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Preparándonos para la Navidad: «Contemplación Eucarística»

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Quia te contemplans totum deficit: al contemplarte todo se rinde.
La característica de ciertos venerables himnos litúrgicos latinos, como el “Adoro te devote”, el “Veni creator” y otros, es la extraordinaria concentración de significado que se realiza en cada palabra. En ellos cada palabra está llena de contenido.

Olvido de todo

Te contemplans, “al contemplarte”, dice nuestro himno. ¿Qué encierra el pronombre “te”? Ciertamente a Cristo realmente presente en la hostia, pero no una presencia estática e inerte; indica todo el misterio de Cristo, la persona y la obra; es volver a escuchar silenciosamente el Evangelio o una frase suya en presencia del autor mismo del Evangelio que da a la palabra una fuerza e inmediatez particular.
Pero esto no es aún la cumbre de la contemplación. Los grandes maestros del espíritu han definido la contemplación: “Una mirada libre, penetrante e inmóvil” (Hugo de San Víctor), o bien: “Una mirada afectiva en Dios” (San Buenaventura).

Estar en contemplación eucarística significa, por lo tanto, concretamente, establecer un contacto de corazón a corazón con Jesús presente realmente en la Hostia y, a través de él, elevarse al Padre en el Espíritu Santo. En la meditación prevalece la búsqueda de la verdad, en la contemplación, en cambio, el gozo de la Verdad encontrada. La contemplación tiende siempre a la persona, al todo y no a las partes. Contemplación eucarística es mirar a quien me mira.

La contemplación eucarística es todo menos indulgencia al quietismo

Se ha observado cómo el hombre refleja en sí, a veces también físicamente, lo que contempla. No se está por mucho tiempo expuesto al sol sin que se note en la cara. Permaneciendo prolongadamente y con fe, no necesariamente con fervor sensible, ante el Santísimo asimilamos los pensamientos y los sentimientos de Cristo, por vía no discursiva, sino intuitiva; casi “ex opere operato”.

Sucede como en el proceso de fotosíntesis de las plantas. En primavera brotan de las ramas las hojas verdes; estas absorben de la atmósfera ciertos elementos que, bajo la acción de la luz solar, se “fijan” y transforman en alimento de la planta. ¡Tenemos que ser como esas hojas verdes! Son un símbolo de las almas eucarísticas que, contemplando el “sol de justicia” que es Cristo, “fijan” el alimento que es el Espíritu Santo mismo, en beneficio de todo el gran árbol que es la Iglesia. En otras palabras, es lo que dice el apóstol Pablo: “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2Co 3,18).

Si ahora, sin embargo, de estos fragmentos de luz que el autor del himno nos ha hecho entrever volvemos con el pensamiento a nuestra realidad y a nuestro pobre modo de estar ante la Eucaristía, nos arriesgamos a sentirnos acobardados y desanimados. Sería del todo erróneo. Es ya un aliento y un consuelo saber que estas experiencias son posibles; que lo que nosotros mismos hemos tal vez experimentado en los momentos de mayor fervor de nuestra vida y después perdido puede volver a encenderse…

Lo único que el Espíritu Santo requiere de nosotros es solo que le demos nuestro tiempo, aunque al principio pudiera parecer tiempo perdido.
Nunca olvidaré la lección que un día se me dio al respecto. Decía a Dios:
“Señor, dame el fervor y yo te daré todo el tiempo que quieras para la oración”. En mi corazón hallé la respuesta: “Raniero, dame tu tiempo y yo te daré todo el fervor que quieras en la oración”.
Lo recuerdo por si puede servirle a alguien como a mí.
(P. Raniero Cantalamessa OFM Cap.)

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