La Eucaristía, fin de las virtudes cristianas y religiosas.
El verdadero adorador en espíritu y en verdad no debe estimar, amar ni practicar las virtudes cristianas, ni aun en su grado más perfecto, sino como preparación y perfección que conviene al servicio eucarístico de Jesucristo.
Como preparación sirven las virtudes que nos corrigen de nuestros defectos, como la penitencia y la humildad que destruyen nuestros vicios y nuestro orgullo, la mortificación que se opone a la sensualidad, la caridad al egoísmo y la pureza de conciencia a toda infidelidad. Un servidor sucio no puede atreverse a presentarse a su amo, y tampoco uno dominado por el odio ante el Salvador inmolado, ni un orgulloso ante Dios humillado.
De ahí que un adorador tenga que comenzar por quitar y corregir todo lo que podría ofender los ojos de Dios en la Eucaristía. Antes de entrar en la sala de las bodas reales debe vestir el traje nupcial. Debe presentar ante todas las cosas la primera cualidad de un servidor, que es la de no desagradar a aquel a quien sirve.
Hay también otras virtudes que exigen la urbanidad y el decoro, y en este concepto sirven todas las virtudes de Jesucristo copiadas por el adorador, no ya como remedios personales, sino como cualidades que exige la educación, como propiedades de un servicio que ha de agradar al Señor.
Buscar la humildad
Un buen servidor, como sepa lo que su señor prefiere, se anticipa a sus deseos y halaga su amor honrando lo que estima. Así también un buen adorador, como sabe que Jesucristo su señor ama con predilección la humildad y la mansedumbre de corazón, puesto que dice: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”; como sabe que ama con predilección las virtudes religiosas de pobreza, castidad y obediencia, abraza con ardor el estudio y la práctica de las virtudes cristianas, con ellas conforma su vida, hace de ellas como manto de honor, y así sirve a Jesús con las mismas virtudes que distinguen y coronan al divino Salvador, que es como si sirviera por Jesús mismo. Para pago de estos sacrificios no pide otra cosa que ser agradable a su Señor. Siendo la Eucaristía fin de las virtudes, será también su sostén y perfección.
Progreso en las virtudes
Para progresar en las virtudes el cristiano necesita tener presente su modelo; necesita una fuerza actual y siempre creciente, un amor que le excite y sostenga. Ahora bien, sólo en la Eucaristía se encuentran de un modo perfecto estos tres bienes:
1º En su estado sacramental es Jesús siempre modelo de las virtudes evangélicas. El poder de su amor dio con el secreto inefable de continuarlas y glorificarlas en su estado resucitado para poder decir siempre a sus discípulos: “Síganme, aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
¡Cuán hermosas, amables y arrebatadoras son, en efecto, las virtudes eucarísticas de Jesús! Cierto que un ligero velo las oculta a nuestros ojos carnales, harto débiles e impuros para considerarlas en este divino sol; pero los ojos de la fe las contemplan, el amor las admira y de ellas se nutre y en ellas se deleita. ¡Qué bien ha sabido Jesús juntar en su estado sacramental pobreza con divinas riquezas, humildad con gloria, obediencia con omnipotencia, flaqueza con fuerza, mansedumbre y bondad con majestad!.
¡Cuánto más oculta es en el Cenáculo la vida oculta de Nazaret! ¡Cuánto más sublime es en el altar, en su estado de víctima perpetua de nuestra salvación, el amor crucificado!
¡Oh, sí, en la Eucaristía es donde toman las virtudes de Jesús su última forma de amor y de gracia!.
Ya no las practica Jesús como de paso y por intervalos, sino que todas ellas están juntas en estado permanente y lo estarán hasta el fin del mundo para ser siempre regla actual del cristiano.
(Continuará)
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Jesús, en Vos confío