Continuamos con las reflexiones de San Pedro Julián Eymard.
Los deberes de familia deben ser dulces para el corazón de un buen hijo y de un buen hermano. Dios los ha constituido en primera ley del amor al prójimo.
1. Deberes de hijos
La naturaleza hace amar a nuestro padre y a nuestra madre: es la dicha de la vida. La fe nos los muestra como los representantes del poder y de la bondad de Dios y nos los hace amar con amor sobrenatural. De ahí que el amor cristiano tenga toda la fuerza de la naturaleza y de la gracia. Para ser verdadero, el amor filial debe poseer tres cualidades.
Precisa que sea respetuoso, sumiso y abnegado.
a) Amor respetuoso
El respeto es la primera prueba del amor filial. Un amor sin respeto no es más que amor propio rayano en el desprecio. El respeto es el guardián fiel del amor, es una corona de honor y de gloria. Delante de los padres se debe, pues, evitar severamente toda palabra poco respetuosa o trivial que no se pronunciaría delante de un jefe a quien se respeta; evitar toda acción descortés o grosera que no se atrevería uno a poner ante una persona digna de honor. Un buen hijo tendrá, sobre todo, a gala honrar a sus padres delante del mundo. Su honor personal así lo exige; Dios se lo impone como precepto absoluto.
b) Amor sumiso
La santidad de Jesús hasta los treinta años no fue más que un acto continuo de obediencia. El evangelio revela su perfección toda por esta única palabra.
“Les estaba sumiso” (Lc 2, 51). La obediencia era su vida.
¡Feliz el joven afiliado que supiere obedecer como Jesús! Sus acciones serán llenas de méritos, su corazón gozará de las delicias de la paz y su vida será bendecida de Dios.
c) Amor abnegado
Un buen hijo ha de apartarse de todo placer que no participarían sus padres; rehusar toda amistad extraña que dividiría su tiempo y su afecto con detrimento del amor filial. Su dicha es vivir bajo el techo paterno; su placer, prodigar a sus padres sus cuidados tiernos y afectuosos. En la hora del dolor y de la prueba será siempre su consuelo y su fortaleza.
Dichoso el joven adorador que coloca la gloria de su vida en servir a sus padres, sin más galardón que el amor de su deber, sin más deseo que el de hacerles bien, sin otra esperanza que la de Dios. Obrando así no perderá nada, pues el placer más puro es el de la familia; la fortuna mayor, la del honor; la virtud más perfecta, la de la abnegación.
2. Deberes de hermano
La amistad fraterna es el amor más fuerte. Para ser cristiana esta amistad debe estar fundada en la caridad y en la virtud.
a) En la caridad
La caridad, dice san Pablo, es dulce, paciente y bienhechora. Dulce, en sus relaciones, evita cuanto propende al mal humor o a la antipatía. Paciente, soporta con calma las debilidades de la edad, los defectos naturales de los hermanos y de las hermanas. Benéfica, quiere su bien como el suyo propio; se lo procura con sencillez y gusto. Tal ha de ser la verdadera amistad fraterna de un joven afiliado.
b) En la virtud
La amistad que no está fundada más que en el sentimiento natural o en la simpatía dura poco, permanece a menudo estéril para el bien. Solo la virtud da a la amistad su vida, su poder. Esta virtud tiene que ser: llena de abnegación, benévola, preveniente en sus relaciones, afectuosa en sus servicios, desinteresada en sus sacrificios, haciendo el bien por amor y no por interés propio ; abnegada, sobre todo en el orden de la salvación, no teniendo ni paz ni descanso mientras no haya salvado a un hermano o a una hermana en peligro de perderse.
Tal tiene que ser la virtud fraterna de un joven adorador para ser perfecta.
(Continuará)
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Jesús en vos confío