El gran porqué de ese misterio de silencio es, a no dudarlo, el mismo del misterio de su pasión y de su muerte.
¡Porque quiso y así nos convino!
Pudo redimir al mundo del pecado y de la esclavitud del demonio con un simplísimo acto de homenaje, de súplica, de desagravio a su eterno Padre sin hacerse hombre
y sin haber padecido en su humanidad los dolores y la muerte; pudo ya hecho hombre, haber aplacado a su Padre y pagado por el mundo con la primera gota de lágrima que derramaron sus ojos, o con la primera gota de sangre de su circuncisión o con la primera palpitación de amor de su corazón de carne, pudo redimirnos de mil maneras, pero no quiso El Hijo del hombre fue entregado a las salivas, a los escarnios y a la muerte porque quiso. Y porque quiso, instituyó la Eucaristía, sacrificio y sacramento, y porque quiso escogió los frágiles accidentes de pan y de vino para esconderse, y, escondido y mudo, darse en sacrificio a su Padre y en alimento a los hombres por los siglos de los siglos.
Ante esos insondables misterios de generosidades divinas en favor de los pobres pecadores, ¿cómo no prorrumpir con el corazón y con la boca henchidos de gratitud y lealtad: Hágase, Señor, tu voluntad en mí y en mis cosas hoy y mañana, sin «pero» y sin que yo busque más razón ni más ventaja que ésta: ¿Así lo quieres Tú ahora?.
Madre Inmaculada, enseña a mi alma y a mi boca a decir con generosidad, firmeza y paz, en todo y siempre, tu respuesta al ángel:«Hágase en mi según tu palabra» (Lc1,38).
San Manuel González
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Jesús en vos confío