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Servir a Dios

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Continuamos con las reflexiones de San Pedro Julián Eymard.

Al crearme Dios me dio este gran precepto: “Honrarás a tu Dios y a Él solo servirás, pues en esto consiste todo el hombre”. (Mt 22, 37).
Servir a Dios por amor, tal es mi grande y único fin en la tierra. ¿Cuáles son los deberes de este divino servicio? Se reducen a tres.

Un deber de todo mi ser

El primer deber consiste en rendir a Dios el homenaje de todo mi ser, de toda mi mente, de todo mi corazón, de toda mi voluntad, de todos mis sentidos. Nada debe haber en mí que no le honre y glorifique como creador, salvador y último fin: que, si no hago esto, seré como tierra estéril o hijo ingrato, pues Dios no me ha creado más
que para sí: “Res fructificat Domino, Todos los frutos son para el dueño”.
Por lo que Dios debe ser la soberana ley de todos mis pensamientos, afectos y actos. ¿He vivido sólo para Dios? ¿Se han referido a Él todas las acciones y todos los afectos?. ¡Desdichado de mí!. Si contara todos los pensamientos malos o indiferentes que han ocupado mi mente, todos los afectos humanos, terrestres y hasta malos que han llenado mi corazón, todas las acciones hechas sin relación alguna a Dios, sin pureza de intención, por motivos puramente naturales cuando no malos, ¿qué quedaría en mi vida en orden al servicio de Dios? ¿Cuántos años y aun cuántos días pasados en su servicio podría contar?.
De esta vida tan ocupada, agitada y penosa, ¿qué me quedará en la hora de la muerte? Quizá me diga Dios: No has sido más que un siervo inútil e infiel; no has servido más que a mi enemigo, al mundo y al demonio.

Un deber soberano

El servicio de Dios es un deber soberano, es decir, que debe subordinársele cualquier otro deber natural o civil; y si el hombre me propusiera un servicio contrario u
opuesto al de Dios, me exigiría un crimen de lesa majestad, convirtiéndose desde aquel momento en mi más cruel enemigo.
San Pedro no respondió a las prohibiciones y amenazas de los príncipes de los sacerdotes más que con estas palabras: “Antes debe obedecerse a Dios que a los hombres”. (Hech 5,29). ¿Cuál ha sido mi conducta en este punto? ¡Cuántas veces he obedecido a los hombres antes que a Dios! ¡Cuántas veces, por flaqueza, temor a los hombres y respetos humanos, he violado la ley de Dios, he sido infiel, me he avergonzado de mi supremo Señor, de Dios! ¿Qué haré en adelante?.

Un deber imperioso y decisivo

El deber del servicio es, además, imperioso y decisivo. No es cosa dejada a mi libertad el escogerme a un amo, ni el darme una ley y un fin distintos de los que Dios me tiene dados. Estoy obligado a servirle si quiero de veras ser feliz en este mundo y en el otro: “Pax multa diligentibus legem tuam, abundancia de paz es la herencia de los que aman vuestra ley” (Sal 118, 165). “Si quieres entrar en la vida eterna, observa los mandamientos, dice Jesús”. (Mt 19, 17).
Venturosa necesidad la que me obliga a servir a un Dios tan bueno, amable y magnífico en sus recompensas.
¡Pero hay de mí si sirvo al mundo con preferencia a Dios! En este mundo seré el más desdichado y criminal de los hombres, y para el otro tendré bien merecida la suerte de aquel siervo ingrato e infiel, arrojado por la divina justicia a las tinieblas exteriores, lugar de eterno llorar y rechinar de dientes.

¿Qué haré, pues? Servir a Dios; adorarle en espíritu y en verdad; amarle de todo corazón; ser todo para Él y nada más que para Él.

Habla al Mundo es un proyecto de formación y difusión de la Divina Misericordia.

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Jesús en vos confío                                       

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