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Adoradores: «El arte de sumar»

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La vida y el tiempo en orden a la salvación del alma no son ni más ni menos
que una reunión de minutos aprovechados o perdidos en mayor o menor número.

Cuatro son, como sabes, las operaciones fundamentales de la aritmética: sumar, restar, multiplicar y dividir, Y bien puedo asegurarte que cada una de ellas nos enseña algo en orden a nuestra alma y a la salvación de la de nuestros hermanos.
Para ello me basta recordar la ley fundamental de la suma… ¿quién no sabe sumar? La ley fundamental de la suma es que sólo se puede sumar números homogéneos, o sea, de una misma especie. Como la proposición sentada tiene dos miembros, pues en ella se habla de la salvación propia y de la ajena, voy también a dividir mi prueba, para que no se me tache de sofista.
Y digo que para salvarse uno tiene bastante con saber sumar minutos.
¿No has oído nunca hablar de esa suma? Pues, sigue leyendo y verás cuanto te interesa.

¿Qué es un santo?

Es un hombre que emplea el tiempo de su vida en servir a Dios. Y ¿qué es la vida? ¿Qué es el tiempo? No temas que me dé por meterme en filosofías indigestas.
La vida y el tiempo en orden a la salvación del alma no son ni más ni menos que una reunión de minutos aprovechados o perdidos en mayor o menor número.
Y nota que digo reunión y no suma de minutos, porque falta la homogeneidad.
Y como no se pueden sumar peras y bancos, sino que las peras se han de sumar con las peras y los bancos con los bancos, a la vida de un hombre sobre la tierra no se le puede llamar suma de minutos.

¿Cómo van a ser de la misma naturaleza, en el orden a la salvación, el minuto empleado en servir a Dios y el empleado en ofenderlo?
¿No hay mucha más diferencia entre una alabanza y una ofensa a Dios, que entre una pera y un banco? Hay que establecer, por consiguiente, dos especies de minutos: minutos aprovechados y minutos perdidos.

Hacer la voluntad de Dios

De modo, que un santo no es ni más ni menos que un hombre con una gran suma de minutos aprovechados.
De modo que, ¿quieres de verdad salvar tu alma y ser santo?.
Pues mira a qué se reduce todo: a santificar el minuto presente con el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Mira si esto es fácil y cómodo; no hay que preocuparse de lo que se hará mañana o luego, basta con que te ocupes del minuto presente.

¿Qué me pide Dios en este minuto? ¿Escribir? Pues escribiendo bien me voy salvando y haciendo santo. ¿Orar ante el Santísimo? ¿Leer? ¿Comer? ¿Pasear? ¿Recrearme?. Pues orando, leyendo, comiendo, paseando y recreándome bien, en ese minuto voy por buen camino.

¿Qué eso es muy poco?

Pues hay de la utilidad de saber sumar; cada minuto en si mismo bien poca cosa es.
¿Ves todas esas virtudes y heroísmos de los santos que tanto te asustan?.
Pues escucha bien: esas virtudes y esas maravillas no son ni más ni menos que sumas de minutos de vencimiento propio, de pequeñas mortificaciones, de actos momentáneos de amor a Dios y de paciencia en las flaquezas del prójimo.

Nemo repente fit summus (nadie se hace perfecto de repente), reza el antiguo adagio, y en ninguna ocasión se aplica mejor que en ésta. Los santos de ordinario no se han hecho de un solo instante santo, sino paso a paso; es decir, minuto a minuto. Y si queremos como ellos obtener sumas totales admirables, tenemos que poner todo nuestro ahínco en reunir los pequeños sumandos.

Quita, si te place, a esas sumas admirables unos cuantos minutos, uno solo tal vez, y en vez de un gran santo quizás no encuentres más que a un hombre común, sin destacarse.
¡Y como consuela y ensancha el alma, tan oprimida por tanta miseria y por tanto asalto del enemigo, saber que con solo tener buena intención habitual y gracia de Dios, los 60 minutos de la hora, los 2.400 del día, y los 525.600 del año, y los millones que suman nuestra vida pueden valer virtudes en esta vida y gloria inacabable en la otra!

¡Ay! ¡Si supiéramos y quisiéramos sumar minutos!
San Manuel González/ adaptación

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