¡Oh qué acto tan grandioso! , participando en la Misa con
devoción, damos a Dios una gloria y honor infinitos.
Sabes que no puede haber cosas buenas con mi Sagrario cerrado. Muchas veces veo mis iglesias llenas de pueblo y me siento solo y tan abandonado como en el Huerto… El Sagrario dejó de ser el nido de amores, el alcázar de la dicha, la casa solariega de los cristianos y se fue trocando poco a poco en casa muy respetable, es verdad, pero tan aislada como respetable y tan inaccesible como aislada.
¡Con qué triste fidelidad se ha cumplido la predicción del Profeta: «Se arideció mi corazón porque dejé de comer mi pan!».
El cristianismo es el Sagrario, y, aunque ésta no sea la ocasión de demostrarlo, ustedes afirmarán conmigo, que el Sagrario en nuestra religión no es un broche de oro que lo cierra, ni una de las instituciones que lo embellecen, sino que la Eucaristía, el Sagrario es todo el cristianismo, es el principio, fin y razón de ser de sus dogmas y su moral, de sus sacrificios y de sus virtudes, de sus bellezas y de sus milagros.
Yo no puedo pensar qué sería un cristianismo sin Eucaristía, porque su Fundador no quiso que lo hubiera, pero sí digo que el actual cristianismo todo, es con, por y para la Eucaristía, y sin Ella, no titubeo en decirlo, el cristianismo es nada. A más frecuencia de Sagrario más cristianismo, a menos Sagrario, menos cristianismo.
Pues bien, el pueblo aquel que llenaba nuestros templos, dejó de frecuentar el Sagrario, llegó a olvidar prácticamente que el Sagrario, era sobre todo, la grande e insustituible casa de comida de las almas y a persuadirse de que era sólo lugar de recreo o tribunal para premiar a los santos, o trono altísimo de la majestad de Dios, y terminó de dejar sólo el Sagrario para los santos o para los que quieran andar por caminos más estrechos.
El pueblo llegó a creerse, al menos, que podía conservarse en un cristianismo regular y de modestas pretensiones… sin Sagrario o sin mucho Sagrario. ¡Qué error! ¡Como si se pudiera vivir sin comer!
Siento pena de haberlos quizá encogido el corazón con la descripción de ese cuadro tan desconsolador. ¡Perdónenme, hermanos y almas buenas que me leen…
Yo les puedo decir y asegurar con toda verdad, que ese mal del abandono del Sagrario, que todos lloramos, es curable, más aun, ya se está curando, y para ello ¡mucho depende de ti, adorador!
Del Libro “Aunque todos… yo no”/ San Manuel González/
(Adaptación)
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Jesús en vos confío