El que veía entrar en la iglesia a san Francisco de Sales, signarse, hacer la genuflexión y rezar ante el sagrario, debía dar la razón al pueblo que decía: “Lo mismo hacen los Ángeles y los santos en el Cielo”. Una vez, un príncipe de la corte de Escocia dijo a un amigo suyo: “Si quieres ver cómo rezan los ángeles en el Cielo, ve a la iglesia y mira a la reina Margarita cómo reza con sus hijos ante el altar”.
A todos los apresurados y distraídos haría falta recordarles con firmeza las palabras del beato Luis Guanella: “La iglesia no puede convertirse en un pasillo, ni en un patio, ni en una calle, ni en una plaza”.
Y san Vicente de Paúl recomendaba con tristeza no hacer ante el Santísimo ciertas genuflexiones de “marionetas”. ¡Qué no sean vanos para nosotros estos ejemplos y lecciones de los santos!
Y recordemos ahora en particular el siguiente agradable episodio de san Felipe Neri. Un día, el santo paró de repente a un señor que estaba pasando de prisa por delante de una iglesia. San Felipe le preguntó: “¡Señor! ¿qué es ese clavo?”. “¿Qué clavo?”, dijo el otro asombrado. “Sí, ese clavo que hay ahí en vuestro sombrero…”. El señor se quitó el sombrero, lo miró, lo volvió a mirar; ningún clavo. San Felipe le dijo entonces con amabilidad: “Perdón, me pareció haber visto un clavo que estaba clavando el sombrero a vuestra cabeza porque no os habéis descubierto al pasar por delante de la iglesia”.
El señor lo comprendió y desde entonces no dejó de descubrirse al pasar por delante de una iglesia.
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Jesús, en Vos confío