Como enseña el apóstol san Pablo (Ef 4, 2): “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor”.
Así lo puso en práctica santa Faustina.
1694 – Hoy me visitó una persona seglar a causa de la cual tuve grandes disgustos, que abusó de mi bondad mintiendo mucho. En un primer momento, apenas la vi se me heló la sangre en las venas, puesto que se me presentó ante los ojos lo que había sufrido por su culpa, aunque con una sola palabra hubiera podido librarme de esto. Y me pasó por la cabeza la idea de hacerle conocer la verdad de modo decidido e inmediato. Pero en seguida se me presentó ante los ojos la Divina Misericordia y decidí comportarme como se hubiera comportado Jesús en mi lugar. Comencé a hablar con ella dulcemente y, como quiso conversar conmigo a solas, le hice conocer claramente y de manera muy delicada, el triste estado de su alma. Vi su profunda conmoción, a pesar de que trató de ocultarla. En aquel momento entró una tercera persona y nuestra conversación íntima terminó. Esa persona me pidió un vaso de agua y dos otras cosas y la atendí con agrado. Pero, si no fuera por la gracia de Dios, no sería capaz de portarme así con ella. Cuando se fueron agradecí a Dios por la gracia que me sostuvo en ese tiempo.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
1 – ¿Justifico mi impaciencia en mis relaciones con los demás?
2 – ¿Tengo presente la paciencia del Señor conmigo mismo?
3 – ¿Pido la gracia de la paciencia al Señor, o le pido no tener que practicarla?
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Jesús, en Vos confío