Al postrarse ante el Santísimo Sacramento, el adorador
experimenta la “ternura de Dios”.
Entre los frutos personales, es bueno destacar que renueva las disposiciones interiores para acercarse dignamente a los sacramentos.
Benedicto XVI nos recuerda el vínculo intrínseco entre la misa y la adoración eucarística.
Él escribe:
“La adoración eucarística no es más que el desarrollo explícito de la celebración de la Eucaristía, que es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos.”
La experiencia de las parroquias, que adoran al Santísimo revela que en el adorar, los feligreses aprenden a discernir, la presencia real del Señor más allá de las apariencias de pan.
Y también crecen en la conciencia de la presencia eficaz del Sacrificio de la Cruz, se hace presente en cada misa.
Mons. Ruben T. Profugo, Obispo de Lucena, Filipinas, ha dicho:
“La asistencia a misa en mi diócesis se ha incrementado notablemente el domingo, así como durante la semana, ya que muchos han llegado de nuevo a los sacramentos, como resultado de la Adoración Eucarística Perpetua”.
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Jesús, en Vos confío