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Adoradores: «Testimonios eucarísticos»

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Testimonios y relatos que nos ayudarán a incrementar
nuestro amor y fervor eucarísticos.

Una flor para Jesús

San Alfonso María de Ligorio cantaba así, en una breve estrofa, su alegría y su… envidia por las flores que rodean y perfuman los sagrarios, y se consumen enteramente por Jesús:
“¡Flores, felices vosotras, que noche y día junto a mi Jesús siempre estáis! quedaos con El y nunca os vayáis mientras a vosotras ¡no os deje la vida!”.

Y también en este cuidado de adornar los sagrarios, nadie ha conseguido superar a los santos. Cuando el arzobispo de Turín quiso entrar un día en la iglesia de la Piccola Casa de la Providenza, la encontró tan limpia y con el altar tan adornado y perfumado por las flores que preguntó a san José Cottolengo:
“¿Qué fiesta se celebra hoy?”.
El santo le respondió: “Hoy no hay ninguna fiesta especial que celebremos porque aquí, en la iglesia, siempre estamos de fiesta”.

San Francisco de Jerónimo se las ingeniaba para plantar y cultivar, él mismo, las flores para el altar del sacramento y, a veces, también las hacía crecer milagrosamente para que Jesús no se quedara sin flores.
“Una flor para Jesús”; no nos privemos de este delicado gesto de amor a Jesús. Será un pequeño gasto semanal, pero se verá recompensado por Jesús “al céntuplo”, y nuestras flores en el altar expresarán, con su gracia y su fragancia, nuestra presencia de amor a Jesús. Hay algo más.

San Agustín nos recuerda una costumbre piadosa de su tiempo: Después de la Santa Misa, los fieles se disputaban las flores del altar, las llevaban a casa y allí las conservaban como reliquias porque habían estado en el altar junto a Jesús, presentes en su Divino Sacrificio.

Y santa Juana Francisca de Chantal, diligentísima siempre en llevar a Jesús flores frescas, apenas comenzaban a marchitarse al lado del sagrario, las cogía y se las llevaba a la celda para tenerlas consigo a los pies de su crucifijo. ¡Cuándo se ama…!

Una vez, un príncipe de la corte de Escocia dijo a un amigo suyo: “Si quieres ver cómo rezan los ángeles en el Cielo, ve a la iglesia y mira a la reina Margarita cómo reza con sus hijos ante el altar”. A todos los apresurados y distraídos haría falta recordarles con firmeza las palabras del beato Luis Guanella: “La iglesia no puede convertirse en un pasillo, ni en un patio, ni en una calle, ni en una plaza”.

Y san Vicente de Paúl recomendaba con tristeza no hacer ante el Santísimo ciertas genuflexiones de “marionetas”.

San Francisco de Asís, por ejemplo, llevaba consigo en sus peregrinaciones apostólicas una… escoba, para barrer las iglesias que no encontraba limpias; después de predicar al pueblo acostumbraba a reunir al clero y les recomendaba con ardor el celo por el decoro de la Casa del Señor; encargaba a santa Clara y a las clarisas los manteles sagrados para los altares y, no obstante su pobreza, procuraba y enviaba copones, cálices y toallas a las iglesias pobres y abandonadas.

Cuando san Pedro Julián Eymard debía empezar la adoración eucarística en una casa pobre y abandonada, sentía siempre tanta pena por ello que exclamaba en seguida: “¡Oh! ¡Cuánto me ha costado alojar al Señor tan pobremente!”.

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Jesús en vos confío                                       

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