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Adoradores: “Vamos al sacrificio de Jesús (X)»

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Invitación a la plegaria

Sacerdote: Orad, hermanos, para que ESTE SACRIFICIO, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
En esta parte de la misa, el sacerdote dice una palabra que nos hace dar cuenta de algo: en el altar pasa algo misterioso, algo que no ven nuestros ojos, pero que está ahí presente, algo que no podemos comprender ni ver, pero que sí lo podemos ver con los ojos de la fe. El sacerdote dice: Orad, hermanos, para que ESTE SACRIFICIO, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
El sacerdote usa la palabra “sacrificio”, y entonces nos preguntamos: ¿qué es un “sacrificio”? ¿Quién se sacrifica en el altar? ¿Cómo lo hace? ¿Por qué lo hace? La misa es ante todo, un sacrificio. Pero, ¿qué es un sacrificio?
Un sacrificio es algo que cuesta mucho hacer. “Estudié para la prueba con mucho sacrificio”, es decir, tuve que dejar de ver las horas de televisión que veía por día para poder aprobar y tuve que pasar mucho tiempo estudiando.
Me costó mucho esfuerzo estudiar. “Obedecí con mucho sacrificio”. A papá, porque si no le obedecía, se me dejaba sin postre. Me costó obedecer, fue un «sacrificio» obedecer.
Igual que estas cosas –estudiar, obedecer- que son un sacrificio, también la misa es un sacrificio, es decir, es algo que cuesta mucho.

Sacrificio divino

Pero en el sacrificio de Jesús hay algo más, que hace que no sea un sacrificio cualquiera, de una persona cualquiera. Es un sacrificio hecho por el Hombre-Dios para perdonar los pecados de los hombres, librarnos del fuego del infierno, y concederles el don de ser hijos de Dios por la gracia santificante, para que al final de esta vida, puedan ir al cielo y gozar de Dios Trino para siempre.
La misa es el mismo sacrificio de Jesús en la cruz. En la misa, Jesús está en la cruz, invisible, pero real, igual que hace dos mil años estuvo en la cruz.
Solo que aquí no lo vemos con los ojos del cuerpo, pero sí con los ojos de la fe. Por la fe, sabemos que Jesús hace en la misa, invisible, lo mismo que hace en la cruz, porque es el mismo sacrificio de la cruz: entrega su cuerpo en la Eucaristía y derrama su sangre en el cáliz.
Para saber por qué la misa es un sacrificio, nos tenemos que acordar de lo que hacían los judíos, hace mucho tiempo, y muy lejos de aquí, en Palestina. Los judíos tenían algo como una iglesia muy grande, que le decían: “Templo de Salomón”. Ahí llevaban algunos animales de la granja, los más lindos que tenían, para regalárselos a Dios, en agradecimiento por ser Dios tan bueno con ellos. Entre esos animales, le llevaban a Dios un cordero, al que luego de sacrificarlo, como se hace con los animales antes de comerlos, lo ponían al fuego, igualito a como se hace un asado. Eso lo hacían para significar que el cordero dejaba de pertenecer a sus dueños, para pasar a ser propiedad de Dios: así como el humo del asado sube al cielo, así el cordero, convertida su carne en humo por el fuego, subía al cielo, para que Dios lo tuviera con El. Y esto lo hacían, además de para dar gracias a Dios, para pedirle cosas, para adorarlo, y para pedirle perdón por todos los pecados.
Pero todo eso no era más que una figura de lo que venía después, así como una figurita de Messi no es Messi -ni puede hacer goles porque es una figurita-, sino que el Messi real es el verdadero Messi -que es el que sí puede hacer goles-; así también esos corderos no podían perdonar los pecados, porque tenía que venir el verdadero Cordero de Dios, que es Jesús. Y Jesús viene en la misa, invisible, misterioso, para sacrificarse sobre la cruz, para derramar su Sangre en el cáliz y para entregar su Cuerpo en la Eucaristía, para salvarnos. Esto último es el verdadero sacrificio de la cruz, que se repite invisible en el altar: así como en la cruz la sangre se separó de su Cuerpo, cuando Jesús se sacrificaba, así también en el altar, la Sangre del cáliz está separada del Cuerpo, que está en la Eucaristía.

Consagración por separado

Así nos damos cuenta de que la misa es un sacrificio: porque el pan y el vino se consagran por separado, para significar lo que pasa en el sacrificio de la cruz, en donde la Sangre se separa del Cuerpo.
El pan y vino se consagran separados, uno primero y otro después, porque en la cruz el Cuerpo y la Sangre se separan.
Es la Palabra llena de poder del Verbo del Padre, que obra con su virtud divina en la consagración, la que hace, del pan, el Cuerpo de Cristo y del vino, su Sangre.
Por el poder que el Espíritu Santo le da a las palabras de la consagración –Tomad y comed… bebed… Este es mi Cuerpo… Este es el cáliz de mi Sangre se hacen presentes, separadamente, sobre el altar, por la potencia infinita del Verbo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo: bajo las especies, bajo las apariencias del pan, se hace presente solo el Cuerpo; bajo las especies, bajo las apariencias del vino, se hace presente solo la Sangre.
Pero aquí no termina el sacrificio de Jesús, porque Jesús resucitó, levantándose lleno de luz y de vida en el sepulcro, y así también está en la Eucaristía, con su Cuerpo lleno de luz y de vida, y esto lo dice el sacerdote sin palabras, cuando corta un pedacito de la hostia y la echa en el cáliz, queriendo decir que el Cuerpo se unió a su Sangre en la resurrección.
Entonces, si alguien nos preguntara qué es la misa, tendríamos que decirle: “La misa es el mismo sacrificio en cruz de Jesús”. Cuando venimos a misa, venimos a encontrarnos con Jesús que está en la cruz invisible del altar, entregando su Cuerpo y derramando su Sangre por amor a cada uno de nosotros.
En esta parte de la misa, entonces, el sacerdote, cuando dice: “Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”, nos invita a unirnos al Sacrificio de Jesús que está, invisible y misteriosamente, con su cruz, en el altar.
Todos: el Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su Santa Iglesia.
El sacerdote lee la oración sobre las ofrendas.
Al terminar contestamos: Amén.

Plegaria eucarística

Prefacio y aclamación del Santo. En esta parte de la misa, ocurre algo muy especial: cuando el sacerdote dice: “El Señor esté con ustedes”, con ese “ustedes” llama no solo a los presentes en la asamblea sino ¡a toda la humanidad! para dar gracias al Padre y aclamar al Dios Tres veces Santo por todas sus obras. Entonces, para aprovechar esta parte, imaginemos que están alrededor del altar los ángeles y los santos, pero también todos los hombres, de todas las razas y de todos los colores, desde Adán y Eva.
¿Es posible esto? Sí, porque la misa es un misterio, el misterio de la renovación del sacrificio en cruz de Jesús, con el cual salva a todos los hombres de todos los tiempos.
Es Jesús quien con su cruz, viene al encuentro de toda la humanidad, para salvarla con su Sacrificio, y es toda la humanidad la que, a su vez, va al encuentro de Jesús, para ser salvada.
¡Qué misterio, que en la misa estén todas las razas, de todos los colores -negros, blancos, morenos, amarillos, cobrizos- y todos los seres humanos, incluidos Adán y Eva! ¡Es un misterio, sí, pero real y maravilloso, porque por la cruz y por la misa, Jesús salva a toda la humanidad, y a todos aquellos que se dejen salvar!
La misa es un misterio porque Jesús viene a nosotros escondido, invisible, en la cruz y con su Cuerpo resucitado en la Eucaristía.
Jesús, en la misa, en la Eucaristía, viene con su Cruz, y también viene con su Cuerpo resucitado, para venir a nuestros corazones, para darnos su perdón, para darnos el beso de la paz, para llenarnos con su vida, con su alegría, con su bondad. Jesús viene a nosotros en la Eucaristía con su Sagrado Corazón, que es el lugar de donde brota, así como el agua cristalina brota de la fuente, su Misericordia Divina.
Jesús viene a nuestro encuentro, y al encuentro de toda la humanidad, con sus brazos abiertos en la Cruz, y con su Sagrado Corazón palpitante en la Eucaristía, y por este motivo tenemos que estar muy atentos en el momento de comulgar.
Y cuando el sacerdote dice: “Levantemos el corazón”, quiere decir que tanto nosotros, los que asistimos a misa, como así también todos los hombres, de todas las razas, de todos los colores, sin excepción, deben elevar sus corazones al cielo, para adorar al Dios que viene cuando se produzca la tran-subs-tancia-ción (palabra un poquito difícil pero que deletreada se vuelve fácil), cuando por el poder del Espíritu Santo, el pan y el vino, los frutos de la tierra, se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús.
Y cuando dice: “Por eso, con los ángeles”, la Iglesia llama a los ángeles, los seres espirituales de luz -son los que adoran a Dios en el cielo, porque superaron la prueba y fueron fieles a Dios y no se rebelaron, como los ángeles caídos- a que se unan a la adoración que la Iglesia en la tierra hace al Cordero de Dios. Es por eso que, en la misa, está toda la creación, todo el universo visible, con los ángeles, los santos, y todos los hombres, de todos los tiempos, de todos los colores, de todas las razas.
Sacerdote: El Señor esté con ustedes.
El sacerdote se dirige a los presentes, pero no solo, puesto que estos representan a todos los hombres, a toda la humanidad.
Todos: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Levantemos el corazón.
Quiere decir que elevemos el espíritu y el corazón hasta el cielo, para unirnos a los que allí están en la adoración al Cordero que se sacrifica por la salvación de la humanidad entera.
Todos: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Sacerdote: Demos gracias al Señor, Dios nuestro.
La Eucaristía es, ante todo, acción de gracias.
Todos: Es justo y necesario.
Al terminar el prefacio, aclamamos con alegría al Dios Tres veces Santo, que en breve vendrá sobre el altar.
(Continuará)
P. Alvaro Sánchez Rueda
Sitio del P. Álvaro: “Nacer”, Niños y Adolescentes Adoradores de Cristo Eucaristía, http://infantesyjovenesadoradores.blogspot.com.ar

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