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Adoradores: «La semilla de la gloria»

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Invitación a cargar la cruz con amor y a solas con Dios.

Examinen, consulten cuanto quieran; la última respuesta a todo es que para entrar en el cielo nos es preciso sufrir mucho en la tierra. Hemos nacido para sufrir, porque hemos sido creados para el cielo de Jesús crucificado. La semilla de la gloria es el sufrimiento.

Por ello nuestro Señor, que quiere glorificarnos, divina y eternamente nos coloca en la obligación de sufrir; pero suframos con amor y a solas con Dios; que todos nos crean felices cuando nuestro corazón esté crucificado y nuestra alma se halle desconsolada.

¡Qué contento está Dios de un alma que, en medio de esta desolación, exclama: “Dios mío, te amo por encima de todo”!
¿Qué más les puedo desear? El cielo un día; y en este mundo un amor más intenso a Dios y singularmente un amor fervoroso en el sufrimiento. Este es el camino seguro, corto y perfecto, el que han recorrido todos los santos, todas las almas favorecidas de Dios; es el martirio cotidiano que nos prepara para el cielo.

La cruz es siempre pesada y penosa para la naturaleza; nadie se acostumbra al sufrimiento. Dios permite que el sacrificio parezca siempre nuevo para que nuestros méritos sean mayores.
¡Adelante! Pronto llegaremos a la ciudad de la paz y de la felicidad celestial.

Dejémonos crucificar por los hombres, pero miremos al cielo, que es nuestro fin. Con tal que vayamos pronto al cielo, ¡qué importa lo demás y lo escabroso del camino! Aún más, el camino que ha de sernos preferido es el que más segura y brevemente nos lleva a nuestro objeto.
En el cielo la cruz de Jesús es su cetro y el trono de su gloria.

No cuenten las espinas

No se dejen abatir ni tampoco turbar por las penas que experimenten; no son más que gracias y medios de unirlos más íntimamente al bien supremo.
No se entretengan con las flores de la vida, no cuenten las espinas ni los guijarros de su camino; pasen rápidamente sobre ellos y lleguen hasta nuestro Señor con los pies ensangrentados; pero sin mirarlos ni lamentarse por ello.
Robustézcanse con el amor de Jesucristo y con las verdaderas pruebas de su amor, que son la cruz, el desprendimiento de las criaturas, la inmolación del propio yo, para su mayor gloria, y sentirán en ustedes como una nueva vida, un océano de paz, una necesidad de sufrir para poder ofrecer algo al amor divino, unas pocas astillas que poder arrojar al fuego divino.

Examinen, consulten cuanto quieran; la última respuesta a todo es que para entrar en el cielo nos es preciso sufrir mucho en la tierra. Hemos nacido para sufrir, porque hemos sido creados para el cielo de Jesús crucificado.
La semilla de la gloria es el sufrimiento.
Por ello nuestro Señor, que quiere glorificarnos, divina y eternamente nos coloca en la obligación de sufrir; pero suframos con amor y a solas con Dios; que todos nos crean felices cuando nuestro corazón esté crucificado y nuestra alma se halle desconsolada.

¡Qué contento está Dios de un alma que, en medio de esta desolación, exclama: “Dios mío, te amo por encima de todo”!.
¿Qué más les puedo desear? El cielo un día; y en este mundo un amor más intenso a Dios y singularmente un amor fervoroso en el sufrimiento.

Este es el camino seguro, corto y perfecto, el que han recorrido todos los santos, todas las almas favorecidas de Dios; es el martirio cotidiano que nos prepara para el cielo.
La cruz es siempre pesada y penosa para la naturaleza; nadie se acostumbra al sufrimiento.
Dios permite que el sacrificio parezca siempre nuevo para que nuestros méritos sean mayores.

¡Adelante! Pronto llegaremos a la ciudad de la paz y de la felicidad celestial.
Dejémonos crucificar por los hombres, pero miremos al cielo, que es nuestro fin. Con tal que vayamos pronto al cielo, ¡qué importa lo demás y lo escabroso del camino! Aún más, el camino que ha de sernos preferido es el que más segura y brevemente nos lleva a nuestro objeto.

En el cielo la cruz de Jesús es su cetro y el trono de su gloria.
No cuenten las espinas. No se dejen abatir ni tampoco turbar por las penas que experimenten; no son más que gracias y medios de unirlos más íntimamente al bien supremo.

No se entretengan con las flores de la vida, no cuenten las espinas ni los guijarros de su camino; pasen rápidamente sobre ellos y lleguen hasta nuestro Señor con los pies ensangrentados; pero sin mirarlos ni lamentarse por ello.
Robustézcanse con el amor de Jesucristo y con las verdaderas pruebas de su amor, que son la cruz, el desprendimiento de las criaturas, la inmolación del propio yo, para su mayor gloria, y sentirán en ustedes como una nueva vida, un océano de paz, una necesidad de sufrir para poder ofrecer algo al amor divino, unas pocas astillas que poder arrojar al fuego divino.

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Jesús en vos confío                                       

 

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