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La salvación

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El autor nos propone poner manos a la obra
y no postergar la salvación del alma.

Nuestro señor Jesucristo dijo: “¿Qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma?” O “¿con qué podrá rescatarla una vez perdida?” (Mt 16, 26).

Salvar el alma es mi negocio

Ser rico, honrado, amado, servido, todo eso no es nada; hasta sería para mí el mayor de los peligros y la mayor de las desdichas si llegara a ser ocasión de pecado, o me hiciera descuidar la salvación, puesto que todo se acaba con la muerte.
¿Qué me servirá delante de Dios el haber sabido reunir gran caudal de dinero, haberme hecho grande y poderoso en el mundo, haberme proporcionado todos los placeres de la vida, si nada he hecho para el cielo, si no he amado y servido a Dios, que es mi último fin?.
Salvarme es, por consiguiente, para mí el primer deber; lo demás es bagatela y locura.

La salvación: un asunto personal

No puedo dejar este trabajo para otro, ni dividirlo con ninguno. Se trata de hacer penitencia por los pecados que yo he cometido, de corregirme de mis vicios, de combatir mis pasiones, de practicar las virtudes de humildad, pureza, caridad, paciencia, las cuales no puede nadie adquirirlas para mí. Se trata de pagar a Dios mi deuda de justicia, y nadie puede pagarla por mí; nadie puede honrar, servir y amar a Dios en mi lugar. Yo mismo debo hacer fructificar la gracia que Dios me ha dado y tejer con los méritos de cada día la corona eterna. “Se cosecha lo que se ha sembrado”.
Así que las virtudes de los demás no me harán virtuoso, ni de sus victorias y triunfos se me seguirá nada, como no sea una tremenda vergüenza en el juicio de Dios, cuando el soberano juez dijere: “Bien podías haber hecho lo que los demás hicieron”.

La salvación: un asunto urgente

No lo podemos hacer más que en esta vida; ¡ay de mí si lo tengo sin acabar al llegar la hora de la muerte, pues no es tiempo de trabajar cuando uno debe ser juzgado!
Corta es la vida. Hay que apresurarse para reunir el caudal necesario para la corona del justo, no sea que la muerte nos sorprenda en medio del trabajo.
No hay momento en que la muerte no pueda sorprenderme, pues me sigue de cerca contándome los días y los pasos, prefijados por eterno e inmutable decreto del Creador.
Si en este mismo momento me sorprendiera la muerte, ¿encontraría Dios bien ordenadas las cuentas de mi administración? ¿Estoy preparado para comparecer ante el Juez?
¿Podría presentarme con aquella confianza del bueno y fiel servidor que ha cumplido fielmente todas las órdenes de su amo y no espera más que la recompensa merecida?
¡Ay, Dios mío, ten aún un poco de paciencia, que te daré todo lo que debo! Algunos días más de misericordia, Señor, y seré más fiel; quiero reflexionar sobre esto para renovarme en tu santo servicio, comenzar nueva vida y hacerme santo.
Oh, María, madre de gracia y de misericordia, me postro a tus pies; sálvame del peligro de perder mi alma, ponme en el buen camino que conduce al cielo; guíame vos misma para que un día llegue allá felizmente.
(Adaptación)

Habla al Mundo es un proyecto de formación y difusión de la Divina Misericordia.

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Jesús en vos confío                                       

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