¡Soy todo tuyo!

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Te invitamos a abandonarte y entregarte totalmente en los brazos de nuestra Madre del Cielo.

¿Cuándo, oh Madre idolatrada, se realizará en mí plenamente esta frase tan estupenda de nuestros Sagrados Libros: Totus tuus ego sum? ¿Cuándo, oh Virgen encantadora, podré yo repetir ese grito de amor sin miedo a ser desmentido? ¡Oh, sí, es lo que yo quiero! Suspiro por ello desde este momento, como la planta marchita por la gota de rocío que la ha de refrescar; como la flor por el rayo de sol que ha de abrir y colorar sus pétalos. Más aún. Suspiro por la dicha de ser todo vuestro: como el pobre por la limosna, como el niño por su madre ausente, como el desterrado por su patria.
Ansío conseguirlo en la tierra; nada, nada me satisface, nada llena el vacío de mi alma ni responde a los suspiros de mi corazón. Siento que no puedo ser completamente feliz hasta que pueda exclamar: No tengo absolutamente nada, todo pertenece a mi Madre: ¡Soy todo tuyo y todo lo mío es tuyo! Todo, esta es la palabra esencial. No, no, la divina Virgen no quiere dones, ni sacrificios a medias; rechaza los corazones divididos y las almas partidas: todo, lo quiere todo. Cuando nos dio el precepto del amor, dijo el Señor: “Amarás a Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”.

También María, como Jesús, y a causa de Jesús, quiere que la amemos con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. Nuestro corazón, tan ávido de amar y de ser amado. Nuestra alma, tan ardorosa, tan ansiosa de subir a lo alto. Nuestro cuerpo, tan débil y tan esclavo de lo que lo rodea. Todo eso debe ser de María, enteramente de María, para que sea por Ella todo de Jesús.
Por consiguiente, nuestro corazón tiene que amar a María, apasionarse por María, unirse y darse a María como se apasiona por las criaturas hermosas, amables y atractivas; como se une a un ser misericordioso, benéfico y amante; como se da a un bienhechor que desea nuestro bien, gloria y felicidad. Nuestra alma tiene que vivir unida a María.

El alma necesita ideales, pero ideales elevados, nobles y que puedan hacernos salir de nosotros para unirnos a ellos. Sólo Dios es ese ideal absoluto, ideal que se refleja en María; se nos ha vuelto accesible por medio de María.

¡Oh queridos jóvenes! Llenad vuestras almas de este ideal y sentiréis en vosotros: una luz divina, una fuerza divina y
una generosidad divina. Sentiréis que tenéis alas: alas para elevaros de las miserias de esta vida, alas para escapar de los lazos del Infierno, alas para volar al seno de Dios.

Al servicio de María

En fin, nuestro cuerpo tiene que estar al servicio de María.

“¡Oh María, sed mi divina Señora, admitidme por siervo y someted a este esclavo, para consagrarlo a vuestro servicio!”

Poner el cuerpo al servicio de María es emplear fuerzas, tiempo y aptitudes para agradarle y para hacer que la amen los que nos rodean.

Nuestras fuerzas para trabajar, mortificarnos y sacrificarnos. No olvidemos que el amor es sacrificio y que sin mortificación no puede existir amor verdadero y durable. Nuestro tiempo; muchas veces lo desperdiciamos en bagatelas y tonterías, tratemos de sustraer cada día unos minutos de ese tiempo perdido, empleándolo:

  • En conocer mejor a María por medio de alguna lectura piadosa,
  • En amar más a María por medio de alguna oración fervorosa,
  • En dar a conocer a María por medio de alguna conversación edificante.

Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen, R. P. Lombaerde

Habla al Mundo es un proyecto de formación y difusión de la Divina Misericordia.

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