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Adoradores: «Entrad, amad y adorad»

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El amor les ha abierto ya la puerta del corazón de Jesús.

Para ser buenos adoradores es preciso que recordéis continuamente que Jesucristo, realmente presente en la sagrada Eucaristía, reproduce y glorifica en ella todos los misterios y todas las virtudes de su vida mortal.
Recordad que la santísima Eucaristía es Jesucristo con su pasado, presente y futuro; que es el último desenvolvimiento de la Encarnación y de la vida mortal del Salvador. Por la sagrada Eucaristía Jesucristo nos comunica todas las gracias, a Ella afluyen todas las verdades, y al pronunciar la palabra Eucaristía lo hemos dicho todo, puesto que es Jesucristo mismo. (…)
¿Qué cosa más sencilla que relacionar el nacimiento de Jesús en el establo de Belén con su nacimiento sacramental sobre el altar y en nuestros corazones? ¿Quién no ve en la hostia encerrada en el sagrario una continuación de la vida oculta de Jesús en Nazaret; y en el santo sacrificio de la misa, que se ofrece sin interrupción en todas partes, una celebración de la Pasión del Hombre-Dios en el calvario? ¿No es Jesucristo en el santísimo Sacramento tan dulce y humilde como lo fue en su vida mortal? ¿No es ahora, como entonces, el buen Pastor, el consolador por excelencia, el amigo más fiel de todos los hombres?.
¡Feliz el alma que sabe encontrar en la Eucaristía a Jesús y todas las cosas!
“Jesús vive siempre para interceder por nosotros” (Hb 7, 25)
El santo sacrificio de la misa es la más sublime de todas las oraciones, pues Jesucristo se ofrece en él a su eterno Padre, le adora, le da gracias, le ofrece digna reparación y ruega continuamente por su Iglesia, por todos los hombres, sus hermanos y por los pobres pecadores.
¡Oración sublime que no cesa un instante del día ni de la noche en virtud del estado de víctima de Jesús en la Eucaristía! Ella sola es toda la religión, el ejercicio acabado de todas las virtudes.
Unamos nuestras oraciones con la de nuestro Señor y oremos como El por los cuatro fines del sacrificio.

La adoración

El objeto formal de los actos de adoración eucarística es la excelencia infinita de Jesucristo, digna por sí misma de todo honor y gloria. Uníos, en espíritu, a los moradores de la corte celestial cuando, postrados al pie del trono del Cordero, prorrumpen en alabanzas, exclamando: “¡Al que está sentado en el trono y al cordero, bendición y honra, gloria y potestad por los siglos de los siglos!” (Ap 5, 13). Uníos a los veinticuatro ancianos que, deponiendo las coronas de sus sienes, las rinden a los pies del Cordero. Y después, puestos al pie del trono eucarístico, ofreced vuestra persona, vuestras facultades y todas vuestras obras, diciéndole: “A Ti solo, honor y gloria”.
Contemplad la grandeza del amor de Jesús al instituir, multiplicar y perpetuar la divina Eucaristía hasta el fin de los siglos; admirad su sabiduría infinita por una invención tan divina, que llena de asombro a los mismos ángeles; reverenciad su poder soberano triunfador de todos los obstáculos; ensalzad su divina bondad que le sirve de norma en la distribución de sus dones. Juntad vuestra adoración con la de la Iglesia cuando estáis a los pies de Jesús sacramentado, que ella os lo ha confiado y quiere que la representéis allí. Ofreced, con las vuestras, las adoraciones de todos los justos de la tierra y las de todos los ángeles y santos del Cielo; pero, sobre todo, las adoraciones de la Virgen María y de san José, cuando ellos solos, dueños de tan rico tesoro, eran toda la familia y toda la corte de Dios escondido.
Adorad a Jesús mediante Jesús mismo; esta es la más perfecta adoración; El es, a la vez, Dios y hombre, vuestro salvador y vuestro hermano. Y al Padre celestial adoradle mediante Jesús, su divino Hijo, en quien tiene todas sus complacencias, y así vuestra adoración puede tener el mismo valor que la de Jesús porque El se la habrá apropiado.

Buenos adoradores

Para ser buenos adoradores es preciso que recordéis continuamente que Jesucristo, realmente presente en la sagrada Eucaristía, reproduce y glorifica en ella todos los misterios y todas las virtudes de su vida mortal.
Recordad que la Santísima Eucaristía es Jesucristo con su pasado, presente y futuro; que es el último desenvolvimiento de la Encarnación y de la vida mortal del Salvador. Por la sagrada Eucaristía Jesucristo nos comunica todas las gracias, a Ella afluyen todas las verdades, y al pronunciar la palabra Eucaristía lo hemos dicho todo, puesto que es Jesucristo mismo.
Sea la adorable Eucaristía el punto de partida al comenzar vuestras meditaciones sobre los misterios, las virtudes y verdades de la religión. Puesto que ella es el foco y las demás verdades los rayos, partamos siempre del foco y así irradiaremos también nosotros.
¿Qué cosa más sencilla que relacionar el nacimiento de Jesús en el establo de Belén con su nacimiento sacramental sobre el altar y en nuestros corazones? ¿Quién no ve en la hostia encerrada en el sagrario una continuación de la vida oculta de Jesús en Nazaret; y en el santo sacrificio de la misa, que se ofrece sin interrupción en todas partes, una celebración de la pasión del Hombre-Dios en el calvario? ¿No es Jesucristo en el Santísimo Sacramento tan dulce y humilde como lo fue en su vida mortal? ¿No es ahora, como entonces, el buen Pastor, el consolador por excelencia, el amigo más fiel de todos los
hombres?
(San Pedro Julián Eymard)

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