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Adoradores: “Vamos al sacrificio de Jesús (XI)» (Continuación)

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Sacerdote y Todos: Santo, Santo, Santo, es el Señor, Dios del universo.
Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.

Para aprovechar esta parte de la misa, recordemos un pasaje de la Biblia, en donde el profeta Isaías (6, 3) es llevado al cielo, y allí ve a Dios: “…vi al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus haldas cubrían el templo. En torno a El había serafines, que tenían cada uno seis alas. Con dos se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies y con dos volaban. Y los unos a los otros se gritaban y respondían: ‘Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos. Llena está la tierra toda de su gloria’. A estas voces, temblaron las puertas en sus quicios y la casa se llenó de humo”.
El profeta Isaías ve a Dios en una visión, pero nosotros en la misa ¡lo tenemos en la realidad! . Este es el motivo por el cual aquí exclamamos todos: «Santo, Santo, Santo», porque ese Dios Tres veces santo está en esa parte del cielo que es el altar: Dios Padre envía a su Hijo Jesús en la Eucaristía, para que El nos done a Dios Espíritu Santo.
¡No puede haber alegría más grande que este misterio, y por eso aclamamos a Dios Trino, cantando con gozo y repitiendo tres veces la palabra «Santo»! El altar eucarístico es igual al Cielo, es el Cielo, que se abre para que venga Dios Trinidad y nos regale la Eucaristía, que es el Cuerpo glorificado de Jesús, lleno de la luz, del amor, de la vida de Dios Trino , y esto es algo más grande que el cielo, es algo más hermoso que si el cielo bajara a la tierra.
Si Jesús vino la primera vez como un Niño en Belén, Casa de Pan, y si vendrá por segunda vez en la gloria para juzgar al mundo, ahora, delante nuestro, viene en la Eucaristía, con su Corazón de Dios Niño y con su Cuerpo glorioso, y por eso lo aclamamos cantando tres veces el «Santo» .
En esta parte de la misa, uniéndonos a los coros angélicos, glorificamos a nuestro Dios crucificado –a quien no vemos con los ojos del cuerpo pero que por la fe sabemos que está en la Eucaristía-, que da hasta la última gota de sangre en el Calvario; a ese Dios crucificado, cuya sangre que brota de sus heridas como un manantial, y de su Corazón traspasado como un dique sin contención, y que es recogida en el cáliz del sacerdote ministerial, a ese Dios, le decimos, con todo el amor del corazón y con toda la fuerza del alma: “Santo, Santo, Santo”.
Pero hay algo más que podemos hacer para aprovechar este momento. Veamos el crucifijo, porque es a Jesús en la cruz a quien le decimos: “Santo, Santo, Santo”. Jesús es Dios Santo, Fuerte e inmortal, pero en la cruz, no parece ni santo, ni fuerte ni inmortal: no parece santo, porque es crucificado como un malhechor, más malo incluso que Barrabás, porque cuando Pilatos les dio a elegir a los judíos y les dijo a quién quería que lo salve, ellos prefirieron a Barrabás en vez de a Jesús; no parece inmortal, porque Jesús muere en la cruz, como dice la Biblia: «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15, 37), y después tuvieron que poner su Cuerpo santísimo, muerto, en el sepulcro de José de Arimatea (cfr. Jn 19, 38); tampoco parece fuerte, porque en la cruz, aparece como vencido por todos sus enemigos, aunque en realidad es El quien vence para siempre al demonio, al mundo y a la muerte.
Y sin embargo, Jesús, a quien le decimos “Santo, Santo, Santo”, es Dios Santo en la Eucaristía, porque en la comunión nos comunica su santidad; es Dios Fuerte, porque al comulgar nos comunica la fuerza de Dios; es Dios inmortal, porque la Eucaristía es Pan de vida eterna, la alegre y feliz Vida de Dios, que no termina nunca y es para siempre.

Plegaria eucarística I

En esta parte de la misa se reza una oración que se llama “plegaria eucarística”, y con esta oración lo que hacemos es dar gracias a Dios por todos sus dones, por todos sus regalos, pero sobre todo porque El es infinitamente bueno y amoroso, y como muestra de ese amor, que es más grande que todos los cielos juntos, nos envió a su Hijo Jesús para que muriera en la Cruz y diera su vida para salvarnos. Pero además, le damos gracias porque en la Santa Misa, sobre el altar, viene invisible Jesús con su cruz, para dejar su Cuerpo en la hostia y para derramar su Sangre en el cáliz, para que nosotros, al consumir la Eucaristía, lo tengamos en nuestro corazón. ¡Nunca vamos a poder agradecer lo suficiente, ni siquiera en el cielo, el enorme don del Amor de Jesús, que se queda en la Eucaristía para después venir a nuestro corazón!
En esta oración se nombran a los ángeles, a los nueve coros angélicos, para que ellos y nosotros juntos, demos gracias a Dios por su infinito amor. Los ángeles están presentes, en cada Santa Misa, alrededor del altar, y aunque nosotros no los podemos ver con los ojos del cuerpo, hay cientos de miles de millones de ángeles de luz, cantando y adorando a Jesús, el Dios de la Cruz y de la Eucaristía, que va a bajar del cielo en pocos minutos más.
Pero además de estos ángeles de luz que están alrededor del altar, hay otro ángel, un ángel misterioso, nombrado en esta oración, que se encarga de llevar la Eucaristía –el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús-, desde el altar de la tierra, al altar del Cielo. Dice así la oración que pronuncia el sacerdote: “Te pedimos, Señor, que esta ofrenda –la Eucaristía, el cuerpo glorioso de Cristo, el Hombre Dios, cuyo nacimiento fue anunciado por el ángel a la Virgen María- sea llevada a Tu Presencia, por manos de tu ángel, hasta el altar del Cielo, para que cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de Tu Hijo, seamos colmados de gracia y bendición” [1].
¿Quién es este misterioso ángel, que tiene una tarea tan delicada, la de llevar el Cuerpo de Jesús sacramentado, desde el altar de la tierra “hasta el altar del Cielo”?
Este misterioso ángel, que cumple tan delicada misión, es ¡el Espíritu Santo! Es El quien, después de la transubs-tan-cia-ción (hay que deletrear bien la palabra para
aprenderla), lleva la Eucaristía, que de un pancito que era se convirtió en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, hasta el Cielo, para presentársela a Dios Padre, de parte nuestra, para que Dios Padre tenga misericordia de nosotros y perdone nuestros pecados, y todas las veces que fuimos tibios, perezosos, e incluso hasta malos, ofendiendo a nuestro prójimo, o dejando de rezar por pereza.
Pero ahí no termina el “trabajo” de este maravilloso ángel que es el Espíritu Santo, porque después de presentárselo a Dios Padre, ¡trae de nuevo a la tierra, desde el altar del cielo al altar de la Iglesia nuestra, a la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, para que Jesús venga a vivir en nuestros corazones!
Y aquí entendemos porqué el sacerdote dice: “Para que cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de Tu Hijo, seamos colmados de gracia y bendición”: ¡porque Dios Padre, en respuesta a este regalo que le damos nosotros, al comulgar la Eucaristía, hace llover sobre nuestros corazones un diluvio de luz, de bendiciones, de gracias y de Amor!

Consagración

Aquí es donde nos encontramos en el centro de la Santa Misa, en donde se representa, invisible y misteriosamente, la Ultima Cena de Jesús, llamada “Cena Pascual”, y también se representa el sacrificio en cruz de Jesús. Por eso nos imaginamos la escena de la Ultima Cena: Jesús sentado en el medio de la mesa, a su lado izquierdo está Juan, a su lado derecho está Pedro, y luego todos los demás Apóstoles.
[…] Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti, de manera que sea para nosotros Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor.
El cual, la víspera de su Pasión […], Para vivir con fruto espiritual esta parte de la misa, nos imaginamos a Jesús, que cierra los ojos, junta sus manos a la altura del pecho, como cuando se reza, y dice: “…ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de mi Pasión” (Lc 22, 15).
Jesús hace esta oración antes de subir a la cruz, porque El celebra su Pascua, que es la Pascua de la Iglesia, la Pascua que es para siempre.
Para entender la Pascua de Jesús, tenemos que saber un poco cómo era la de los judíos, porque la de Jesús se parece a la de ellos. Los judíos la festejaban en primavera, cuando comenzaba la recolección de las primeras espigas de trigo para hacer la ofrenda de panes ácimos (panes “delgados” sin levadura).
La pascua judía era una fiesta religiosa en la que el Pueblo Elegido recordaba las “maravillas de Yahveh”, es decir, todos esos milagros fantásticos y fabulosos con los que Dios los había liberado de la esclavitud de Egipto.
Por eso la pascua quiere decir “paso” a la libertad: el Pueblo Elegido es liberado por Yahvéh, obrando grandes milagros a lo largo de toda su travesía. Para eso tenemos que leer el libro de la Biblia que se llama “Exodo”.

(Continuará)
P. Alvaro Sánchez Rueda.
Sitio del P. Álvaro: “Nacer”, Niños y Adolescentes Adoradores de Cristo
Eucaristía, http://infantesyjovenesadoradores.blogspot.com.ar

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