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Adoradores: «Una lección de geografía espiritual»

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San Manuel González reflexiona y compara las
estaciones del año y las del alma… ¿En cuál te situarías?

Aunque te produzca asombro, he de asegurarte que no es sólo el tiempo el que se permite el lujo de tener estaciones, sino que también su merced, el alma tiene las suyas, y te doy mi palabra de cristiano de que no hemos de perder el tiempo en hablarte yo y oírme tú sobre esas estaciones, aún no registradas en esos almanaques.
Una diferencia encuentro por de pronto entre las estaciones del año y las del alma: las primeras son sucesivas y periódicas, y las segundas no siempre están sujetas a esas sucesiones periódicas.

Las almas de invierno

¿No te has encontrado en la vida con esas almas, tan frías como el invierno tan frío? Si hablan es para echar un jarro de agua fría al interlocutor; si miran a uno, es para dejarlo helado. Como almas de invierno, tienen lluvias frecuentes de llantos, de rabia, de despecho, de odios reconcentrados. Allí no hay más que eso: mucho frío, mucha soledad y mucha agua corrompida. ¡Pobres almas de invierno! ¡Qué tristes los inviernos del alma!

Las almas de primavera

Las almas de primavera tienen, como la naturaleza en esa estación, mucha lozanía, de hojas, flores, aromas. Son las almas de las amistades ingenuas, de las entregas sin reserva, de las candideces infantiles a pesar de los años y del saber. Pero en esas almas peligran, como las hay en las primaveras del tiempo, las ráfagas heladas o chubascos de defectos de invierno, o vientos o tormenta de pasiones huracanados, o calores de veranos que secan hojas y flores o impiden el fruto. Fuera de ello, son almas encantadoras.

Las almas de verano

Son esas almas siempre atropelladas, siempre echando chispas, que llevan media riña por lo menos en el bolsillo, buscando la otra media en el primer ciudadano conque topan, en vez de hablar, dan resoplidos; en vez de amar, queman; en vez de alentar, atropellan; son las almas de los iracundos, de los irreflexivos, de los exaltados. Son las almas al lado de las cuales, más que calor, se siente asfixia.

Las almas de otoño

¡Pobrecillas! Como el otro otoño. Estas almas tienen sus hojas caídas de ilusiones, desengaños, escepticismo de la vida, y sus tardes tristes, y sus tonos grises y su melancolía que trasciende a muerto, y sus días apacibles y sus mañanas frescas y sus noches frías, Suelen vivir en esta estación las almas de los caídos, de los desengañados, de los enfermos incurables, de los por naturaleza pesimistas… De ordinario, se llega a esta estación por averías sufridas en las otras estaciones.

Y ¿cuál será la mejor?

Como cada estación, por alegre que sea, tiene su “contra” y por antipática, como el invierno, su “pro”, yo creo que la mejor estación para el alma, sería aquella en que se reunieran todos los “pro” de cada una de ellas y se espantaran a todos los “contras”, ni más ni menos que como lo desearíamos en la naturaleza. Un alma que reuniera los aromas y las flores y los horizontes rosados y los encantos de la primavera, junto con los días diáfanos y el calor del verano suficiente para que todo eso luzca y viva, y con las lluvias de buenas lágrimas de invierno que dan jugo y se defendieran contra la vanidad y las pompas mundanas con algo de las desilusiones otoñales, sería un alma colocada en una estación de Paraíso.

¿Qué hacer?

¡Cual es la causa de las estaciones del año? Pregunten a un geógrafo de diez años, y les responderá: La distinta posición de la Tierra con respecto al sol. ¿Se enteraron amigos? O sea que todo se reduce a que el alma se coloque bien delante del Sol suyo. El Corazón de Jesús, ése es el Sol de las almas.
Almas ¿quieren evitar los rigores de las estaciones? ¿Quieren una primavera eterna, sin ninguno de los inconvenientes y con todas las ventajas del verano, del otoño y del invierno?
¡Sitúate bien delante del Corazón de Jesús!
Granitos de Sal/ San Manuel González/ Extracto

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