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Adoradores: «Camino cuaresmal»

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Ver a Dios, aun en la cruz, es la bienaventuranza
prometida a los limpios de corazón.

Queridos adoradores, tengo a la vista el Evangelio […] en el que el Maestro que va a Jerusalén anuncia una vez más a lo que va, a ser escupido, abofeteado, crucificado… y dice que los suyos no entendieron ni una palabra.
¿No les parece que más fuerte que el ciego de este mismo Evangelio debieran éstos haber gritado: ¡Señor, que veamos! ¡Han estado siempre los hombres tan torpes en entender la cruz!

Hijos míos, aquí tienen una oración tan breve como jugosa delante de vuestras cruces de cada día:
¡Señor, que yo entienda lo bueno y lo necesario de mi cruz!
Ver a Dios, aun en la cruz, es la bienaventuranza prometida a los limpios de corazón. Pero, ¿se han dedicado formalmente a ver a Dios en sus cruces? ¡Ya saben: el corazón limpio!
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. ¿Serán éstos los que no pueden ver ni pintada la cruz?
¡Desgraciados! no saben que la Cruz no se hace pesada más que a los que se empeñan en no quererla ver ni llevar.

El Domingo de Ramos

Yo encuentro en el sencillo y extraño aparato del triunfo de Jesús en ese día un motivo de mucho consuelo y aliento para los despreciados y tenidos en menos por el mundo. Jesús escoge para trono de su gran triunfo una borriquilla dócil…
Pobrecillos, ignorantes, seres sin lucimiento, escasos de luces, de dinero, de habilidad, ínfimos del pueblo y todos los que despectivamente el mundo llama “burros” ¡alégrense!, ¡con toda su insignificancia llevada en paz, y precisamente por ella pueden ser escogidos para tronos y coronas de Jesucristo, Rey inmortal de los siglos…!

Un consejo a las almas que no quieren o no pueden llevar cruz: Su “no poder” o “no querer” procede de que han olvidado que, antes del Viernes Santo está el Jueves Santo: Esto es, que antes del Calvario está el Cenáculo.

Saber contemplar

Dice san Agustín: “Hermanos, para sanar del pecado contemplemos a Cristo en la cruz. Del mismo modo que los que miraban la serpiente de metal en el desierto no morían de las mordeduras de las serpientes; así los que contemplan por la fe la muerte de Cristo, sanan de las mordeduras de los pecados”.

Si Cristo estuviera siempre en el Tabor, ¡cuántos miradores y admiradores tendría!…
Pero en la Cruz del dolor del Calvario y en la Cruz de la inmolación en silencio del Altar, que es donde ha querido quedarse en la tierra, ¡qué pocos, qué pocos!…

Dice san Agustín: “Es conforme a nuestra piedad, que los que vamos a celebrar la Pasión del Señor Crucificado, hagamos para nosotros una cruz, reprimiendo las voluptuosidades de la carne.”
¡Qué bien, si los cristianos sustituyeran su ocupación constante de destruir la cruz con la que Jesús quiere que rediman y salven, con la de construirse y llevar la cruz formada por la línea horizontal de sus inclinaciones torcidas! Esas dos líneas encontradas y cruzadas ¡qué cruz tan santificadora forman.

Mis deberes para con la cruz

1.- Conocerla. (Por el Evangelio, la Iglesia, la Historia y la Santa Misa).

2.- Discernirla. (la verdadera, que es la que Jesús nos hace y da para redimirnos y santificarnos, de la falsa, o la labrada e impuesta por el demonio, la imaginación o el amor propio para atormentarnos, desesperarnos y condenarnos).

3.- Amarla. (Por venir de Jesús y llevarnos a El).

4.- Mirarla. (Sobre el Calvario, sobre el altar, sobre las almas y sobre mí, sin miedo y con espíritu de fe y con alegre
confianza).

5.- Llevarla (la mía, la de Jesús, sin prisas y sin quejas, con paz y persuasión de que es la que más me conviene).

6.- Ayudar a otros a llevar la suya.

Mis derechos

Esta mi cruz, así conocida, discernida, amada, mirada, llevada y ayudada a llevar me da derecho:
.- A la mayor semejanza con el Hijo de Dios.

.- Al más íntimo parentesco con El.

.- A la más abundante participación de la herencia que muriendo en la Cruz nos ganó.

.- A la predilección de su eterno Padre en la tierra y en el Cielo. ¡Bendita Cruz!

Preguntas sin una respuesta fácil

El día de la multiplicación de los panes y de los peces se contaban por miles los que rodeaban a Jesucristo.
El día de la multiplicación de sus dolores, se podían contar con los dedos de una sola mano los que le acompañaban…
Cuándo se medita en el reducido número de amigos que le quedan a Jesús en la hora de sus dolores, se pregunta cualquiera. ¿Pero en dónde estaban entonces tantos curados milagrosamente por El, tantos cojos, paralíticos, ciegos, mudos, muertos restituidos a la salud?
Yo creo que estarían metidos en donde mismo se meten hoy los que, sabiendo cuánto deben al Sagrario y cuánto podrían sacar de El no van.
San Manuel González

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