagas de Cristo está puesta nuestra confianza. En ellas nos abandonamos. Y al contemplarlas brota en nosotros el deseo de corresponder. Ellas nos invitan a la generosidad. Cuando una persona se siente tan amada, el deseo que nace espontáneo del corazón es querer amar al menos de la misma manera a como se experimenta. De la verdadera confianza nace la verdadera correspondencia.

Mirando toda la vida de Cristo nos sentimos movidos a la generosidad. Sus padecimientos siempre nos interpelan. Las Llagas son, en definitiva, el signo más elocuente de todos los padecimientos que Cristo ha asumido por el hombre, por cada hombre:
“¡Ah, pecador! Ves a tu Señor abajado al polvo de la tierra, ¿y tú quieres subir sobre los aires? Dándole bofetadas, calla. Miras a tu Dios despreciado, ¿y no te desprecias tú a ti mismo por tan gran exceso como ves en El? ¿Puede haber cosa que más te convide para padecer que ver a tu Señor cansado, fatigado y muriendo y padeciendo mil tormentos y llagas por ti?”.

Nos hace desear la santidad

Por el camino de la confianza nos lleva el santo maestro al deseo de la santidad, pues la santidad no es otra cosa que corresponder a tanto amor recibido de Dios. El Señor nos ha llamado, nos ha elegido para vivir en su amistad. Por esta
elección de amor hemos sido de alguna manera incluidos en el misterio eterno del amor de Dios. Sintiéndonos amados, elegidos, redimidos, deseamos correr su misma suerte, vivir su misma vida. Recibiendo esta llamada y al contemplar a Cristo no nos queda otra respuesta que la nos presenta san Juan de Avila en una de sus cartas :
“Cristo padeció por nuestro amor, padezcamos por el suyo; Cristo llevó la Cruz, ayudémosela a llevar; Cristo deshonrado, no quiera el alma honra; Cristo padeció dolores, vénganme a mí; El tuvo necesidades; El fue por mí aquí extranjero, no tenga yo en que repose mi corazón; por mí murió, sea mi vida por su amor una muerte continua”.

Señales de amor

Las Llagas de Cristo son para nosotros signos, señales del paso de Jesucristo por la tierra. Donde precisamente más tomamos conciencia de esta verdad es en los pasajes evangélicos en los que el Resucitado se presenta ante los Apóstoles y les enseña las manos y el costado. Los discípulos ya no ven sólo las señales de sufrimiento, sino que están viendo por medio de las Llagas que el mismo Cristo, que padeció en la Cruz, ahora vive, está resucitado. Las Llagas son la señal de que es el mismo, pero ya no expresan dolor, sino amor. En estos signos de su humanidad están descubriendo ahora la divinidad. Las Llagas de Cristo son al mismo tiempo divinas y humanas en este momento. Son las señales más nítidas de su Encarnación Redentora.
Cristo, como decíamos anteriormente, al hacerse carne ha querido ser peregrino, ser romero entre nosotros. […] San Juan de Avila nos recuerda como los Apóstoles le reconocen resucitado cuando les muestra las manos y el costado. De esta consideración se desprende una verdadera enseñanza espiritual para nosotros.

Sólo contemplando las Llagas de Cristo, entrando en este misterio, podremos descubrir de verdad la misión del Verbo encarnado entre nosotros. Sus heridas, sus Llagas nos muestran al mismo tiempo la humanidad y la divinidad del Hijo de Dios. Entrar en ellas es entrar en este dinamismo de la gracia.

“Cuando una persona se siente tan amada, el deseo que nace espontáneo del corazón es querer amar al menos de la misma manera a como se experimenta. De la verdadera confianza nace la verdadera correspondencia.

La lógica del Evangelio se comienza a asumir cuando la atención del cristiano se centra en las Llagas de Cristo. El darse, desprenderse, donarse, entregarse, ponerse al servicio de la voluntad del Padre y de la necesidad de los hermanos se recoge en estas cinco señales de amor que son las Llagas gloriosas de nuestro Señor.

Seis tesoros de contemplar su Pasión

Estos seis aspectos que se han destacado sobre la consideración que san Juan de Ávila tiene sobre las Llagas de Cristo nos pueden ayudar a entrar en la intimidad con el Señor crucificado que es el Resucitado, el Viviente. La contemplación de sus Llagas como refugio, perdón, morada, arma en la lucha contra la tentación, lugar de confianza, empuje para la generosidad y señal del paso amoroso de Cristo por la tierra son un estímulo para nosotros. Un estímulo a entrar en su corazón traspasado. Dentro de El es donde tenemos que desear vivir.

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