De entre los diversos milagros eucarísticos producidos en España,
el de Ivorra es el primero documentado, que confirma una vez más la Transustanciación.
La Santa Madre Iglesia enseña, basada en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo pronunciadas en la Última Cena y asistida por el Espíritu Santo, que no permite el error en su Magisterio, que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido, sino la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, en la fe de la Iglesia Católica, la Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien” y ese “Alguien” no es una persona humana ni angélica, sino la Persona Divina del Hijo de Dios, la Segunda de la Trinidad que, habiéndose encarnado en el seno virgen de María Santísima, prolonga y continúa su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia Santa, el altar eucarístico. Y esto, en razón del milagro denominado “transubstanciación”, milagro producido por la omnipotencia divina al pronunciar el sacerdote ministerial las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”– sobre el pan y el vino, de manera tal que antes de la consagración, sobre el altar eucarístico sólo hay pan y vino, y después de la consagración, ya no hay pan y vino, sino que están, ocultos bajo las especies eucarísticas, el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.
Pues bien, sucedió que en el siglo XI surgieron por toda Europa algunas herejías que atacaban la verdad de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, provocando serias crisis de fe en muchos fieles, llegando incluso las dudas a los sacerdotes. Es lo que sucedió con el párroco del pueblo de Ivorra: al enterarse de estas herejías que contrariaban la fe católica, el sacerdote de este pueblo, Bernat Oliver, en vez de combatir contra la tentación contra la fe, se dejó influenciar por las herejías, dudando también él de la realidad de la transubstanciación.
Fue así que se instaló en su alma una fuerte duda acerca de la verdad de la transubstanciación y por lo tanto, de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. De hecho, el milagro fue llamado, por este motivo, “La Santa Duda”. El sacerdote, teniendo esta duda en su mente y en su corazón, continuaba celebrando la Santa Misa, hasta que un día del año 1010 se produjo un asombroso milagro: sucedió que mientras celebraba la Misa y luego de pronunciadas las palabras de la consagración, el vino vertido en el cáliz se convirtió en Sangre viva . Es decir, el vino que el sacerdote, en el momento del ofertorio, había vertido en el cáliz, se convirtió en Sangre y en tanta abundancia que colmó el cáliz y se derramó sobre el mantel de altar, llegando hasta el piso.
Constatado por un santo
El Obispo san Ermengol, enterado de la noticia, se dirigió a Ivorra para constatar personalmente el Milagro, comunicando luego la noticia a Roma, llegando a oídos del Papa Sergio IV. El Papa, certificando el Milagro, firmó una Bula pontificia, con lo cual se daba lo sucedido en Ivorra como un milagro originado en el cielo.
Las Reliquias del Prodigio y el documento mencionado fueron colocados en la parte superior del altar mayor de la iglesia parroquial de Ivorra, intitulada a San Gugat e inaugurada en el año 1055 por el Obispo Guillem de Urgell. Actualmente las Reliquias sagradas se conservan en un relicario gótico del año 1426. Allí están depositados el mantel de altar teñido de Sangre y otras Reliquias, donadas por el Papa Sergio IV a San Ermengol. En 1663, se edificó el actual Santuario con el fin de recibir la gran cantidad de peregrinos que acudían cada año para venerar el Milagro.
Hasta hoy, todos los años se celebra en el segundo domingo de Pascua la fiesta llamada de “la Santa Duda”, recordándonos así la duda del sacerdote de Ivorra, Bernat Oliver y el gran Milagro ocurrido.
Reflexiones acerca del milagro
Lo sucedido al Padre Bernat Oliver debe servirnos de lección a nosotros, en este sentido: frente a las herejías, que afirman cosas contrarias a lo que aprendimos en el Catecismo sobre la Presencia real de Jesús en el altar, no debemos prestarles oído y debemos rechazarlas en el acto. La duda sobre la transubstanciación le sobrevino al P. Bernat porque no fue pronto en rechazar la tentación de no creer en lo que nos enseña la Iglesia, que Jesús, por el milagro de la transubstanciación, está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Para sacarlo de su duda, Dios hizo que el milagro, invisible, se hiciera visible y es por eso que el vino en el cáliz se convirtió en Sangre y se derramó sobre el mantel de altar, cayendo hasta el piso. Así como sucedió en el Calvario, en donde la Sangre se separó del Cuerpo por el sacrificio de la cruz, así sucede de modo incruento en el Altar, en donde la Sangre del Cáliz está separada del Cuerpo, que es la Eucaristía.
Nosotros no necesitamos de que el milagro de la transubstanciación, que se produce invisible en cada Santa Misa, se haga visible, como en este caso: nos basta con creer lo que la Santa Madre Iglesia nos enseña acerca de la Eucaristía, así como un niño pequeño, que ama a su madre, cree firmemente en lo que su madre amorosa le enseña para su bien. Así debe ser nuestra fe en la transubstanciación y en la presencia real de Jesús en la Eucaristía: firme y basada en el amor a Dios, que ni miente ni puede engañar, porque es la Verdad Increada.
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Jesús, en Vos confío