Jesús, presente en la Eucaristía, era el centro y el amor de su vida.
San Juan Bosco fue siempre un gran devoto de la Eucaristía y en muchos de sus escritos el santo se ha dedicado a hablar de la importancia de este sacramento.
Los biógrafos de Don Bosco cuentan que en 1848, durante una misa celebrada en honor a la fiesta de la Anunciación, el santo se dio cuenta en el momento de la comunión que en la píxide había sólo ocho hostias mientras que los chicos eran 360. Todos notaron este hecho y comenzaron a preguntarse qué cosa haría Don Bosco. José Buzzetti, quien se convirtió en uno de los primeros sacerdotes salesianos, servía en la misa ese día, y llegó a sentirse mal por la emoción cuando vio que Don Bosco multiplicaba las Hostias y daba la Comunión a los 360 jóvenes. Don Bosco narró que en sueños vio que se libraba una terrible batalla naval, desencadenada por una multitud de embarcaciones pequeñas y grandes que iban contra una sola nave majestuosa, símbolo de la Iglesia.
La nave tantas veces golpeada, permanecía siempre victoriosa, guiada por el papa para luego anclarse segura entre dos columnas surgidas del mar. La primera tenía en alto una gran hostia en la que estaba escrito: “Salus credentium”. En la otra, más baja, estaba la estatua de la Inmaculada y estaba escrito: “Auxilium Christianorum”.
Ni un sólo día sin celebrar
No dejaba de celebrar la misa, si no era realmente por gravísima necesidad. Cuando debía emprender un viaje muy de mañana, anticipaba la misa acortando su descanso, o la decía, con gran incomodidad, al llegar a su destino, aun cuando fuese muy tarde. De cuando en cuando, surcaban su rostro las lágrimas. Quedaba enmudecido, no sabemos si en éxtasis o a causa de fervores extraordinarios. Sucedió, en alguna ocasión, que, después de la elevación, apareció como “arrebatado”, dando la impresión de que veía a Jesucristo con sus propios ojos. Frecuentemente, en el momento de la consagración, se cambiaba su rostro de color y tomaba tal expresión que parecía un santo, al decir de la gente. Las personas que gozaban de altar privado, se consideraban afortunadas cuando podían tenerlo para celebrar la misa en su casa.
(Del Miracoli Eucaristici nel Mondo/ y de Vivencias de Don Bosco P. Angel Peña O.A.R. )
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Jesús, en Vos confío