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Adoradores: «Preparación para la muerte»

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El valor del tiempo

Procura, hijo mío -nos dice el Espíritu Santo-, emplear bien el tiempo, que es la más preciada cosa, riquísimo don que Dios concede al hombre mortal. Hasta los gentiles conocieron cuánto es su valor. Séneca decía que nada puede equivaler al precio del tiempo. Y con mayor estimación le apreciaron los santos.

San Bernardino de Siena afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna.
Tesoro es el tiempo que sólo en esta vida se halla, mas no en la otra, ni en el Cielo, ni en el infierno. Así es el grito de los condenados: “¡Oh, si tuviésemos una hora!…” A toda costa querrían una hora para remediar su ruina; pero esta hora jamás les será dada.

En el Cielo no hay llanto; mas si los bienaventurados pudieran sufrir, llorarían el tiempo perdido en la vida mortal, que podría haberles servido para alcanzar más alto grado de gloria; pero ya pasó la época de merecer.
Una religiosa benedictina, difunta, se apareció radiante en gloria a una persona y le reveló que gozaba plena felicidad; pero que si algo hubiera podido desear, sería solamente volver al mundo y padecer más en él para alcanzar mayores méritos; y añadió que con gusto hubiera sufrido hasta el día del juicio la dolorosa enfermedad que la llevó a la muerte, con tal de conseguir la gloria que corresponde al mérito de un solo Avemaría.

¿Y tú, hermano mío, en qué gastas el tiempo?… ¿Por qué lo que puedes hacer hoy lo difieres siempre hasta mañana? Piensa que el tiempo pasado desapareció y no es ya tuyo; que el futuro no depende de ti. Sólo el tiempo presente tienes para obrar…

“¡Oh infeliz! –advierte san Bernardo-, ¿por qué presumes de lo venidero, como si el Padre hubiese puesto el tiempo en tu poder?” Y san Agustín dice: “¿Cómo puedes prometerte el día de mañana, si no sabes si tendrás una hora de vida?”.
Así, con razón, decía santa Teresa: “Si no te hallas preparado para morir, teme tener una mala muerte…”
San Alfonso M de Ligorio

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