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Adoradores: «Transitar la Cuaresma»

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Un tiempo para renovar nuestra fe y filiación divina.

Estamos comenzando la Cuaresma, un tiempo de conversión, en el cual debemos buscar cambiar y dejar de tener nuestra mirada centrada en nosotros mismos, para centrarla en el amor de Dios, que se nos entrega en la Cruz. Hay dos modos de ver la vida: uno, centrada en nosotros, y otro, buscando y tratando de olvidarse de sí mismo para hacer lo que Dios quiere y estar disponibles a lo que Dios nos pida.

El hombre que se mira a sí mismo no puede adorar, porque idolatra su propio ser, olvidándose que ha nacido para adorar, así como los pájaros han nacido para volar.
Con mucha frecuencia los hombres desconocemos que hay otra vida, la vida de gracia, la vida divina, la vida sobrenatural.
Miramos los acontecimientos con una visión plana, demasiado terrena. El fin de la vida humana es glorificar a la Trinidad viviendo como hijos del Padre a través de la identificación con su Hijo Jesucristo, a la que nos conduce el Espíritu Santo, el Espíritu de adopción filial (Rom 8, 15).

Antes de la creación del mundo, Dios nos eligió en su Hijo para la santidad (cf Ef 1,4); es decir, nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia” (CEC, 27).

“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos” (Jn 3, 1). La existencia cristiana, por tanto, debe estar presidida en todas sus dimensiones por la conciencia de ser hijos de Dios Padre. Igual que en el orden intramundano aprendemos a ser personas -antes que nada- como hijos de nuestros padres, la conciencia de nuestra filiación divina debe constituir la base de todo nuestro comportamiento sobrenatural. No se trata de un aspecto más de la vida cristiana, sino de una realidad fundamental que, como tal, hay que procurar que informe la conducta entera.

Para vivir la filiación divina es necesario el trato asiduo con Jesús en la adoración eucarística.
Es desde allí desde donde cada uno de nosotros aprendemos a ser menos y más de Dios.
+ Pbro. dr. Jorge A. Gandur

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