Invitación a conservar la tranquilidad en el corazón
de Jesús aun en medio de las tempestades.
Si les fuera posible no prestar tanta atención a esta algarabía interior, a todas esas impresiones, y vivir en paz aun en medio de la guerra, ¡qué consolador sería! Pero con todo, no olviden que nuestro Señor los quiere en tal estado, que le dan más gloria que en otro cualquiera, y que aun sus miserias pueden ser una bella materia de confianza en su bondad. La tempestad purifica la atmósfera, pero pasa, y el sol reaparece más bello y resplandeciente.
¡Cuán dulces son, en la expansión recíproca del amor divino, los suspiros, los gemidos, las lágrimas de un corazón que no ama más que a Jesús!
Las humillaciones y los sufrimientos alivian la impotencia de nuestro pobre corazón; el martirio sería su mayor felicidad. ¿Creen acaso que los gemidos y las lágrimas de la Magdalena en el sepulcro del Señor, y la agonía de María a los pies de Jesús moribundo en la cruz, no fueron efecto del más heroico amor? El amor del bondadoso y ternísimo Jesús, sufriendo a solas y abandonado de su Padre y de los hombres, ¿no llegó al último grado del amor sufrido y totalmente inmolada?.
El grito del amor inmolado
¡Ah; sí! ¡Viva Jesús! ¡Viva su cruz! Cierto que Jesús se quejó a su Padre: “Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”.
También ustedes pueden quejarse, pero con todo amor y después del combate: este es el grito del amor inmolado. Cuando el enemigo de Jesús y el de su salvación los embista con toda su fuerza, hagan tan sólo una cosa: humíllense con toda la esperanza de la confianza en Dios. Pero es poco todavía: den un paso adelante; créanse más malvados que el diablo, diciendo a nuestro Señor: “Miserable de mí, a él no le hiciste tantas mercedes como a mí; él no tuvo un salvador que fuese padre como lo tengo yo; no te ofendió más que una vez y yo te he ofendido mil veces y he sido ingrato e infiel; bien merecido tengo que sea él un verdugo de tu justicia. Padre mío, me abismo en mi nada; más ya que eres mi padre, no me abandones, no me sueltes de tu mano: tuya es mi voluntad y mi corazón; lo demás sea de tu justicia”.
En el corazón de Jesús
Que el corazón de Jesús inflamado de amor sea tu fuerza, tu protección, tu centro, tu calvario, el sepulcro de todo tu ser y, finalmente, la resurrección, la vida y la gloria. Dios no los abandonará; con todo, quiere que le honren en el abandono y en los horrores que constituyen el suplicio del infierno; más en esta vida la gloria de Dios y su misericordia son las que triunfan de los demonios.
Las desolaciones interiores agradan más al Corazón de su esposo que todos los goces y resplandores del Tabor.
¡Ah, sí vivieran sobre las nubes y tempestades, frente a un sol espléndido, cuán poco se preocuparían de los vientos y tempestades que a sus pies se agitan!
Dejen obrar a nuestro Señor; síganle con amor y agradecimiento en todo. ¡Valor! ¡Siempre con el corazón bien alto y tranquilo; siempre con el espíritu fácil en sobrellevar las penas; pero en continua alabanza del amor que Jesús les profesa en esta tierra y del que les reserva en la patria bienaventurada!.
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Jesús en vos confío