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Adoradores: «¡Tuyo soy Señor!

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Oh, cuán hermoso espectáculo ofreció nuestro dulce Redentor aquel día, en que, cansado del viaje, se sentó junto a la fuente de Jacob, esperando benigno y amoroso a la Samaritana para convertirla y salvarla!.
Pues de igual manera, descendiendo ahora el mismo Señor todos los días desde el cielo a nuestro altares, como a otras tantas fuentes de gracias, dulcemente se entretiene con nosotros, esperando y convidando a todas las almas a que le hagan compañía, siquiera por algún tiempo, con el fin de atraerlas de esta suerte a su perfecto amor.

Desde los altares, donde reside Jesús Sacramentado, parece que nos habla, y a todos nos dice: “Hombres, ¿por qué huyen de mi presencia? ¿Por qué no vienen y se acercan a Mí, que los amo tanto, y que por su bien estoy aquí tan humillado? ¿Qué temen? No he venido ahora a la tierra para juzgarlos; antes bien me oculto en este Sacramento de amor con el único fin de hacer bien y salvar a todos los que a Mí recurran”.

Entendamos, pues, que así como en el Cielo Jesucristo vive siempre para interceder por nosotros, así también en el Sacramento del altar está continuamente, de noche y de día, haciendo el piadoso oficio de abogado nuestro, y ofreciéndose como Víctima al Eterno Padre para alcanzarnos su misericordia e innumerables gracias. Por esto decía el devoto Kempis, que debemos llegarnos a hablar con Jesús Sacramentado, sin temor a sus castigos, y sin ningún recelo, sino como habla un amigo con otro amigo amado.

Pues ya que me lo permites, deja, ¡oh, invisible Rey y Señor mío!, que te abra confiadamente mi corazón, y te diga: ¡Oh, Jesús mío, enamorado de las almas!, bien conozco el agravio que nos hacen los hombres. Los amas y no eres amado; les haces bien, y recibes desprecios; quieres que oigan Tu voz, y no te escuchan; les ofreces tus gracias, y no las admiten.

Di, Señor, lo que de mí quieres: que todo quiero hacerlo sin reserva; hazme saber por medio de la santa obediencia, y espero ejecutarlo. Dios mío, resueltamente te prometo nunca omitir desde hoy cosa alguna que entienda ser de tu mayor agrado, aunque tuviese que perder todas las cosas: parientes, amigos, estimación, salud y hasta la misma vida.
San Alfonso M. Ligorio/ Adaptación

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