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Adoradores: «Conocer y dar a conocer a Jesús»

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En todo, tanto en lo del cielo cuanto en lo de la tierra,
se descubre, se ve y se conoce a Jesús.

Conocerlo y darlo a conocer todo lo más que se pueda! He aquí la suprema aspiración de mi fe de cristiano y de mi celo de sacerdote, y la que quisiera que fuera la única aspiración de mi vida. Y no digo conocer y amar y darlo a conocer y amar, porque, con que se conozca, basta.

El que conoce con toda evidencia una verdad no puede negarla, no es libre para no admitirla; el que conoce ciertamente un bien, tampoco es libre para odiarlo o quererlo; el bien conocido y reconocido como tal bien, es necesariamente querido.
Cuando odiamos un bien es porque no lo conocemos del todo o nos engañamos tomándolo por mal; cuando queremos un mal, no es porque lo tengamos por mal, sino que, engañándonos, lo tomamos por bien. Jesús es verdadero y bueno; más aún, es la Verdad y el Bien, y se le odia, sin embargo.

¿Por qué?

Porque no se le conoce, o se le conoce muy a medias. En el cielo, en donde es conocido con una luz más fuerte que la de la razón y la de la Fe, que es la luz de la gloria, como es, no en representación ni espejo, no hay peligro ni libertad de dejar de quererlo eternamente.

En la tierra, mientras más nos acerquemos por el estudio, la oración, la Fe y la contemplación a su conocimiento, ciertamente, más irresistiblemente lo amaremos.
Por eso ha podido El decir que la Vida eterna, o sea, la vida sobrenatural y divina, a la que nos ha elevado por su Gracia en la tierra y por el lumen gloriae en el cielo, no es otra cosa que el conocer al Padre y al Hijo, y más simplemente aún: el conocerlo a El.

-”Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, le dice San Felipe…
-”El que me vé a Mí ve a mi Padre”, responde Jesús.
Esto es; la Vida eterna es conocer a Jesús de todos los modos que podamos conocerlo, con medios naturales y sobrenaturales, desde conocerlo por la historia y por la Fe hasta conocerlo y saborearlo por el don de Sabiduría en todo lo que pueda El ser conocido, en Sí mismo como Dios y como Hombre, en sus relaciones con su Padre Dios y con su Espíritu Santo. Dios, en sus obras como Dios y como Hombre y, como en frase gráfica de San Pablo “omnia in ipso constant”, en todo, tanto en lo del cielo cuanto en lo de la tierra, se descubre, se ve y se conoce a Jesús.
En ninguna otra ciencia, ni en ningún otro hecho, ni verdad, ni bien, puede descansar el alma y saciar todas sus aspiraciones como en ver, conocer, saberse y saborear a Jesús.

¡Qué bien expresaba esa suprema aspiración del espíritu aquel clamor de los gentiles que se acercaban al apóstol Felipe en el atrio del Templo: “Queremos ver a Jesús”!, Y ¡qué admirablemente bien respondía al ansia de ese clamor la palabra con que Jesús llama e invita: “¡Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba!”.

Desde entonces, a partir de esa dulcísima invitación, el gran sediento de felicidad, el género humano, ha quedado dividido en dos inmensos grupos, el de los que van a Jesús a beber y saciarse y el de los que no quieren ir y se retuercen en las torturas de una sed rabiosa…

¡Pobres sedientos y pobres muertos de sed a un paso del torrente de aguas vivas! Estas paginillas quisieran ser grito y luz y fuerza que levanten y empujen para que vean y sepan y saboreen a Jesús los que no lo conocen o lo conocen mal o a medias!.

Conocerlo por su divino Corazón

Ese, ese es el camino por donde éstas páginas quieren llevar a los que las lean: conocer a Jesús conociendo su Corazón.
Si de todo hombre puede afirmarse que es bueno o malo, grande o ruin, según sea su corazón, del HombreDios puede asegurarse con más razón y estricta verdad.

A todo hombre puede conocerse, conociendo cómo y a quién ama. A Jesús incomparablemente mejor. ¿Por qué? Porque en la función propia del corazón, que es el amar, está todo el secreto de su venida a la tierra en carne humana, mortal primero y eucarística después, de su vida entre los hombres, de su padecer y morir y de su perpetuarse por ellos en la Hostia de su perenne Sacrificio.
“Majorem hac dilectionem nema ha bet”¡Nadie ha amado, ni ama, ni amará más que El!

¡Conocer al Corazón de Jesús!
¡Cuántas buenas almas me han pedido un libro que trate de esto solo: ¡qué es el Corazón de Jesús!. Escribiendo estoy esas palabras y la pluma me tiembla entre los dedos; ¿atrevimiento insensato? ¿osadía sacrílega? ¿profanación del misterio de
los misterios de Jesús? ¡Entrar en su Corazón, es decir introducirse en ese divino Laboratorio en que se han forjado la Eucaristía y la Iglesia; sumergirse en el Manantial del que brotan las lágrimas resucitadoras que abren losas de sepulcros y ablandan corazones de piedra y los raudales de Sangre que lavan los pecados, redimen los mundos y divinizan a los hombres; asomarse al horno, y más, al volcán donde ha salido y sale el fuego de amor que ha impedido e impedirá que el mundo se muera de frío y de egoísmo, y que ha conseguido y seguirá consiguiendo que los hombres amen a su Dios como a su
Padre y se amen unos a otros como hermanos, y hasta den la vida por su Padre Dios y por sus hermanos los hombres, que los enemigos se perdonen y se abracen y que los huérfanos tengan padres y cuidadores… entrar en su Corazón, esto es, aproximarse al místico Incensario del que se levantan blancas e inmensas espirales de alabanzas y desagravios, que satisfacen a Dios, aromas de piedad, humildad, pureza y paciencia que hacen santos a los hombres y desinfectan esta charca inmensa de la tierra pecadora!

¡Todo eso e infinitamente más que eso es el Corazón de Jesús!
¿Quién puede llegar o enseñar a acercarnos? ¿Los santos? ¿Sus hechos o dichos? ¿Los teólogos? ¿Los libros de los sabios? Muchas y muy lindas cosas del Corazón de Jesús sabemos por esos elementos; es cierto; pero también lo es que ni unos ni otros lo han dicho todo, ni se han hecho entender de todos.

Unos porque cuentan cosas muy subidas a fuerza de místicas, y otros, por fríos sistematizadores o vulgares rutinarios, impiden o dificultan el conocimiento íntimo, interno, que decía San Ignacio, personal, irresistiblemente atrayente del Corazón de Jesús como órgano de su Humanidad y como símbolo de su amor, por parte del pueblo cristiano y, me atrevería a decir, de hartos letrados y allegados.

¡Si nos diéramos bien cuenta de lo que es el Corazón de Jesús y de lo que en El tenemos! ¿Cómo? ¿En dónde encontrar ese guía? ¡En el Evangelio!
San Manuel González/ Adaptación

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Jesús, en Vos confío

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