El Señor corregía y enseñaba
constantemente a santa Faustina.
1382 – Cuando murió sor Doménica, a eso de la una de la noche, vino a verme y me avisó que había muerto. Recé por ella con fervor. A la mañana siguiente las hermanas me dijeron que ya había muerto, contesté que ya lo sabía porque había venido a verme. La hermana enfermera me pidió que ayudara a vestirla. En un momento cuando me quedé con ella, el Señor me reveló que sufría todavía en el Purgatorio. Redoblé mis oraciones por ella, pero a pesar del fervor con el cual rezo siempre por las hermanas difuntas, confundí los días y en vez de ofrecer tres días de oraciones como prescribe la regla, por error ofrecí dos. Al cuarto día me recordó que todavía le debía unas oraciones, y que las necesitaba. En seguida formulé la intención de ofrecer un día entero por ella, pero no solamente ese día, sino más, según me sugería el amor al prójimo.
1383 – Debido a que sor Doménica después de morir tenía un aspecto tan bonito que no daba la impresión de cadáver, algunas hermanas expresaron la duda: ¿Estará, acaso, en letargo? Y una de las hermanas me dijo ir con ella y poner un espejito ante su boca para ver si se empañaba, ya que si estuviera viva se empañaría. Dije que sí e hicimos lo que habíamos dicho, pero el espejito no se empañó, aunque nos pareció que realmente se había empañado. Sin embargo, el Señor me hizo saber cuánto eso le había disgustado y fui amonestada severamente a no obrar jamás contra el convencimiento interior. Me humillé profundamente ante el Señor y le pedí perdón.
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Jesús, en Vos confío