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Deberes para con la sagrada Eucaristía: «Vivir con Jesús»

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Invitación a siempre tener presente
en el corazón al Señor.

Gocen de Dios, mas no de las criaturas. Además, Dios no lo quiere, ni ustedes, tampoco.
Gocen de Dios, de sus gracias, de su sagrario, de su maestro.
Gozar es no querer más que a Él; gozar es vivir por Él, para Él, a sus pies, en su corazón, en su persona divina. Escúchenle a sus pies como María: éste es el pan de vida y de inteligencia, el banquete del alma que alimenta nuestro ser; ésta la oración del silencio, de la mutua mirada, de la dicha de verse al calor de este sol divino.

Reclinen la cabeza junto a su Corazón en la sagrada Comunión, o cuando el corazón sufra o el alma de ustedes esté triste.
Cuando Jesús parece muerto, su corazón no muere; aun después de muerto, su sangre está llena de calor.
Jesús dijo: “El que me coma morará en mí y Yo en él”. ¡Qué sociedad de vida más bella y divina!.
Vivir con Jesús, en Jesús, es ser su siervo adorador. Quédense tranquilos a los pies de Jesús, de la manera que Él quiera, tal como los coloque, como Él los haya formado; las ideas, la oración y el amor espontáneo y natural formarán el estado del alma de ustedes. Debemos ser ante Dios lo que somos.

Dios ha dispuesto los cambios de estaciones para variar los trabajos y los productos de la tierra. Nuestra alma es la tierra de la gracia. Esfuércense por guardar la igualdad de espíritu y del amor de Dios en medio de sus variadas obligaciones, de sus ocupaciones y sus estados internos.

¡Dios me ama! ¿Qué hay de más bello y consolador?
En todo quiere mi bien. Yo soy suyo y no busco más que a Él; mi miseria es mi título; mi pobreza mi riqueza; mis imperfecciones, mi gran necesidad de sus gracias. Pongan en práctica cuanto les voy diciendo y pronto sentirán el reinado de Dios en ustedes.

El don total de sí a Dios

Vivamente les deseo el reinado de Dios en ustedes, el reinado eucarístico de nuestro Señor. Y noten que no les digo la devoción, la virtud, ni aun el mismo amor, sino el reinado, es decir, el don de ustedes al divino maestro, para ser su casa, su huerto, su corazón, su vida y aun su muerte.

El don de sí es la única prueba del verdadero amor.
Esto es lo que Dios quiere: “Hijo mío –dice–, dame tu corazón”. “Amarás al señor Dios tuyo con todo tu espíritu, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas: he ahí el primero y el más importante de los mandamientos”, que es toda nuestra vida y nuestro fin en este mundo y en el otro.

Es imprescindible que lo alcancen, porque si no serán como la leña que se coloca junto al fuego para que se seque; puede ser que humee, que despida vapor, que se caliente; pero no arde si no está en la misma hoguera, si el poder del fuego no llega hasta ella.

Harto saben que una mecha se enciende en la misma llama y no en la corriente de aire por ella producida.
Renueven todos los días el don de ustedes mismos al amor y por la gloria de Jesús sacramentado: ya verán cómo tendrán alguna cosa de que sacrificarse y poderla entregar a Jesús. Pero, por desgracia, ¡cuán pocas son las almas eucarísticas que se dan de esta manera a nuestro Señor!
Quiere uno siempre tener alguna cosilla junto con Jesús o fuera de Él: de ahí la fiebre y el desorden; Jesucristo no es el dueño absoluto.

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Jesús, en Vos confío

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