El santo Padre Pío de Pietrelcina solía decir: «Cada mañana, antes de unirme a El en el Santísimo Sacramento, siento que mi corazón es atraído por una fuerza superior. Siento tanta sed y hambre antes de recibirlo, que es una maravilla que yo no muera de ansiedad.
Apenas si pude alcanzar al Prisionero Divino a fin de celebrar la Misa. Cuando terminó la Misa, me quedé con Jesús para rendirle mis gracias. Mi sed y hambre no disminuyen después de haberle recibido en el Santísimo Sacramento, sino más bien, aumentan constantemente. Oh, qué dulce fue la conversación que sostuve con el Paraíso esta mañana. El Corazón de Jesús y mi propio corazón, si me perdonan la expresión, se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino solo uno.
Mi corazón se perdió, como una gota de agua se pierde en el océano.»
Mirada de amor
San Alfonso Rodríguez era un portero. Sus deberes lo llevaban a menudo por la puerta de la capilla; y entonces nunca dejaba de cuando menos asomarse, para echarle a Nuestro Señor una mirada de amor. Cuando dejaba la casa, y al regresar, siempre visitaba a Jesús para pedir su bendición.
Madres de santos, adoradoras
San Agustín nos ha dejado una anécdota acerca de su madre, santa Mónica, que dice cómo todas los días, además de asistir a misa, iba dos veces a visitar a Nuestro Señor, una en la mañana, y otra en la tarde. Otra madre santa de siete hijos, que hacía lo mismo es la beata Ana María Taigi.
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Jesús en vos confío