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Deberes para con la sagrada Eucaristía: «La pureza de corazón»

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El autor nos propone tener siempre una recta intención,
desapegados del amor propio y aferrados a la cruz de Jesús.

Ustedes, por lo menos, dense por entero y sin reservas en su interior a nuestro maestro: el exterior le pertenece desde hace tiempo. Pero el don interno de sí mismo es el don verdadero, porque nuestro Señor es entonces el dueño del campo que ha de cultivar y del árbol que ha de injertar.

Jesucristo demuestra ser el Salvador, de una manera singular, en la elección de las gracias de santificación llevada a cabo mediante el desprendimiento, que comienza por la propia renuncia y acaba con la conformidad con el plan de vida señalado por su voluntad.
Servíos de todo como de medio, pero no descansen más que en Jesús.
Procedan en todo a manera de un siervo y no pertenezcan más que a nuestro único maestro y Señor Jesús.

No olviden que son las esposas del Corazón eucarístico y que su dote y mejor adorno es la pureza de corazón. Posean una bellísima pureza, una gran rectitud de intención, sean muy desinteresadas en sus acciones y muy desprendidas en sus afectos.

Sean libres en la vida de amor, como es libre y dichoso el amor en su centro de acción. Por tanto, libérense de las telarañas, de la fiebre del amor propio y de esa mendicidad estéril respecto a aquellos que nada les pueden dar.
El sol no cambia de naturaleza aun cuando las nubes encubren su faz.
Se los ruego, no se dejen cercar de negros nubarrones. Hacen muchísimo mal; son malos y vienen del demonio, porque, efectivamente, son negros.

Sean fuego

Sé perfectamente que no siempre puede uno estar nadando en alegrías celestiales; pero pueden siempre ser obedientes a nuestro Señor y aguardar la vuelta del sol, que no se deja esperar largo tiempo.
Lo esencial es fundamentarse bien en la confianza en Dios, alimentarse de su verdad, sacrificarse a su mayor gloria por su amor soberano, amándole en todo, en todas partes y por encima de todo.

Sean fuego, oculto bajo las cenizas, concentrado en sí mismo, para acumular su fuerza de expansión.
Sean llamas que iluminan, calientan y abrasan todo lo que las rodea.
¡Amamos tan poco al divino maestro y nuestro amor es tan limitado…!
Debemos suplir esta deficiencia trabajando por que Jesús sea conocido, amado y servido, ya que, si la fe nos hace sus discípulos, el amor nos convierte en apóstoles suyos.

El sufrimiento

El camino del justo está bordeado de un doble cerco: el de la gracia, escalonado a lo largo del camino, como el arroyuelo, el pan y la fuerza del caminante; y el de la cruz de nuestro Señor, que reviste toda clase de formas, pero que siempre es cruz. A medida que uno avanza son más numerosas las cruces, y con frecuencia más crucificantes para la naturaleza; pero también están coronadas de diademas más resplandecientes; nos anuncian la proximidad del paraíso.

No; nunca ha habido felicidad en la tierra desde que Dios dijo a Adán: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”. Nunca la tendrán los discípulos de Jesucristo: no les quedan en este mundo más que persecuciones, cruces que sobrellevar, sacrificios continuos que hacer; he ahí lo que Jesucristo nos reserva en este mundo y lo que, largo tiempo, viene concediendo.

Debemos sufrir de parte de todos y en todo lugar: ésta es la semilla del calvario esparcida en toda la tierra; éste es el bordón de viaje del cristiano, su espada en el combate, su cetro y su corona.
Se diría que el amor de Dios penetra en nuestro corazón por una llaga nueva y que se goza perforando ese corazón para hacerlo pasar así a través de su celestial llama. Pues bien: ¡Viva la cruz de nuestro bondadosísimo Dios y vivan las criaturas que nos la proporcionan o que en ella nos crucifican!

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Jesús en vos confío                                       

 

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